La situación de Tomares, sobre la cornisa del Aljarafe y muy cerca del Guadalquivir, le daba un valor estratégico. Desde sus alturas se dominaban los accesos a Sevilla, y el pueblo estaba comunicado por caminos secundarios que llevaban a Triana, Bollullos o Aznalcázar, lo que lo convertía en una zona clave para controlar el tráfico militar y civil en tiempos de guerra.
Uno de los elementos históricos más relevantes de este periodo es la Venta de la Mascareta, situada en el antiguo camino real de Aznalcázar. Este edificio, que siglos atrás servía como parada para viajeros y ganaderos, fue ocupado por las tropas francesas y utilizado como puesto de vigilancia durante la ocupación de Sevilla (1810–1812).
Desde allí, los franceses controlaban el acceso a Sevilla por el oeste, en un momento en que las fuerzas anglo-españolas organizaban incursiones desde el exterior y la resistencia local comenzaba a movilizarse en forma de guerrillas.
Aunque no hay constancia de enfrentamientos armados directos en el término de Tomares, sí se sabe que el Aljarafe fue una zona activa en la resistencia. Guerrilleros y soldados aliados hostigaban las posiciones francesas desde localidades cercanas, y los caminos rurales eran utilizados para el paso de información, alimentos y armas.
Además, como en otros pueblos ocupados, es probable que los habitantes de Tomares tuvieran que suministrar alimentos, alojar tropas y soportar requisas impuestas por el ejército napoleónico. Estos abusos eran frecuentes en todo el entorno sevillano y dejaron una huella social y económica en muchas localidades.
La historia de Tomares durante la Guerra de la Independencia no está recogida en grandes crónicas militares, pero forma parte de esa "retaguardia silenciosa" que hizo posible la resistencia frente al invasor. Lugares como la Venta de la Mascareta, caminos rurales como el Camino Viejo de Sevilla o antiguos cortijos del término municipal fueron escenarios secundarios pero fundamentales de aquel conflicto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario