viernes, 31 de enero de 2025

OSSET Y TOMARES EN LA ÉPOCA ROMANA: DOS PILARES DEL ANTIGUO ESTUARIO DEL GUADALQUIVIR


     El antiguo estuario del Guadalquivir fue un escenario clave durante la época romana, donde se desarrollaron importantes núcleos de población que aprovecharon los recursos naturales y la estratégica ubicación de la región. Entre estos asentamientos, destacan Osset y Tomares, dos localidades que, aunque con funciones diferentes, jugaron un papel fundamental en la organización territorial y económica de la Bética romana. En esta entrada, exploraremos cómo estas dos localidades contribuyeron al desarrollo de la región y qué huellas han dejado en la historia de Tomares.

    Osset, conocida también como Osset Iulia Constantia, fue una ciudad romana situada en la margen derecha del Guadalquivir, cerca de lo que hoy es San Juan de Aznalfarache. Su posición elevada le permitía controlar visualmente el estuario y las principales vías de comunicación, tanto terrestres como fluviales. Esta ubicación privilegiada convirtió a Osset en un centro administrativo y comercial de gran importancia durante la época romana.

    Las fuentes clásicas, como Plinio el Viejo, y las inscripciones epigráficas encontradas en la zona confirman la relevancia de Osset. La ciudad formaba parte de la red de asentamientos romanos en la Bética y estaba estrechamente vinculada a otras urbes importantes como Hispalis (Sevilla) y Gades (Cádiz). Su función principal era la gestión del territorio y la explotación de los recursos agrícolas, que se transportaban a través del río hacia otros puntos del imperio.

Centro de interpretación de Osset Julia Constancia en San Juan de Aznalfarache

    Las excavaciones arqueológicas han revelado restos de murallas, edificios públicos y viviendas, así como cerámica y monedas que atestiguan su actividad económica. Además, las necrópolis descubiertas en la zona nos ofrecen una visión de las prácticas funerarias y la composición social de sus habitantes. Osset no solo fue un núcleo de poder, sino también un reflejo de la capacidad de los romanos para organizar y explotar eficientemente el territorio.

    Mientras Osset destacaba como centro administrativo, Tomares se consolidó como un ejemplo de asentamiento rural dedicado a la explotación agrícola. Situado en las cercanías del Guadalquivir, Tomares formaba parte de un sistema de villas romanas que se extendían por las márgenes del estuario. Estas villas eran el motor de la producción agropecuaria, abasteciendo a las ciudades cercanas y contribuyendo a la economía del imperio.

    En Tomares se han encontrado restos de una villa romana que incluyen estructuras relacionadas con la producción de aceite y vino, dos de los productos más importantes de la Bética. Entre los hallazgos destacan las prensas de aceite (trapetum), los almacenes (horrea) y las áreas residenciales decoradas con mosaicos y pinturas murales. Estos elementos indican que la villa pertenecía a una familia de cierto nivel económico y social, probablemente vinculada a la élite local.

    Además, Tomares estaba conectado con otros asentamientos a través de una red de caminos y vías fluviales, lo que facilitaba el transporte de productos hacia los mercados regionales y el puerto de Hispalis. Esta integración en la red comercial romana refleja la importancia de la agricultura en la economía de la región y cómo Tomares se convirtió en un enclave clave para la producción y distribución de bienes.

    El poblamiento romano en las márgenes del Guadalquivir se caracterizó por una organización jerárquica del territorio. Ciudades como Osset actuaban como centros administrativos y comerciales, mientras que asentamientos rurales como Tomares se dedicaban a la producción agrícola. Esta estructura permitía una explotación eficiente de los recursos y una integración efectiva en el sistema económico del imperio.

    El río Guadalquivir jugó un papel fundamental como eje de comunicación y transporte. Su navegabilidad facilitaba el movimiento de mercancías y personas, lo que contribuía a la prosperidad económica de la región. Además, la construcción de infraestructuras como puentes, calzadas y puertos refleja el alto grado de desarrollo alcanzado durante la época romana.


EL TESORO DE TOMARES: UN VIAJE AL PASADO A TRAVÉS DE LAS MONEDAS ROMANAS

   

Tesoro de Tomares actualmente en el Museo Arqueológico
Imagen de Wikipedia

    En abril de 2016, durante unas obras rutinarias en el parque del Olivar del Zaudín, un grupo de operarios hizo un descubrimiento que cambiaría para siempre la historia de Tomares. Lo que inicialmente parecía un conjunto de piedras o restos arqueológicos menores resultó ser uno de los hallazgos numismáticos más importantes de España: un tesoro de más de 600 kilogramos de monedas romanas, datadas entre los siglos III y IV d.C. Este descubrimiento, calificado como único en su género, no solo ha arrojado luz sobre el pasado romano de la región, sino que también ha generado un enorme interés entre arqueólogos, historiadores y el público en general.
    El tesoro, compuesto por unas 53.000 monedas de bronce, fue encontrado en 19 ánforas de origen romano. Estas monedas, conocidas como follis, estaban en un estado de conservación excepcional, gracias a que habían permanecido enterradas durante más de 1.600 años. Según los expertos, el valor de estas monedas en su época habría sido suficiente para pagar los salarios de un ejército completo durante varios meses, lo que sugiere que el tesoro pudo estar relacionado con el pago de impuestos o con fondos destinados a financiar operaciones militares.
    Las monedas están acuñadas con los rostros de emperadores romanos como Maximiano y Constantino, figuras clave en la historia del Imperio Romano. Este detalle no solo confirma la antigüedad del tesoro, sino que también permite a los historiadores situar el hallazgo en un contexto político y social turbulento, marcado por las reformas administrativas y militares de la Tetrarquía, un sistema de gobierno establecido por el emperador Diocleciano.
Ánforas con las monedas en el Olivar del Zaudín
    Uno de los aspectos más fascinantes de este descubrimiento es el misterio que rodea su origen. ¿Por qué alguien enterraría tal cantidad de monedas? Las hipótesis son variadas. Algunos expertos sugieren que el tesoro pudo haber sido escondido durante un período de inestabilidad política o militar, como una forma de proteger la riqueza de posibles saqueos. Otra teoría apunta a que las monedas podrían haber sido parte de un cargamento destinado a pagar impuestos o a financiar obras públicas en la región.
    Además, el hecho de que las monedas estuvieran guardadas en ánforas, recipientes típicamente utilizados para transportar líquidos como vino o aceite, añade otro nivel de intriga. ¿Fueron reutilizadas estas ánforas para ocultar el tesoro? ¿O acaso formaban parte de un cargamento más amplio que nunca llegó a su destino? Estas preguntas siguen sin respuesta, pero lo que está claro es que el tesoro de Tomares es una ventana única al pasado, que nos permite imaginar cómo era la vida en la Hispania romana.
    Tras su descubrimiento, las monedas fueron trasladadas al Museo Arqueológico de Sevilla, donde un equipo de expertos se encargó de su restauración y estudio. Este proceso ha sido minucioso y complejo, ya que las monedas, aunque bien conservadas, requerían una limpieza y estabilización cuidadosas para evitar su deterioro. Gracias a este trabajo, se ha podido identificar no solo a los emperadores representados en las monedas, sino también detalles sobre su acuñación y circulación.
    El estudio de las monedas ha revelado que muchas de ellas fueron acuñadas en cecas (casas de moneda) ubicadas en ciudades como Roma, Treveris (actual Tréveris, en Alemania) y Lyon, lo que demuestra la extensa red comercial y administrativa del Imperio Romano. Además, el análisis de las inscripciones y símbolos en las monedas ha proporcionado información valiosa sobre la iconografía y la propaganda imperial de la época.    El tesoro de Tomares no solo es un hallazgo arqueológico de gran valor histórico, sino también un recordatorio de la riqueza cultural que yace bajo nuestros pies. Su descubrimiento ha puesto a Tomares en el mapa de la arqueología mundial, atrayendo a investigadores y turistas interesados en conocer más sobre este fascinante capítulo de la historia romana.
    Además, el tesoro ha impulsado iniciativas para preservar y difundir el patrimonio arqueológico de la región. El ayuntamiento y la Junta de Andalucía han trabajado en conjunto para garantizar que las monedas sean adecuadamente conservadas y expuestas al público, permitiendo que generaciones futuras puedan apreciar este legado. En la actualidad, las monedas del tesoro romano de Tomares se encuentran en el Museo Arqueológico de Sevilla, donde han sido trasladadas para su restauración, estudio y conservación
    En definitiva, el tesoro de Tomares es mucho más que un conjunto de monedas antiguas. Es un testimonio del esplendor del Imperio Romano, un enigma histórico que desafía nuestra comprensión del pasado y un símbolo del potencial que aún tiene la arqueología para sorprendernos. Cada moneda cuenta una historia, y juntas, nos invitan a viajar en el tiempo para descubrir los secretos de una civilización que, aunque desaparecida, sigue viva en sus huellas.

TOMARES: UN VIAJE DESDE EL MEGALODÓN HASTA LOS TURDETANOS

 

Diente megalodón hallado en Tomares

    La historia de Tomares es un fascinante recorrido que se remonta a millones de años atrás, cuando el territorio que hoy ocupa este municipio sevillano estaba sumergido bajo las aguas del antiguo Mediterráneo occidental, en lo que se conoce como el Corredor Bético. Durante la Era Terciaria, hace entre 70 y 2 millones de años, el valle del Guadalquivir era un brazo de mar que conectaba el Atlántico con el antiguo Mediterráneo Central o Tetis. Este estrecho, conocido como Estrecho Bético, se convirtió en un amplio golfo tras los plegamientos alpinos que formaron la Cordillera Penibética. Durante el Cuaternario, este golfo se fue rellenando con los aluviones del Guadalquivir, quedando reducido hoy al Golfo de Cádiz.

    La evidencia fósil de este período incluye un diente de megalodón, encontrado en Tomares y hoy expuesto en el Museo Arqueológico de Sevilla. Este impresionante depredador, ancestro del tiburón blanco, medía unos 16 metros y sus dientes alcanzaban entre 10 y 20 centímetros, lo que nos da una idea de la riqueza paleontológica de la zona.

    La Protohistoria, una fase no muy bien definida que se sitúa entre el final de la Prehistoria y el principio de la Historia antigua, estudia a aquellos grupos humanos ágrafos de los que se tienen noticias escritas gracias a fuentes indirectas contemporáneas. En el caso de Tomares, esta etapa está marcada por la presencia de los turdetanos, considerados los continuadores de la cultura tartésica.

    Sobre la procedencia del hombre en el sur de la península, existen varias teorías. Una de ellas sugiere un origen indoeuropeo, con restos humanos en Georgia datados en 1.800.000 años que llegaron a España hace 1.200.000 años, como lo demuestran los restos del yacimiento burgalés de Atapuerca. Otra teoría propone que el hombre llegó desde África, como lo sugiere el descubrimiento del llamado hombre de Orce (Homo habilis), con una antigüedad de 1,6 millones de años.


Situación de Tomares y Oset junto al Lago Ligustino
   

    Hace aproximadamente 100.000 años, el entorno del bajo Guadalquivir era muy diferente al actual. En lugar del río que conocemos hoy, existía una gran ensenada marina poco profunda conocida como el Golfo Tartésico, que constituía el estuario del río. Este golfo estaba precedido por un lago fluvial de escasa profundidad llamado Lago Ligustino o Lacus Ligustinus. Este lago, que se extendía desde Sevilla hasta el Golfo Tartésico, fue un elemento clave en la configuración del paisaje y la vida en la región.

    Durante el período Cuaternario (2,5 millones de años hasta la actualidad), se sucedieron períodos glaciares e interglaciares que dieron lugar a la formación de las terrazas fluviales y, en particular, a la formación del Aljarafe. Parece ser que podemos evidenciar ocupación antrópica del área próxima al Bajo Guadalquivir hace 700.000 años. Sucesivos procesos de relleno, producidos primero por aportes terciarios y más tarde por materiales y aluviones cuaternarios, convirtieron el antiguo mar en golfo y éste en el río que conocemos hoy.

    En el 4.000 a.C., ya en el período Neolítico, se produjo una progresiva colmatación del Lago Ligustinus, formándose pequeñas islas como Spal, que corresponde a la actual Sevilla. Un aumento de la temperatura global provocó una subida del nivel del mar, lo que contribuyó a la formación de la elevación del Aljarafe al norte del estuario. En esta época, es probable que existieran poblados palafíticos, es decir, viviendas construidas sobre pilotes en los bordes del lago.

    Tomares tiene sus raíces en este período. Su primera localización conocida se sitúa en el Zaudín, a orillas del Lago Ligustinus. Conforme el lago se fue desecando, una facción de la población se desplazó hacia San Juan, dando origen a Osset, mientras que otra se dirigió hacia Santa Eufemia. Así, tanto Tomares como Osset tienen su origen en un mismo poblado neolítico situado bajo el actual tanatorio de Tomares. El nombre de Osset, que significa "tierra de osos", hace referencia a la densa vegetación arbórea de encinas que caracterizaba la zona.

    Los turdetanos, considerados los continuadores de la cultura tartésica, marcaron un nuevo capítulo en la historia de Tomares. Este pueblo, que habitó la región desde el siglo XI a.C., fue uno de los más civilizados de la Península Ibérica a la llegada de los romanos. El geógrafo griego Estrabón alabó su próspera economía y su alto nivel cultural, destacando que eran los más cultos entre los íberos.

    En los años previos a la llegada de los romanos, los turdetanos fueron asimilados por los cartagineses, quienes bajo el mando de Amílcar Barca entraron en la península en el 237 a.C. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Púnica, los romanos se impusieron y la región pasó a formar parte de la provincia de Hispania. La Batalla de Ilipa en el 206 a.C. fue un momento clave, donde las tropas de Escipión vencieron a las de Asdrúbal Giscón y Magón Barca, consolidando el dominio romano en la región.


jueves, 30 de enero de 2025

TOMARES EN EL SIGLO XIV: DE FORTALEZA ASEDIADA A VILLA EN CRECIMIENTO



    Tomares en el siglo XIV: De fortaleza asediada a villa en crecimiento

    El siglo XIV fue una época de transformación para Tomares. Durante los siglos anteriores, la inestabilidad provocada por incursiones (ataques y razias de grupos musulmanes desde el Reino de Granada y otras zonas fronterizas) había marcado el devenir de la población. Sin embargo, con el reinado de Alfonso XI "el Justiciero" (1312-1350), un rey muy activo en la lucha contra los nazaríes de Granada (logró importantes victorias, como la conquista de Algeciras en 1344), consiguiendo estabilizar la frontera con el reino nazarí tras 76 años de lucha continuada. Esto permitió reducir los ataques en el Aljarafe sevillano y la consiguiente repoblación y desarrollo de la comarca. Es a partir de entonces cuando Tomares inicia un proceso de resurgimiento que la consolida como un núcleo habitado y estructurado dentro del Aljarafe sevillano.

Alfonso XI de Castilla

    En este periodo, Tomares presentaba una estructura fortificada con forma de pentágono, protegida por murallas y torres defensivas. Entre sus puntos clave se encontraba la Torre del Conde, situada en la actual zona de Aljamar Alto y el Garrotal (antiguo Zaudín Bajo), extendiéndose hacia la zona donde hoy se encuentra el colegio Al-Ándalus, descendiendo por la capilla del parque hasta la Torre de Navarro. De las tres torres que protegían el enclave, una de origen musulmán, ubicada junto a la actual Peña Sevillista, ha desaparecido con el paso del tiempo.

    El crecimiento de la población fue una de las principales consecuencias de la pacificación de la zona. Al amparo de la relativa estabilidad, Tomares comenzó a expandirse más allá de sus murallas, dando lugar a un aumento demográfico significativo para la época, alcanzando aproximadamente 150 habitantes. Esta expansión supuso también una transformación en la organización y aprovechamiento del territorio, especialmente en lo que respecta a las actividades agrícolas.

    En este aspecto, la Orden de San Juan jugó un papel fundamental en la enseñanza y fomento del cultivo del campo. Como orden militar y religiosa, no solo contribuyó a la defensa y administración del territorio, sino que también promovió el desarrollo agrícola en la zona. No obstante, con el paso del tiempo, la influencia de la orden sanjuanista fue disminuyendo no solo en Tomares sino en toda Castilla. Tras la conquista de Algeciras en 1344 la función militar perdió importancia y con ello la Orden de San Juan que era una institución con un enfoque más militar y hospitalario.  Aquí es donde aparece la Orden de San Francisco, que no eran militares y estaban más centrados en la evangelización y la vida comunitaria, y eran por tanto más adecuados para asumir la organización de la vida religiosa y económica en una zona ya pacificada.

    A comienzos del siglo XV, la Orden de San Francisco había establecido un convento en San Juan de Aznalfarache, desde donde ejerció su jurisdicción sobre varias localidades cercanas, incluyendo San Juan, Tomares y Castilleja. Con su influencia, el paisaje social y económico de la zona se transformó, favoreciendo la consolidación de una comunidad estable, dedicada a la agricultura y cada vez más integrada en las estructuras cristianas de la Baja Edad Media.

    El siglo XIV marcó, por tanto, un punto de inflexión en la historia de Tomares. De una población afectada por las incursiones y replegada en su fortificación, evolucionó hacia un asentamiento en crecimiento, con una población más numerosa y una economía basada en el trabajo de la tierra. La influencia de las órdenes religiosas, en especial la de San Juan y posteriormente la franciscana, resultó clave en esta evolución, preparando el terreno para la configuración de Tomares en los siglos siguientes.

TOMARES EN LA EDAD MEDIA: DESPOBLACIÓN, CONFLICTOS Y LA DIFÍCIL REPOBLACIÓN


      La conquista de Sevilla por Fernando III en 1248 supuso un cambio radical para la población musulmana del Aljarafe. Como parte de las condiciones de rendición, los musulmanes fueron obligados a ceder sus tierras a la nueva administración cristiana, aunque se les permitió seguir habitando ciertas zonas, como Sanlúcar y Aznalfarache, hasta 1253. Sin embargo, con la llegada al trono de Alfonso X, la situación se tornó aún más difícil para la población mudéjar, es decir, los musulmanes que permanecían en territorio cristiano. En 1257, el monarca ordenó su expulsión definitiva como parte de su política de consolidación del dominio cristiano en la región, pues la presencia de musulmanes era vista como un riesgo para la estabilidad del reino. La desconfianza hacia los mudéjares aumentó ante posibles alianzas con Granada y el Magreb, así como por su resistencia a la autoridad cristiana. Esta medida provocó el abandono masivo de pueblos y alquerías, dejando el territorio despoblado y dificultando su posterior repoblación debido a la inseguridad fronteriza.
    Este proceso de expulsión tuvo graves consecuencias demográficas y económicas. Muchas alquerías, pequeños núcleos rurales dedicados a la agricultura, quedaron deshabitadas y terminaron desapareciendo por falta de mano de obra para su explotación. Las tierras que antes cultivaban los musulmanes pasaron a estar controladas por el cabildo catedralicio de Sevilla y diversas órdenes religiosas, pero la ausencia de habitantes hacía difícil su aprovechamiento.
    La crisis se agudizó con la revuelta mudéjar de 1264, cuando los musulmanes que aún permanecían en la zona, sobre todo aquellos que habían logrado mantenerse tras la primera oleada de expulsiones, se rebelaron contra la autoridad cristiana. La represión que siguió a la revuelta fue intensa, y los supervivientes huyeron en su mayoría hacia el Reino de Granada o al Magreb. El territorio quedó entonces prácticamente deshabitado, con la mayoría de los antiguos pobladores musulmanes se refugiaron en lugares como Huelva, Osset o la propia ciudad de Sevilla.
    Tras la revuelta, el Aljarafe quedó convertido en un espacio de frontera peligroso e inestable. A pesar de los intentos de repoblación impulsados por la monarquía castellana, la presencia constante de incursiones de los nazaríes de Granada y los benimerines del norte de África desalentaba a los nuevos pobladores. Muchos de los cristianos que llegaban desde el norte de la península, con la esperanza de establecerse en estas tierras, acababan abandonándolas por temor a la inseguridad.
    En este contexto, a la hora de repoblar la zona, se consideraron diferentes opciones o ubicaciones para el nuevo asentamiento cristiano, y finalmente se eligió la zona de El Conde en el lado oriental de Tomares en lugar de la opción de Peralta. Este enclave, por su posición estratégica, ofrecía mejores condiciones defensivas. Para asegurar su control, se decidió reforzar las fortificaciones existentes y construir un alcázar o fortaleza. Esta estructura, cuya entrada principal se situaba en el actual callejón Bichuelas, comprendía una serie de murallas y torres de vigilancia que delimitaban el núcleo urbano.
Callejón Bichuelas
    El sistema defensivo de Tomares se extendía desde el área de la actual biblioteca municipal, pasando por la iglesia y la plaza de la Constitución, hasta Montefuerte. Una torre al sur del enclave, en la zona de El Conde, permitía una visión privilegiada sobre San Juan de Aznalfarache, un punto clave en la defensa de la región. Aunque no se conoce el nombre exacto de esta torre en la época medieval, es posible que se refiera a la Torre de Montefuerte, ubicada en la Hacienda de Montefuerte.
    Las murallas, que cerraban el núcleo central de la población, abarcaban desde el aparcamiento que hay junto al Ayuntamiento hasta la parte trasera de Montefuerte, conectando con el área del Garrotal y cerrándose cerca de la calle Calderona, junto al Colegio Al-Ándalus. Estas fortificaciones fueron esenciales para garantizar la permanencia de la población militar que llegaba desde el norte, evitando que abandonaran el territorio ante la amenaza musulmana. En la actualidad no se conservan restos visibles de las murallas medievales. Las que aparecen en la imagen inferior corresponden a una restauración reciente de las antiguas murallas posiblemente de la hacienda Montefuerte edificio del siglo XVII.

    Desde la Reconquista en el siglo XIII hasta la reorganización territorial de España en 1833, Tomares formó parte del Reino de Sevilla, uno de los cuatro reinos en que se dividía Andalucía. Este reino abarcaba las actuales provincias de Sevilla, Huelva, Cádiz y parte de Badajoz, y se organizaba en tierras de realengo (bajo control directo de la Corona) y de señorío (en manos de nobles y órdenes religiosas).
    Dentro de esta estructura territorial, Tomares quedó integrado en el distrito de Aznalfarache, que se dividía en cuatro mitaciones, una de ellas San Juan, que incluía además de Tomares, las localidades de Duchuelas, Camas, Zaudín, la calle Real de Castilleja y Aznalfarache. En los documentos de repartimiento de tierras, Tomares aparece registrado como un heredamiento, es decir, una concesión de tierras otorgada por el concejo de Sevilla a individuos que se comprometían a asentarse y explotarlas. Este modelo se diferenciaba del de los donadíos, que eran tierras entregadas con mayor autonomía a los beneficiarios.
    Ya en el siglo XVII el territorio de Tomares pasó a estar bajo el dominio de la Casa de Olivares y también de la Orden de San Juan, configurándose así un complejo entramado de señoríos laicos y eclesiásticos que marcarían el devenir de la localidad en los siglos posteriores.



LA ORDEN FRANCISCANA EN TOMARES: UN LEGADO DE FE Y DEVOCIÓN

    Los franciscanos, una orden religiosa fundada por San Francisco de Asís, llegaron al Aljarafe a comienzos del siglo XV. Su presencia en la región se consolidó con la fundación de un convento en San Juan de Aznalfarache. En 1399, el arzobispo de Sevilla, Gonzalo de Mena, alcanzó un acuerdo significativo con los frailes franciscanos: cedían la ermita de Santa María de las Cuevas a cambio del curato y beneficio de San Juan de Aznalfarache. Este acuerdo marcó el comienzo de una nueva etapa para la orden en la región.
Convento franciscano en San Juan de Aznalfarache
Artículo de Pedro Rueda

    Los frailes terceros franciscanos en un primer momento en el Convento de San Francisco ubicado en la zona de Aznalfarache, que en ese momento pertenecía a Tomares. Hacia 1500 se establecieron en  tomaron posesión de la ermita situada en la Calle Real de Castilleja de la Cuesta, que en aquel entonces también pertenecía a Tomares. Su enfoque era ya menos militar y más religioso, con una marcada cercanía al cultivo de la tierra. Desde allí, extendieron su jurisdicción a San Juan, el propio Tomares y Castilleja donde Fray Felipe de Mesía, un monje franciscano, utilizó la antigua capilla de la hacienda Montefuerte como parroquia para atender a los feligreses de Tomares.
    La presencia de los franciscanos en el actual Tomares se remonta al año 1520, cuando fray Antonio de Tablada, Visitador General de la Orden, otorgó a los frailes la propiedad de la Iglesia Parroquial Nuestra Señora de Belén y su feligresía, aunque esta iglesia no se construiría hasta el siglo XVII. La comunidad franciscana, que contaba con pocos bienes, recibió diversas ayudas del cabildo y se dedicó a la cura de almas para las gentes de San Juan y Tomares.
    Los franciscanos eran fervientes defensores del Misterio de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen María. Fomentaban la devoción mariana no solo predicando en las iglesias, sino también en plazas y mercados, integrándose entre el pueblo. Desde finales del siglo XV, se empezó a rendir culto a una imagen de la Inmaculada en una ventana a lo largo del Camino Real hacia Niebla y Huelva. Esta imagen se convirtió en un punto de oración para numerosos viajeros, entre ellos Cristóbal Colón. Curiosamente, Colón nombró una de las islas que descubrió en el Nuevo Mundo como “Santa María de la Concepción” en honor a esta devoción.
    La constitución de la Hermandad Sacramental de Tomares comenzó paralelamente a la fundación franciscana, con el objetivo de ampliar el culto y recoger beneficios. Aunque la iglesia no se construyó hasta 1688, la influencia franciscana ya estaba firmemente establecida. En la iglesia de Tomares, junto a la Sacristía, se conserva un lienzo datado de finales del siglo XVII y principios del XVIII, que muestra a San Gabriel con una espada y a los franciscanos otorgando el cordón a los que van al infierno.
    La orden franciscana no solo fundó la Hermandad Sacramental de Tomares, sino que también promovió la advocación a San Sebastián como patrón y a la Inmaculada de Castilleja de la Cuesta. Su legado perdura en la devoción y las tradiciones religiosas de Tomares, testimonio de su profunda influencia en la comunidad.

LOS CARTUJOS EN TOMARES: UN CAPÍTULO FUNDAMENTAL EN LA HISTORIA MONÁSTICA Y LOCAL

Monasterio de la Cartuja en Sevilla

    Los Cartujos tienen una notable presencia en Tomares debido a la transformación de la ermita de Santa María de las Cuevas en monasterio a comienzos del siglo XV. En 1394, los franciscanos levantaron la ermita, que fue dedicada a la Virgen María. Seis años después, en 1400, el arzobispo de Sevilla obtuvo permiso para fundar un monasterio cartujo en el lugar, iniciando así la conversión de la ermita en un centro monástico más grande.
    El establecimiento del monasterio en Tomares fue resultado de un acuerdo entre el arzobispo y los franciscanos, quienes cedieron la ermita a cambio de la propiedad del Castillo de San Juan de Aznalfarache. La ermita pasó a manos de la Orden Cartuja, que consolidó su presencia en la región.
    Antes de convertirse en ermita, el lugar había sido utilizado por los almohades en el siglo XII para la producción alfarera, aprovechando la proximidad al río Guadalquivir y la abundancia de arcillas en la zona. Esta tradición continuó en los siglos posteriores, especialmente con los alfareros de Triana.
    Según una leyenda de 1248, tras la Reconquista, se encontró una imagen de la Virgen María en una de las cuevas del lugar, lo que llevó a la construcción de la ermita. A finales del siglo XIV, la ermita estuvo bajo la dirección de la Orden Franciscana.
    Con la llegada de los cartujos en 1400, el monasterio se convirtió en un centro religioso y espiritual influyente, y la comunidad cartuja se benefició de tierras y propiedades que adquirió con el tiempo, consolidando su presencia en la región.
    Uno de los momentos más importantes en la historia del Monasterio de Santa María de las Cuevas y su relación con Tomares fue la intervención de Don Fernando de Torres, prior del monasterio entre 1410 y 1467. Este personaje, que desempeñó un papel clave en la consolidación de la comunidad cartuja, dejó un legado duradero, especialmente para la localidad de Tomares. Su influencia trascendió lo meramente religioso, pues su actuación contribuyó a un desarrollo económico y social significativo para la zona.
    Al final de su vida, Don Fernando de Torres tomó una decisión trascendental para el futuro del monasterio y su relación con Tomares. En su testamento, cedió a la comunidad cartuja la alquería de Esteban de Arones, una propiedad agrícola que estaba situada en el municipio de Tomares, en una zona que, por su proximidad al río Guadalquivir, era propensa a las frecuentes inundaciones. Esta alquería, conocida por su vulnerabilidad a las crecidas del río, fue designada por Don Fernando para ser un refugio seguro para los monjes cartujos en tiempos de inundaciones, lo que fue de gran importancia, dado que la zona del Guadalquivir solía sufrir intensas crecidas que afectaban a las tierras circundantes.
    La alquería de Esteban de Arones no solo cumplía con una función de refugio, sino que, al ser cedida a los cartujos, se transformó en un centro productivo clave para el monasterio. Los monjes cartujos, conocidos por su vida eremítica y austera, también eran expertos en la gestión de tierras y la producción agrícola, lo que les permitió aprovechar las tierras de la alquería para desarrollar diversas actividades agrícolas. Esta explotación agrícola no solo ayudó a proporcionar alimentos para la comunidad monástica, sino que también contribuyó a la autosuficiencia del monasterio, un aspecto crucial en la vida de los cartujos, que se caracterizaban por su independencia material para poder dedicarse plenamente a la oración y la meditación.
    La gestión de la alquería de Esteban de Arones incluyó la siembra de diversos cultivos, tales como cereales, viñedos, huertas y olivos, y el desarrollo de actividades ganaderas. Además, la cercanía al Guadalquivir permitió a los monjes aprovechar el agua del río para riego, lo que les permitió maximizar la productividad de las tierras, incluso en épocas de sequía. De este modo, la alquería se convirtió en un punto neurálgico en la estructura económica del monasterio, permitiendo a la comunidad cartuja abastecerse de los recursos necesarios sin depender de fuentes externas, un principio clave para la vida monástica cartuja.
    El legado de Don Fernando de Torres, por tanto, no solo tuvo un impacto religioso, sino que también fortaleció la conexión del monasterio con la comunidad local, al ofrecer a los cartujos un espacio donde vivir y trabajar, al mismo tiempo que se protegía el patrimonio monástico en una época de posibles inestabilidad y desastres naturales. La alquería de Esteban de Arones se convirtió en un símbolo de la relación entre la monarquía local, la Iglesia y las tierras de Tomares, consolidando la presencia de la Orden Cartuja en la zona y su influencia en la agricultura y el desarrollo económico del municipio.
    Este legado perduró a lo largo de los siglos, ya que la comunidad cartuja continuó gestionando las tierras de la alquería, aumentando su prosperidad e influencia en la región, hasta que las expropiaciones y cambios en las leyes agrarias y religiosas, en el siglo XIX, afectaron al monasterio y sus propiedades. Sin embargo, el legado de Don Fernando de Torres y su contribución al establecimiento de la comunidad cartuja en Tomares sigue siendo un hito importante en la historia local, pues marcó un punto de inflexión en la historia del monasterio y en el desarrollo económico de la localidad, consolidando la presencia de la Orden Cartuja en la región.

Alquería de Esteban de Arones en el mapa de Obando de 1628

HERNAN CORTÉS Y TOMARES: LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL CONQUISTADOR EN LA CALLE REAL


Hernán Cortés. Imagen del diario ABC


    Hernán Cortés, el famoso conquistador de México, mantuvo una vínculo significativo con Tomares durante los últimos años de su vida. Si bien su legado está profundamente ligado a la conquista del Imperio azteca, su presencia en Tomares forma parte de la historia local, especialmente en relación con la administración de tierras y la propiedad de su residencia en la Calle Real.

    En el siglo XVI, el Concejo de Tomares administraba un extenso territorio que incluía los terrenos de Coca de la Piñera, parte de la hacienda del Conde de Altamira. En 1539, la Calle Real de Castilleja fue desligada de la Orden de Santiago y pasó a ser propiedad de la Corona, quedando bajo la administración municipal de Tomares. Este contexto histórico es crucial para entender la relación entre Cortés y Tomares, ya que su residencia se encontraba precisamente en esta zona.

Lápida conmemorativa

    A la edad de 62 años, Hernán Cortés pasó sus últimos días en el palacio situado en la Calle Real de Castilleja. A pesar de haber solicitado ser enterrado en Coyoacán, México, su fallecimiento el 2 de diciembre de 1547 en Castilleja de la Cuesta provocó que su cuerpo permaneciera inicialmente en España. Su testamento fue validado por el escribano público del Concejo Municipal de Tomares, Tomás del Río, consolidando así la relación del conquistador con esta localidad sevillana.

Palacio de Hernán Cortés en la calle Real de Castilleja

    El palacio donde Cortés pasó sus últimos días es una construcción del siglo XVI de estilo neomudéjar, con recios muros y almenas que le confieren un aspecto de fortaleza. Tras la muerte del conquistador, la edificación cayó en el abandono hasta el siglo XIX, cuando fue adquirida por Alfonso de Orleans, duque de Montpensier, quien lo utilizó como residencia de verano. A finales del siglo XIX, el inmueble fue cedido a una congregación de religiosas irlandesas procedentes de Gibraltar, quienes llegaron a Sevilla en septiembre de 1899. Desde entonces, este grupo, conocido popularmente como "Las Irlandesas", se hizo cargo de la propiedad. En 1903, la reina María Cristina les otorgó la titularidad del edificio, convirtiéndolo en un colegio que sigue en funcionamiento hasta el día de hoy.

 

EL MAPA DE OBANDO DE 1628: UNA VENTANA A LA HISTORIA DE TOMARES


Mapa de Obando, de 1628


    EMapa de Obando de 1628, titulado “Planta de la villa de Tomares y de San Juan su anejo y alquerías de Santofimia, cuya jurisdicción, señorío y vasallaje compró el señor Conde Duque de Olivares en la ciudad de Sevilla en 1628”, es un documento cartográfico de gran valor histórico para entender el desarrollo urbano y territorial de Tomares. Este mapa, elaborado por el alférez Miguel de Obando, fue encargado por el Conde Duque de Olivares, Gaspar de Guzmán, con el objetivo de conocer las medidas exactas de estos lugares y su organización en el siglo XVII.

    El mapa no solo representa la villa de Tomares, sino también su anejo, San Juan de Alfarache, y las alquerías de Santofimia (Santa Eufemia). Entre los lugares destacados que aparecen en el mapa se encuentran las alquerías de la Mascareta, Zaudín Bajo y Santafimia (Santa Eufemia). Este documento gráfico es fundamental para comprender el origen del Tomares moderno, cuyo núcleo original se sitúa en torno a la Hacienda de Santa Ana (actual Ayuntamiento) y la Hacienda de Montefuerte (actual Biblioteca), extendiéndose hasta el manantial de la Fuente de Tomares (calle La Fuente).

En el siglo XVII, el término de Tomares contaba con catorce alquerías o haciendas habitadas, muchas de las cuales han perdurado hasta nuestros días. Sin embargo, el mapa excluye algunas, como la Hacienda de Zaudín, por estar demasiado alejada del núcleo primitivo, y la Hacienda de Santa Ana, que aún no existía en 1628.

    La única hacienda representada en el mapa de 1628, aparte de Santa Eufemia, es la Hacienda de Montefuerte. Esta se muestra con una torre y una iglesia como parte intrínseca de su estructura. La torre servía como contrapeso del molino de aceite, típico de estas haciendas. La puerta de entrada a la hacienda, situada detrás de la parroquia, aún conserva los escudos en su portada y da acceso a la actual Plaza de la Constitución. Estos elementos formaban parte de los límites septentrionales de la hacienda, que aparece amurallada en el mapa.

    El origen de la urbanización actual de Tomares parece tener su eje central en el cruce del “Camino Viejo” hacia Sevilla con el camino a Castilleja de la Cuesta. Este eje se identifica con las actuales calles de Tomás de Ybarra, Navarro Caro, Clara Campoamor y Calle de la Fuente, donde se localizan enclaves de interés como las Haciendas de Santa Ana, Montefuerte y Zaudín Bajo, la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Belén y el manantial de la Fuente de Tomares.

    Tras la muerte de Gaspar de Guzmán, Tomares y San Juan pasaron a manos de Luis Méndez de Haro, heredero del título, y posteriormente a su nieto Gaspar de Haro, quien no tuvo descendencia masculina. Su hija, Catalina, se casó con el Duque de Alba, consolidando así el control de la nobleza sobre estas tierras. Sin embargo, en el siglo XIX, tras la desamortización de Madoz en 1855, gran parte de la propiedad del territorio aljarafeño pasó a manos de la burguesía agraria sevillana. Durante este período, las haciendas comenzaron a cobrar protagonismo no solo como caseríos del olivar, sino también como residencias temporales de la burguesía agraria, que consolidó su poder territorial y político. Mientras tanto, la mayoría de la población trabajaba en el campo y en pequeñas manufacturas.

LA CALDERONA EN TOMARES: UN OLIVAR, UNA ACTRI Y UN HIJO DE REY

La Calderona. Imagen de Wikipedia CC

    En el siglo XVII, durante el reinado de Felipe IV, Tomares fue testigo de un curioso episodio histórico que vinculó a la corona española con una de las figuras más fascinantes de la época: María Calderón, conocida como La Calderona. Este nombre no solo quedó asociado a la actriz madrileña, favorita del rey, sino también a una suerte de olivar en Tomares que pasó a manos de su hijo, Juan José de Austria, fruto de su relación con el monarca.

    La historia comienza con el Conde-Duque de Olivares, valido de Felipe IV y una de las figuras más poderosas de la corte. En 1625, el Conde-Duque había adquirido unas alcabalas (impuestos sobre la venta de bienes) que, sin embargo, no llegó a pagar en su totalidad. Ante esta deuda, se vio obligado a devolverlas a la hacienda real. Como parte de este proceso, cedió una suerte de olivar en Tomares, que pasó a manos del infante Juan José de Austria, hijo ilegítimo del rey y de María Calderón. Este olivar recibió el nombre de La Calderona, en honor a la madre del infante.

    María Calderón, conocida en los círculos teatrales de Madrid como La Calderona, fue una actriz de gran talento y belleza que cautivó al rey Felipe IV. Aunque estaba casada y era viuda de un yerno del Conde-Duque de Olivares, su relación con el monarca dio fruto a un hijo: Juan José de Austria. Este hecho no pasó desapercibido en la corte, donde la reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, mostró su indignación al descubrir que el rey había colocado a la actriz en un lugar destacado de la Plaza Mayor de Madrid durante unas festividades. La reina logró que María fuera relegada a un lugar más discreto, que el pueblo bautizó irónicamente como el balcón de Marizápalos, en alusión a su condición de amante real.

Balcón de Marizápalos, en la Plaza Mayor de Madrid

    A pesar de los deseos de María Calderón de mantener a su hijo cerca, Juan José de Austria fue apartado de su madre y entregado a una familia de confianza para ser educado como príncipe. Reconocido como hijo ilegítimo del rey, Juan José de Austria llegaría a ser una figura clave en la política española del siglo XVII, destacando como militar y político durante el reinado de su medio hermano, Carlos II.

    El olivar de La Calderona en Tomares no solo representa un vínculo entre Tomares y la corona, sino también un testimonio de las complejas relaciones de poder, intrigas y pasiones que marcaron la España del Siglo de Oro. Este episodio histórico, en el que se entremezclan el amor, la política y el teatro, nos recuerda cómo los nombres y los lugares pueden guardar historias fascinantes que trascienden el tiempo.

    Hoy, La Calderona sigue siendo un símbolo de aquella época, un legado que conecta a Tomares con uno de los periodos más apasionantes de la historia de España. A través de este olivar, podemos imaginar las vidas de aquellos personajes que, desde la corte o el escenario, dejaron una huella imborrable en la memoria colectiva. Como testimonio de su relevancia histórica, el municipio de Tomares ha honrado su memoria dedicándole una calle, un gesto que refuerza el vínculo entre el pasado y el presente, y que invita a los vecinos y visitantes a recordar la fascinante historia que une a esta localidad sevillana con una de las figuras más intrigantes del Siglo de Oro.

HACIENDA ZAUDÍN ALTO: UN VIAJE POR LA HISTORIA Y LA ARQUITECTURA DE TOMARES


    La Hacienda Zaudín Alto, situada en el término municipal de Tomares, es un enclave histórico que ha sido testigo de siglos de transformaciones sociales, económicas y arquitectónicas. Su ubicación, cerca del antiguo cordel que comunicaba Sevilla con Aznalcázar, la convierte en un punto estratégico dentro de la red de caminos y vías que conectaban la capital hispalense con otras localidades de la provincia. Este lugar, que en sus orígenes fue una alquería durante la Edad Media, evolucionó con el tiempo hasta convertirse en una próspera hacienda olivarera, reflejo de la importancia que el cultivo del olivo y la producción de aceite tuvieron en la economía andaluza.


   
    Zaudín Alto tiene sus raíces en la época medieval, cuando funcionaba como un pequeño núcleo poblacional dedicado a la agricultura. Sin embargo, fue tras el descubrimiento de América cuando la hacienda adquirió un papel destacado en el comercio del aceite de oliva. Este producto, fundamental en la dieta mediterránea, se convirtió en uno de los principales motores económicos de la región, y Zaudín Alto no fue una excepción. La hacienda se integró en la red de explotaciones agrícolas que abastecían a Sevilla, ciudad que, gracias a su puerto, se erigió como centro neurálgico del comercio con las Indias.

    En el siglo XVII, la propiedad pasó a manos de la familia Bécquer, de origen flamenco, que había acumulado riqueza gracias al comercio de lana a través del puerto de Sevilla. Miguel Bécquer, en 1622, fundó el Mayorazgo de la familia, una institución que permitía mantener unidos los bienes familiares y transmitirlos íntegramente al primogénito. Sin embargo, con el paso del tiempo, los sucesores de los Bécquer abandonaron el comercio y no supieron administrar adecuadamente sus propiedades, lo que llevó a la familia al borde de la ruina. Curiosamente, como revela un artículo de ABC, los Bécquer poseían un auténtico tesoro sin saberlo: en 2016, durante unas obras en el cercano municipio de Tomares, se descubrió un impresionante conjunto de monedas romanas del siglo III d.C., que habrían estado bajo tierras que pertenecieron a la familia. Este hallazgo pone de manifiesto la riqueza histórica y arqueológica de la zona, que los Bécquer nunca llegaron a aprovechar.

    A pesar de su mala gestión, el mayorazgo y, por tanto, Zaudín Alto, permanecieron en manos de la familia hasta mediados del siglo XIX. Entre los miembros más ilustres de esta familia destaca el poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer, cuya obra literaria ha dejado una huella imborrable en la cultura española. Sin embargo, la historia de los Bécquer en Zaudín Alto está marcada por la ironía: mientras la familia se arruinaba, bajo sus tierras yacía un tesoro que podría haber cambiado su destino.
    
    Con la desvinculación de los mayorazgos en 1841, Zaudín Alto pasó a manos de la familia Ruiz-Giménez, una de las más influyentes de la época. Joaquín Ruiz Giménez, alcalde de Madrid y ministro durante el reinado de Alfonso XIII, fue uno de los propietarios más destacados. Su hijo, Joaquín Ruiz Giménez Cortés, también jugó un papel relevante en la historia reciente de España, al ser ministro de Educación Nacional en 1951 y participar en la creación de la Plataforma de Convergencia Democrática. Además, fue el primer Defensor del Pueblo de la España democrática, un cargo que refleja su compromiso con los derechos y las libertades ciudadanas.

    El edificio que hoy conocemos como Hacienda Zaudín Alto se organiza en torno a un patio señorial, un elemento característico de la arquitectura tradicional andaluza. La torre mirador, con sus dobles arcos de medio punto enmarcados por pilastras y cubierta de teja árabe a cuatro aguas, es uno de los elementos más emblemáticos de la construcción. Sin embargo, los jardines y gran parte de las estructuras originales han sufrido importantes transformaciones, especialmente debido a la construcción de un campo de golf en los terrenos adyacentes. Esto ha dificultado el reconocimiento de los elementos originales, ya que la mayor parte del edificio actual es de construcción reciente.

    A pesar de estas modificaciones, Zaudín Alto sigue siendo un lugar cargado de historia y simbolismo. Su evolución desde una alquería medieval hasta una hacienda olivarera, y posteriormente hasta su estado actual, es un reflejo de los cambios económicos, sociales y políticos que han marcado la historia de Andalucía. Hoy, este enclave no solo es un testimonio del pasado, sino también un espacio que invita a reflexionar sobre la importancia de preservar nuestro patrimonio histórico y cultural.


TOMARES Y SAN JUAN DE AZNALFARACHE: EL DESLINDE TERRITORIAL Y SU HERENCIA HISTÓRICA

    
Escudos de Tomares y San Juan de Aznalfarache


    La historia de Tomares y San Juan de Aznalfarache está marcada por una relación que se remonta a siglos atrás, cuando ambas localidades compartían una estrecha vinculación administrativa y territorial. Durante mucho tiempo, hasta finales del siglo XIX, Tomares formaba parte del municipio de San Juan, dependiente de la administración de esta última. Sin embargo, el proceso de segregación que tuvo lugar en 1890 significó un hito crucial en la historia de ambos pueblos, ya que no solo definió sus territorios, sino que también sentó las bases para su evolución independiente, dando paso a la configuración política y social que conocemos hoy.

    Este proceso de separación no fue un acto aislado, sino el resultado de una serie de factores sociales, económicos y demográficos que marcaron la pauta en el contexto de la época. A lo largo del siglo XIX, San Juan de Aznalfarache experimentó un rápido crecimiento económico gracias a su desarrollo industrial y comercial, lo que convirtió a la localidad en un centro neurálgico de la comarca del Aljarafe. Este auge provocó un aumento significativo de su población, que en pocas décadas pasó de ser una pequeña localidad rural a convertirse en un importante núcleo de servicios y comercio.

    En este contexto, la segregación de Tomares fue una respuesta a la necesidad de autonomía de una población que había ido creciendo poco a poco, pero que aún mantenía una estructura económica más ligada a la agricultura. La separación, formalizada en 1890, no solo otorgó a Tomares su propia identidad administrativa, sino que también permitió a ambos municipios trazar su propio destino. En el momento de la segregación, la población de Tomares era de 590 habitantes, mientras que San Juan contaba con 586. Aunque las cifras eran casi idénticas, la distribución de los recursos y los bienes municipales fue un aspecto clave en la resolución del proceso. A Tomares se le asignaron 500 hectáreas de territorio, lo que definió su jurisdicción, y también se estableció un reparto económico que incluyó una asignación de 35.530 pesetas para San Juan y 35.288 para Tomares.

    Este acto de separación política no solo marcó el rumbo administrativo de ambos municipios, sino que también dejó su huella en el aspecto simbólico y heráldico. El escudo de Tomares, por ejemplo, es un claro testimonio de la historia compartida con San Juan. Su diseño incluye una cruz de San Juan de Jerusalén, presente en los espacios superior e inferior del escudo, que refleja la vinculación de ambas localidades con la orden medieval. Además, flanqueando la cruz, se observan dos torres de oro que complementan el simbolismo histórico de la localidad. La Corona Real Cerrada que aparece como timbre, hace referencia a la relación de Tomares con la monarquía, un símbolo de su trascendencia histórica.

Actual término municipal de Tomares

    Aunque la separación política permitió que ambos municipios siguieran su propio camino, las huellas de esa historia compartida siguen siendo evidentes en la configuración territorial y en la identidad cultural de la región. San Juan de Aznalfarache continuó su evolución como un importante centro industrial y comercial, mientras que Tomares, aunque conservó una identidad agrícola, comenzó a expandirse en el siglo XX hacia un modelo más residencial, que hoy en día lo convierte en una localidad en pleno crecimiento.

    El legado de aquel proceso de segregación sigue vivo en la memoria colectiva de la región, y la estrecha relación entre ambos municipios, aunque administrativamente separada, persiste en muchos aspectos, desde las tradiciones compartidas hasta las infraestructuras que conectan las localidades. El escudo de Tomares, con su cruz de San Juan, sigue siendo un símbolo de ese vínculo que perdura a través del tiempo, testimoniando la herencia histórica y cultural que ambos municipios comparten, incluso después de más de un siglo de separación.



TOMARES EN LA GUERRA CIVIL: OCUPACIÓN, REPRESIÓN Y MEMORIA HISTÓRICA (1936-37)


    

    La Guerra Civil española (1936-1939) marcó un antes y un después en la historia de España, y Tomares, como muchas otras localidades, no fue ajena a los dramáticos acontecimientos que se desencadenaron tras el Golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Aunque inicialmente no se produjeron incidentes graves en el pueblo, la llegada de las fuerzas sublevadas y la posterior represión dejaron una profunda huella en la localidad. Este artículo busca reconstruir aquellos hechos, recordar a las víctimas y reflexionar sobre la importancia de preservar la memoria histórica.

    Tras el fallido golpe de Estado que dio inicio a la guerra, las fuerzas sublevadas comenzaron a extender su control por Andalucía. En Tomares, la tranquilidad inicial se rompió el 24 de julio de 1936, cuando falangistas de la llamada "Columna Carranza" llegaron al pueblo acompañados por la Guardia Civil. Estos grupos, leales al bando franquista, ocuparon Tomares sin encontrar resistencia, ya que la localidad no contaba con una estructura organizada para defenderse. La toma del pueblo fue rápida y efectiva, pero marcó el inicio de un periodo oscuro para sus habitantes.

    En los seis meses posteriores a la ocupación, la represión se intensificó. Según los registros históricos, 44 vecinos de Tomares, de una población total de aproximadamente 2.300 habitantes, fueron asesinados. La mayoría de estas ejecuciones tuvieron lugar en Sevilla, donde las autoridades franquistas llevaban a cabo una campaña sistemática de eliminación de opositores políticos, sindicalistas y personas vinculadas a organizaciones de izquierdas.

    La represión no se limitó a los asesinatos. Las detenciones masivas y el control social se convirtieron en herramientas habituales para imponer el nuevo orden. Muchos tomareños fueron acusados de ser "rojos" o simpatizantes de la República, y sus familias quedaron marcadas por el estigma de la persecución.

    Uno de los aspectos más impactantes de la represión en Tomares fue el uso de propiedades privadas como centros de detención. Ante la masificación de las prisiones en Sevilla, las autoridades franquistas recurrieron a improvisar cárceles temporales. Una de ellas fue la hacienda que hoy alberga el ayuntamiento de Tomares, propiedad en aquel entonces de la familia Ybarra, una de las más influyentes de la oligarquía sevillana.

Vapor Cabo Carvoeiro cárcel flotante en el puerto de Sevilla
Imagen tomada de Diario.es


    Además, otra propiedad de los Ybarra, el vapor Cabo Carboeiro, atracado en el puerto de Sevilla, fue convertido en una cárcel flotante. Este barco, que originalmente se utilizaba para el transporte de mercancías, se transformó en un lugar de reclusión para cientos de detenidos, entre ellos numerosos tomareños. El Cabo Carboeiro se convirtió en un símbolo del horror franquista en Sevilla. Las condiciones a bordo eran inhumanas: los presos sufrían hacinamiento, falta de higiene, alimentación insuficiente y malos tratos. Muchos de ellos eran trasladados al barco tras ser detenidos en redadas o sacados de sus hogares en medio de la noche.

    El Cabo Carboeiro no fue la única cárcel flotante en Sevilla, pero su historia es especialmente significativa por el número de personas que pasaron por sus bodegas y por las terribles condiciones que soportaron. Según testimonios recogidos en el artículo, algunos presos describieron el barco como un "infierno flotante", donde las enfermedades y el hambre eran constantes. Además, el barco servía como punto de tránsito antes de que muchos detenidos fueran llevados a otros centros de reclusión o fusilados.

    La familia Ybarra no fue la única en colaborar con el bando sublevado, pero su papel fue especialmente relevante. Como parte de la oligarquía terrateniente, los Ybarra apoyaron activamente al régimen franquista, cediendo sus propiedades para fines represivos. Esta colaboración refleja cómo las élites locales se alinearon con los sublevados, contribuyendo a la consolidación de su control sobre el territorio.

    Los hechos ocurridos en Tomares durante los primeros meses de la Guerra Civil son un recordatorio de la violencia y la injusticia que marcaron aquel periodo. La represión franquista no solo acabó con la vida de decenas de tomareños, sino que también dejó una herida profunda en la comunidad, cuyas consecuencias se extendieron durante décadas.

    Hoy, más de ochenta años después, es fundamental recordar estos hechos para preservar la memoria histórica de Tomares. Conocer lo ocurrido nos ayuda a entender el pasado, honrar a las víctimas y construir un futuro basado en la justicia y la reconciliación. La localidad, como tantas otras en España, tiene el deber de mantener viva esta memoria para que las generaciones futuras no olviden los errores del pasado.