viernes, 16 de mayo de 2025

TOPONIMIA Y MEMORIA: EL LEGADO DE SANTA EUFEMIA EN TOMARES

    Toponimia y memoria: el legado de Santa Eufemia en Tomares

Santa Eufemia de Calcedonia

    En el corazón del Aljarafe sevillano, entre naranjales y urbanizaciones, se alza la antigua Hacienda de Santa Eufemia, uno de los asentamientos históricos más antiguos del término municipal de Tomares. Pero ¿por qué se llama así este lugar? ¿Quién fue esa santa que le dio nombre a una alquería andalusí cristianizada y luego a una hacienda barroca?

    Tras la conquista castellana de Sevilla en 1248, la reorganización del territorio vino acompañada de una transformación simbólica: alquerías, caminos y tierras pasaron a ser rebautizados con nombres de santos, vírgenes y mártires cristianos. Era una forma de borrar la huella islámica y afirmar una nueva identidad espiritual sobre el paisaje.

    La antigua alquería de época islámica, que en Tomares reaprovechaba un asentamiento romano tardío, recibió entonces el nombre de Santa Eufemia. Probablemente se fundó una pequeña ermita o se promovió su advocación en ese lugar, como era costumbre para proteger las tierras y a sus moradores. Con el tiempo, el topónimo sobrevivió en la designación de la hacienda agrícola que heredó el nombre y que aún conserva vestigios de su pasado rural.

    Santa Eufemia fue una mártir cristiana nacida en Calcedonia, en la región de Bitinia (actual Turquía), y su historia fue transmitida desde la Antigüedad tardía con tintes claramente legendarios. Según la tradición, Eufemia fue arrestada alrededor del año 310 por negarse a participar en sacrificios paganos. Ante el juez, confesó abiertamente su fe cristiana, lo que desató una cadena de tormentos que desafían toda imaginación medieval:

    Según la tradición hagiográfica, Santa Eufemia fue sometida a brutales tormentos: le rompieron los dientes, fue obligada a caminar sobre cuchillas ocultas bajo tierra y arrojada a una hoguera que no logró quemarla. Más tarde fue atada a una rueda rellena de brasas y estrujada como una aceituna entre enormes muelas, de las que habría sobrevivido siete días gracias al auxilio de un ángel. Finalmente, fue arrojada al foso de los leones, que en lugar de devorarla, la veneraron.

    Pero ni siquiera las fieras la tocaron: según el relato, los leones lamieron sus pies y, en un gesto milagroso, entrelazaron sus colas para formar un trono donde Eufemia se sentó como una reina. Solo entonces fue finalmente decapitada, alcanzando el martirio.

    Es este extraordinario relato, mezcla de fe y resistencia sobrehumana, el que explica el prestigio del nombre de Santa Eufemia en la Edad Media cristiana. Elegirla como protectora de una tierra recién conquistada tenía un sentido espiritual y político: era una santa indestructible, incorruptible ante el mal, símbolo de victoria y fe.

    Así, la Hacienda de Santa Eufemia no es solo un lugar del paisaje tomareño, sino también un vestigio de un tiempo en que los nombres se cargaban de sentido religioso, y los mártires, como Eufemia, caminaban entre fieras y espadas, como si el propio terreno andaluz necesitara mártires para afianzar su nueva identidad cristiana.

viernes, 25 de abril de 2025

LA ORDEN DE SAN JUAN EN TOMARES: DE HOSPITALARIOS A GUERREROS EN LA RECONQUISTA

Cruz de Malta
   
     El territorio aljarafeño, especialmente las localidades de San Juan de Aznalfarache y Tomares, desempeñaron un papel fundamental en el proceso de repoblación que siguió a la conquista de Sevilla en 1248. En esa época, las órdenes militares jugaban un rol esencial no solo en la defensa, sino también en la organización y transformación de los territorios recién conquistados. Una de las órdenes más influyentes en este proceso fue la Orden Militar de San Juan, que, el 25 de febrero de 1248, recibió en su poder el castillo que le dio nombre a la actual localidad de San Juan de Aznalfarache. Este hecho marcó el inicio de una presencia prolongada de la orden en el Aljarafe, donde su influencia sería determinante durante varios siglos, incluyendo el cercano municipio de Tomares.

    La Orden de San Juan tiene sus orígenes en Jerusalén a finales del siglo XI, inicialmente como la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén. Su misión inicial era proporcionar cuidados a los peregrinos y a los enfermos, un acto de caridad que adquirió una gran relevancia en una época marcada por la peregrinación religiosa y la lucha contra la peste y otras enfermedades. Sin embargo, a medida que avanzaba el siglo XII, la orden se transformó en una orden militar debido a las crecientes necesidades defensivas del mundo cristiano. Combatir a los musulmanes en la península ibérica comenzó a considerarse, al igual que el cuidado de los enfermos, un acto de caridad y devoción.

    La Orden de San Juan se extendió rápidamente por toda Europa, y desde principios del siglo XII, comenzó a establecerse en la península ibérica. Su intervención en la Reconquista fue clave, y en 1248, participaron activamente en la conquista de Sevilla, una de las ciudades más estratégicas del sur de la península. La orden permaneció en el territorio aljarafeño hasta 1480, un periodo durante el cual su influencia sobre la región fue significativa, tanto en términos militares como en el proceso de repoblación.

    El rey de Castilla, consciente de los servicios prestados por la Orden de San Juan en la lucha contra los musulmanes, les concedió una serie de privilegios, incluyendo la exención tributaria y fiscal. A cambio de su apoyo militar, los miembros de la orden recibieron grandes extensiones de tierra en el Aljarafe, que abarcaban desde las cercanas localidades de San Juan y Tomares, hasta otras áreas del territorio. En Tomares, la orden jugó un papel clave en la organización de la vida rural y en la consolidación de la repoblación, mediante la distribución de tierras y la implantación de nuevas formas de cultivo, contribuyendo a la transformación del municipio.

    En Sevilla, la Orden de San Juan se estableció en una ubicación estratégica entre las actuales calles de San Vicente y Torneo, cerca de la Puerta de San Juan. Este punto de acceso desde el Aljarafe era crucial para el control de la ciudad, ya que permitía la entrada de mercancías y productos a través del río Guadalquivir. El control de este muelle fluvial permitió a la orden no solo tener un control militar sobre el acceso a la ciudad, sino también jugar un papel importante en el comercio de la época. Este muelle permaneció en funcionamiento hasta 1574, cuando fue reemplazado por otro muelle ubicado cerca de la Torre del Oro, un nuevo símbolo del poder y la influencia de Sevilla en el comercio del Mediterráneo.

    La historia de la Orden de San Juan en el Aljarafe es un testimonio de la transformación de una orden religiosa en una poderosa institución militar y económica. Su legado perdura no solo en la historia de San Juan de Aznalfarache, sino también en Tomares, donde su influencia moldeó el desarrollo social, económico y territorial del municipio. A través de su intervención en la Reconquista, la repoblación y el comercio, la Orden de San Juan dejó una huella indeleble en la historia de Andalucía, contribuyendo al crecimiento de Tomares como un enclave clave dentro del Aljarafe.

TOMARES EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA: UN PUEBLO EN LA RETAGUARDIA DE LA RESISTENCIA

    

Invasión napoleónica

    Durante la invasión napoleónica de España (1808–1812), Sevilla y su entorno se convirtieron en una zona clave dentro del conflicto. La ocupación de la ciudad por parte de las tropas francesas tuvo un impacto directo en los pueblos del Aljarafe, entre ellos Tomares, que, aunque no fue escenario de grandes batallas, desempeñó un papel estratégico como lugar de paso, vigilancia y aprovisionamiento.

    La situación de Tomares, sobre la cornisa del Aljarafe y muy cerca del Guadalquivir, le daba un valor estratégico. Desde sus alturas se dominaban los accesos a Sevilla, y el pueblo estaba comunicado por caminos secundarios que llevaban a Triana, Bollullos o Aznalcázar, lo que lo convertía en una zona clave para controlar el tráfico militar y civil en tiempos de guerra.

    Uno de los elementos históricos más relevantes de este periodo es la Venta de la Mascareta, situada en el antiguo camino real de Aznalcázar. Este edificio, que siglos atrás servía como parada para viajeros y ganaderos, fue ocupado por las tropas francesas y utilizado como puesto de vigilancia durante la ocupación de Sevilla (1810–1812).

    Desde allí, los franceses controlaban el acceso a Sevilla por el oeste, en un momento en que las fuerzas anglo-españolas organizaban incursiones desde el exterior y la resistencia local comenzaba a movilizarse en forma de guerrillas.

    Aunque no hay constancia de enfrentamientos armados directos en el término de Tomares, sí se sabe que el Aljarafe fue una zona activa en la resistencia. Guerrilleros y soldados aliados hostigaban las posiciones francesas desde localidades cercanas, y los caminos rurales eran utilizados para el paso de información, alimentos y armas.

    Además, como en otros pueblos ocupados, es probable que los habitantes de Tomares tuvieran que suministrar alimentos, alojar tropas y soportar requisas impuestas por el ejército napoleónico. Estos abusos eran frecuentes en todo el entorno sevillano y dejaron una huella social y económica en muchas localidades.

    La historia de Tomares durante la Guerra de la Independencia no está recogida en grandes crónicas militares, pero forma parte de esa "retaguardia silenciosa" que hizo posible la resistencia frente al invasor. Lugares como la Venta de la Mascareta, caminos rurales como el Camino Viejo de Sevilla o antiguos cortijos del término municipal fueron escenarios secundarios pero fundamentales de aquel conflicto.

TOMARES EN LA RED VIARIA ROMANA: CAMINOS ENTRE HISPALIS, ITALICA Y EL ALJARAFE

 


     Durante la época romana, el actual territorio de Tomares no aparece citado con un nombre propio en las fuentes escritas, a diferencia de otras localidades vecinas como Hispalis (Sevilla), Itálica (Santiponce) o Osset (San Juan de Aznalfarache). Lo más probable es que esta zona formara parte del territorium rural de Hispalis o estuviera vinculada al ámbito agrícola de Osset, integrada en una red de villae y asentamientos rurales dependientes de las grandes ciudades romanas del valle del Guadalquivir.

    Aunque sin protagonismo urbano propio, Tomares sí se encontraba bien comunicada dentro del entramado viario de la Bética, formando parte de un cruce de caminos secundarios y principales que conectaban algunos de los núcleos más importantes del sur peninsular.

    Entre las rutas más destacadas que atravesaban o bordeaban el entorno de Tomares encontramos:

  • La vía Hispalis – Itálica – Emérita Augusta, que unía Sevilla con la capital de la Lusitania (la actual Mérida). Esta ruta discurría cerca de Tomares y era utilizada para conectar dos centros fundamentales de poder y administración en Hispania.

  • La vía Hispalis – Onuba (actual Huelva), que pasaba por localidades como Camas, Salteras, Valencina, Tejada (Itvci), Ilipa Magna (Alcalá del Río) y Onuba. Esta vía permitía el tránsito entre la zona costera atlántica y el valle del Guadalquivir.

  • La Vía Augusta, que recorría toda Hispania desde los Pirineos hasta Gades (Cádiz), cruzaba la Bética y pasaba por la zona de influencia de Itálica e Hispalis. Aunque Tomares no estaba directamente en esta calzada, su proximidad le otorgaba una posición secundaria estratégica.

    A las grandes calzadas se sumaban otras vías secundarias, como la que unía La Puebla del Río con Itálica, pasando por el antiguo asentamiento de Osset (hoy San Juan de Aznalfarache) y la zona conocida como Santa Eufemia, muy próxima al actual municipio de Tomares. Esta ruta permitía la comunicación entre la margen derecha del Guadalquivir y el centro político y cultural de Itálica.

    Además, existían veredas y caminos locales, como:

  • La Vía de la Mascareta, que discurría por zonas cercanas del Aljarafe.

  • La Calle Real de Castilleja, que marcaba el límite norte del actual término municipal de Tomares y era una vía de tránsito frecuente entre pueblos vecinos.

    El territorio que hoy ocupa Tomares estuvo rodeado de poblaciones y mansiones romanas cuyas denominaciones conservamos gracias a fuentes como el Itinerario de Antonino. Entre ellas destacan:

  • Ilipa Magna (Alcalá del Río), nodo importante del valle.

  • Itvci (Tejada), paso en la ruta hacia Onuba.

  • Axati (Lora del Río), al este del valle.

  • Basilippo (cerca de Arahal) o Ostippo (Estepa), ya más alejadas pero dentro del radio del territorio bético.

  • Ilipla (Niebla), con conexión hacia el Atlántico.

    Aunque el trazado moderno ha borrado muchas de estas rutas, otras han quedado marcadas en los caminos rurales, en los límites de los términos municipales o incluso en los nombres tradicionales de algunas calles y veredas. La situación de Tomares —sobre una loma del Aljarafe, entre Itálica, Osset e Hispalis— lo convirtió en punto de paso de un mundo en movimiento.

    Los caminos romanos no eran solo infraestructura: eran canales de cultura, comercio y civilización, y su paso por la comarca dejó una impronta que todavía forma parte del paisaje y la historia que habitamos.

WASHINGTON IRVING Y TOMARES: UN VISTAZO ROMÁNTICO A LA LLANURA DEL GUADALQUIVIR



 
   A comienzos del siglo XIX, el escritor norteamericano Washington Irving recorrió Andalucía fascinado por su historia, su arquitectura y sus paisajes. Su mirada, propia del romanticismo de la época, se detuvo con especial atención en los vestigios del pasado islámico y en la belleza de la naturaleza que rodea a ciudades como Sevilla. Aunque Tomares no aparece de forma explícita en sus obras más conocidas como Cuentos de la Alhambra o Crónica de la conquista de Granada, existe una frase atribuida al autor que apunta directamente a nuestra localidad:

"Subida a Tomares en lo alto de la línea de colinas, magnífica vista de la llanura del Guadalquivir, debajo Sevilla."

    Esta descripción, breve pero evocadora, captura el momento en que Irving asciende a las colinas del Aljarafe y contempla desde Tomares la grandiosa extensión del valle del Guadalquivir, con la ciudad de Sevilla desplegada a sus pies. En ella se percibe el asombro del viajero ante un paisaje que, todavía hoy, sigue ofreciendo una de las vistas más privilegiadas del entorno sevillano.

    El viaje de Irving por Andalucía no fue un simple paseo turístico: fue una búsqueda estética y espiritual. Quedó fascinado por la herencia cultural andalusí, que encontró no sólo en monumentos como la Alhambra, sino también en el trazado de pueblos, los restos de fortalezas y en la poesía escondida entre olivares y colinas. En este contexto, Tomares, como parte del histórico Aljarafe, aparece en el horizonte cultural que tanto inspiró al escritor.

    Durante su estancia en Sevilla y sus alrededores, Irving siguió las huellas del pasado islámico, uniendo su pasión por la historia con el deseo de reconstruir literariamente el esplendor perdido de al-Ándalus. Desde las colinas de Tomares, es posible que Irving vislumbrara el mismo paisaje que siglos antes contemplaron reyes y poetas musulmanes, cuando la ciudad de Isbiliya era una joya del mundo andalusí.

    Aunque no tengamos constancia escrita en sus libros de una estancia prolongada en Tomares, la frase mencionada nos permite imaginar que el autor norteamericano se detuvo, al menos por un instante, a admirar este enclave. Como muchos viajeros románticos de su época, Washington Irving transformó la geografía en un escenario poético, y los pueblos del Aljarafe, con sus vistas y su historia, se convirtieron en parte de ese imaginario que lo llevó a escribir algunas de las páginas más hermosas sobre España.

jueves, 24 de abril de 2025

TOMARES Y EL ALJARAFE DURANTE LA RECONQUISTA: DEL DOMINIO ALMOHADE AL CONTROL CRISTIANO


    Durante los siglos XII y XIII, en pleno proceso de la Reconquista, el Aljarafe sevillano fue un territorio estratégico clave en los enfrentamientos entre el mundo islámico y los reinos cristianos del norte peninsular. En este contexto, el territorio del actual Tomares se vio profundamente influido por los grandes acontecimientos militares y políticos de la época, especialmente por su cercanía a la ciudad de Sevilla y por su vinculación con el importante enclave fortificado de Hisn al-Faray (el actual castillo de San Juan de Aznalfarache).

    Tras la derrota cristiana en la batalla de Alarcos (1195), la iniciativa militar en la Península Ibérica estuvo, durante décadas, en manos de los almohades, que habían hecho de Sevilla la capital de su imperio en al-Andalus. No obstante, la situación cambió drásticamente tras la gran victoria cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), en la que participó el joven Fernando III de Castilla, entonces heredero al trono.

    Esta derrota marcó el inicio del colapso del poder almohade en la península, y con él, la apertura de una nueva etapa de expansión castellana hacia el sur. Insurrecciones internas, luchas sucesorias y la descomposición del poder central almohade facilitaron el avance cristiano, que se fue consolidando paso a paso.

  

Mapa del asedio de Sevilla

  La gran empresa de Fernando III fue la conquista de Sevilla, una ciudad clave tanto por su peso político como por su posición geográfica y su control del río Guadalquivir. En este proceso, el Aljarafe desempeñó un papel esencial: su altitud y dominio visual sobre el río lo convertían en una retaguardia militar de gran valor.

    El maestre de la Orden de Santiago, Pelayo Pérez Correa, fue encargado por el rey de asegurar el control del Aljarafe. Tomó el castillo de Aznalfarache, que se convirtió en cuartel general cristiano durante el asedio. Desde esa posición, los cristianos podían cortar la comunicación fluvial de Sevilla, vigilando el tránsito de barcos y dificultando la resistencia almohade.

    En paralelo, el almirante Ramón Bonifaz bloqueó la ciudad por el río y logró una acción simbólica y decisiva: la ruptura del Puente de Barcas que unía Sevilla con Triana, el 3 de mayo de 1248. Sevilla quedó aislada.

    El asedio comenzó el 24 de agosto de 1248 y terminó el 23 de noviembre del mismo año, con la rendición de la ciudad. Tras la conquista, el castillo de San Juan de Aznalfarache —el antiguo Hisn al-Faray— fue donado el 25 de febrero de 1249 a la Orden Militar de San Juan de Jerusalén (posteriormente conocida como la Orden de Malta). La donación se confirmó legalmente en 1253, y aún hoy, el escudo de San Juan de Aznalfarache conserva la cruz de Malta y un castillo, en memoria de aquel episodio decisivo.

    Aunque no existen registros específicos de un núcleo urbano consolidado en el actual Tomares en ese momento, su territorio estaba vinculado directamente al entorno del castillo de Aznalfarache, del que dependía en lo militar y lo administrativo. La ubicación elevada de Tomares y su proximidad al río lo convertían en un espacio de paso, de vigilancia y de abastecimiento.

    Tras la conquista, el Aljarafe comenzó un proceso de reorganización bajo dominio cristiano. Se repoblaron sus tierras, se reorganizaron sus caminos y se distribuyeron nuevas propiedades. Así, el territorio de Tomares se integró plenamente en la nueva estructura feudal castellana y comenzó a trazar su historia dentro del reino de Castilla.

TOMARES EN ÉPOCA ALMORÁVIDE Y ALMOHADE: CONTINUIDAD ESTRATÉGICA Y TRANSFORMACIÓN DEL PAISAJE

 

Vista de Sevilla desde la cornisa del Aljarafe

    Tras la caída de los reinos de taifas en el siglo XI, el occidente andalusí vivió una profunda transformación con la llegada de los almorávides, una dinastía norteafricana de origen bereber que, llamados inicialmente en auxilio frente al avance cristiano, terminaron por asumir el poder en buena parte del territorio andalusí. A partir de 1091, Sevilla y su territorio pasaron a formar parte del imperio almorávide, y con ello también el Aljarafe, incluida la zona que hoy ocupan Tomares y San Juan de Aznalfarache.

    Los almorávides, más austeros y guerreros que los refinados reyes taifas, no mostraron especial interés por los palacetes de recreo como el de Hisn al-Zahir, construido por Al-Mutamid. Sin embargo, reconocieron su valor estratégico. Si bien no tenemos constancia arqueológica precisa de reformas importantes, es muy probable que este enclave —como otros muchos del entorno de Isbiliya— fuera reutilizado y adaptado para mantener su función como puesto de vigilancia y control del acceso fluvial.

    Este patrón se intensificó con la llegada de los almohades, a mediados del siglo XII. Esta nueva dinastía, también norteafricana y con una visión más centralizadora y reformadora del poder, convirtió a Sevilla en su capital andalusí. Desde allí dirigieron una profunda reestructuración militar, económica y urbanística de la ciudad y su territorio inmediato. En este contexto, la comarca del Aljarafe adquirió un papel fundamental: no solo como zona agrícola privilegiada, sino también como espacio defensivo clave en el sistema fortificado del Guadalquivir.

    Los almohades emprendieron una política sistemática de reconstrucción y ampliación de fortificaciones. El control del río y de los accesos a la capital les llevó a reforzar estructuras preexistentes y, en muchos casos, a levantar nuevas. Se sabe que el cerro de San Juan, donde se hallaban los restos del antiguo Hisn al-Zahir, fue reocupado y fortificado con técnicas propias del momento, como el uso intensivo del tapial almohade (una técnica de construcción con tierra apisonada, rápida y económica).

    En excavaciones arqueológicas realizadas entre los años 1990 y 2000, se documentaron en la calle Tablada muros de tapial con un grosor de 2,30 m, lo cual ha hecho pensar que no pertenecen a la etapa almohade, sino quizás a una fase anterior (almorávide o incluso taifa). Esta hipótesis subraya una idea clave: los almohades no partieron de cero, sino que reaprovecharon y reforzaron las estructuras anteriores, como parte de su ambicioso proyecto de control territorial.

        Desde el punto de vista territorial, es importante destacar que el actual municipio de Tomares formaba parte de ese sistema de control perimetral de Sevilla, con función tanto defensiva como de vigilancia del entorno agrícola y fluvial. Su situación elevada, en la cornisa del Aljarafe, permitía dominar visualmente el valle y ejercer funciones de control, especialmente hacia la zona del río. Aunque no contemos con una fortaleza documentada dentro de los límites actuales de Tomares, su territorio era parte activa de ese sistema defensivo almohade.

    Además, la presencia de caminos y vías de comunicación entre Sevilla y el Aljarafe —algunos de los cuales discurrían por lo que hoy es el casco urbano de Tomares— refuerza la idea de que la localidad estaba plenamente integrada en la red militar, económica y logística del periodo almohade. Los ingenieros y planificadores de este imperio no dejaban nada al azar.

Así, el legado andalusí de Tomares no se agota en su posible vínculo con Osset o con la época taifa: su historia también está escrita en el silencio de sus colinas, en la tierra batida de sus posibles muros, y en su participación como pieza en el complejo engranaje defensivo y económico que sustentó el poder almohade en al-Andalus.

EL VALOR ESTRATÉGICO DE TOMARES EN ÉPOCA TAIFA: LA FORTIFICACIÓN DE IZNALFARACH

 


   Durante los siglos XI y XII, en plena fragmentación del Califato de Córdoba y bajo el dominio de los reinos de taifas, el territorio del Aljarafe sevillano cobró una notable importancia estratégica. Esta comarca, fértil y bien comunicada, fue escenario de rivalidades políticas, ambiciones dinásticas y proyectos de control territorial que marcaron el destino de Sevilla y su entorno inmediato.

    Una de las zonas con más protagonismo en este contexto fue la comprendida entre los actuales municipios de San Juan de Aznalfarache y Tomares, históricamente vinculados al antiguo asentamiento de Osset, ciudad turdetana romanizada y posteriormente islamizada. Aunque la localización principal de Osset se ha identificado tradicionalmente en el actual cerro de San Juan, es importante señalar que su área de influencia y control territorial se extendía ampliamente, abarcando también el espacio donde hoy se asienta el núcleo urbano de Tomares. Ambos municipios compartieron historia administrativa, jurisdicción y estructura territorial hasta finales del siglo XIX.

    En este contexto de fragmentación política, el enclave fortificado de Iznalfarach adquirió un valor destacado. Su ubicación, elevada sobre el valle del Guadalquivir y cercana a la ciudad de Isbiliya (Sevilla), le confería una posición clave como punto de control del abastecimiento fluvial y como avanzada en la defensa de la capital del reino abadí. El castillo, construido a finales del siglo XI bajo el reinado de Al-Mutadid y su hijo Al-Mutamid (1069–1090), reyes de la taifa sevillana, fue concebido no sólo como un bastión militar, sino también como un símbolo del poder dinástico.

    Este nuevo palacio-fortaleza recibió el nombre de Hisn al-Zahir, que podría traducirse como "el castillo brillante", evocando la mítica ciudad palatina cordobesa de Madinat al-Zahra. De este modo, los soberanos sevillanos buscaban imitar la grandeza califal de Qurtuba, construyendo en las afueras de su capital una residencia de recreo con aspiraciones simbólicas. No está claro si esta edificación se levantó sobre restos anteriores o si fue de nueva planta, pero los testimonios literarios, especialmente la poesía cortesana de Al-Mutamid, la evocan como un lugar de belleza y poder.

    El palacio y su fortificación se insertaban también en una lógica defensiva, característica de los tiempos taifas: pequeñas cortes, constantemente enfrentadas entre sí, que se veían obligadas a levantar fortalezas y castillos para asegurar sus dominios. Así, la construcción de Iznalfarach formó parte de un programa más amplio de control del Aljarafe, pieza clave para el sostenimiento económico y militar de Sevilla.

    De la fortificación “abadí” de Iznalfarach se conserva poca constancia arqueológica, y menos aún de las posibles reformas que pudo haber experimentado bajo el dominio posterior de los almorávides. No obstante, entre los años 1990 y 2000, durante un seguimiento arqueológico en la calle Tablada, se documentaron restos de un muro de tapial de 2,30 metros de grosor, una medida inusualmente grande que no corresponde a las técnicas constructivas almohades, lo que ha llevado a algunos arqueólogos a plantear que podrían tratarse de vestigios de la fortificación anterior, posiblemente parte del propio Hisn al-Zahir.

    Aunque el topónimo de Iznalfarach se asocia principalmente a San Juan de Aznalfarache, la fortaleza que lo llevó por nombre se encontraba en un enclave cuyo control y territorio abarcaba también el actual municipio de Tomares. La propia naturaleza de las fortificaciones andalusíes, más centradas en el dominio del entorno que en la delimitación de fronteras precisas, permite hablar de una relación directa entre la historia de Tomares y la existencia de esta fortaleza. De hecho, parte de sus restos —y del espacio que controlaba— se encuentran hoy en el término tomareño, por lo que su historia es también parte esencial del pasado medieval de nuestro municipio.

(Más información en https://amodelcastillo.blogspot.com/)

viernes, 31 de enero de 2025

ENTRE LA HISTORIA Y LA LEYENDA: LA FUENTE DE TOMARES EN LA LITERATURA




    Entre la Historia y la Leyenda: La Fuente de Tomares en la Literatura

    La Fuente de Tomares ha sido, desde tiempos remotos, un elemento esencial en la historia y cultura de Sevilla. No solo ha abastecido de agua a la ciudad, sino que también ha inspirado a numerosos escritores y poetas que la han convertido en protagonista de sus relatos. Entre ellos, destaca José Fernández Espino, quien en 1859 escribió el poema La Fuente de Tomares, basado en una antigua leyenda popular que circulaba en la localidad.
José Fernández Espino. Wikipedia

    José Fernández Espino fue una figura relevante dentro del panorama cultural sevillano del siglo XIX. Su contribución a las artes y la literatura lo llevó a presidir la Real Academia de Bellas Artes de Sevilla entre abril de 1874 y octubre de 1875. Profundamente arraigado en la tradición y el folclore andaluz, su obra refleja un marcado interés por rescatar y embellecer las historias locales. Su poema sobre la fuente de Tomares no es solo una composición poética, sino también un testimonio de cómo las leyendas pueden perdurar a través de la literatura.

    En La Fuente de Tomares, Fernández Espino recoge un relato de metamorfosis, un motivo recurrente en la literatura romántica, donde se entrelazan elementos míticos y sobrenaturales. La historia sugiere que las aguas de la fuente poseen un origen mágico, evocando relatos transmitidos de generación en generación. Con esta visión, el autor no solo refuerza la importancia de la fuente dentro del imaginario colectivo, sino que la eleva a la categoría de símbolo cultural y patrimonial.

    La Fuente de Tomares ha sido mencionada en numerosas obras literarias, lo que demuestra su arraigo en la historia cultural de Sevilla. Entre las referencias más destacadas se encuentran textos de autores como Juan del Mal Lara en 1570, quien la menciona en su "Recebimiento que hizo la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla", Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, en su célebre obra teatral Don Álvaro o la fuerza del sino (1839), y Manuel Fernández y González en la novela Diego Corriente (1866-1867). Incluso en el ámbito de la ciencia, Philip Hauser la menciona en su estudio Estudios médicos-sociales de Sevilla (1882), resaltando sus propiedades medicinales.

    El hecho de que la fuente haya sido citada a lo largo de distintas épocas y en géneros tan diversos demuestra su importancia tanto como recurso natural como en el ámbito simbólico y literario. Desde el Siglo de Oro hasta el Romanticismo, escritores han encontrado en sus aguas y en su historia un motivo de inspiración, perpetuando su legado en la cultura andaluza.

    Así, el poema de José Fernández Espino se erige como un homenaje a esta fuente y a la tradición que la rodea. Gracias a su obra, la Fuente de Tomares sigue viva en la memoria colectiva.

LA CAÑADA REAL DE TOMARES: UN CAMINO HISTÓRICO EN LA MEMORIA DE LA TIERRA

    

Mapa vías pecuarias en Andalucía

La Cañada Real de Tomares: Un camino histórico en la memoria de la tierra

    En el paisaje de Tomares, municipio sevillano de profunda raigambre histórica, se esconde un vestigio de un pasado en el que el trasiego de ganado y el ritmo de la trashumancia marcaban el pulso de la vida rural: la Cañada Real de Tomares. Esta vía pecuaria, hoy parcialmente perdida bajo el avance de la urbanización, fue en su día una ruta esencial para el traslado de rebaños y un testimonio vivo de la conexión entre el ser humano y la tierra.

    ¿Qué era la Cañada Real de Tomares?

    Las cañadas reales eran caminos tradicionales utilizados desde la Edad Media para la trashumancia, es decir, el movimiento estacional del ganado entre las zonas de pastos de invierno y verano. Estas vías, reguladas por la Mesta (una poderosa asociación de ganaderos), formaban una extensa red que cruzaba la península ibérica. La Cañada Real de Tomares era una de estas rutas, que conectaba la campiña sevillana con otras regiones de Andalucía, permitiendo el traslado de ovejas, cabras y otros animales en busca de pastos frescos.

    Aunque no se conoce con exactitud su trazado completo, se sabe que esta cañada formaba parte de un sistema más amplio de vías pecuarias, posiblemente vinculado a rutas principales como la Cañada Real de la Plata, que unía Extremadura con Andalucía. Su función no era solo ganadera; también servía como ruta de comunicación entre poblaciones y como eje de intercambio cultural y comercial.

    El recorrido de la cañada en Tomares

    En el término municipal de Tomares, la Cañada Real debía seguir un trazado que aprovechaba las características naturales del terreno. Aunque el crecimiento urbano ha alterado gran parte de su recorrido, algunos indicios nos permiten reconstruir su posible ruta como la cercanía a Duchuelas. El antiguo núcleo poblacional de Duchuelas, hoy desaparecido, estaba situado cerca de lo que fue el camino que dio origen a la cañada. La necrópolis de Aljamar, descubierta en las inmediaciones, es un testimonio de la importancia de esta zona como punto de paso. De tal forma el actual Callejón Bichuelas, cuyo nombre evoca el pasado de Duchuelas (también llamado Lichuelas en el siglo XVII), podría ser un vestigio del trazado original de la cañada. Su existencia sugiere que la vía pecuaria pasaba por esta zona, conectando las tierras bajas del Guadalquivir con las colinas de la campiña.

    Como era habitual en las cañadas reales, su trazado probablemente seguía vaguadas y laderas, aprovechando los recursos naturales para facilitar el paso de los rebaños. En Tomares, esto se traducía en un recorrido que bordeaba elevaciones suaves y se acercaba a arroyos y fuentes de agua, elementos clave en la cultura islámica y en la práctica de la trashumancia.

    La cañada hoy: Entre el olvido y la memoria

    Hoy en día, la Cañada Real de Tomares es un ejemplo de cómo el desarrollo urbano puede borrar las huellas del pasado. Gran parte de su trazado se ha perdido bajo calles y edificios, pero su legado perdura como hemos señalado en nombres como el Callejón Bichuelas y en los restos arqueológicos que nos hablan de su importancia histórica.

    Sin embargo, la conservación de estas vías pecuarias es fundamental no solo por su valor histórico, sino también por su potencial como rutas turísticas y senderos naturales. En otras partes de España, muchas cañadas reales han sido recuperadas como espacios para el senderismo y el cicloturismo, permitiendo que su memoria siga viva.

BICHUELAS O DUCHUELAS: UN VESTIGIO DE LA HISTORIA MUSULMANA DE TOMARES

    Duchuelas: Un vestigio de la historia musulmana en Tomares

Callejón Bichuela
    En el corazón de la historia de Tomares se encuentra un lugar que, aunque hoy desaparecido, fue un núcleo poblacional de gran relevancia durante la época musulmana: Duchuelas. Este enclave, que posteriormente pasó a llamarse Lichuelas en el siglo XVII, es hoy recordado a través del Callejón Bichuelas, un testimonio silencioso de su pasado. La importancia de Duchuelas no solo radica en su existencia como asentamiento, sino también en los restos arqueológicos que han salido a la luz en sus proximidades, ofreciéndonos una ventana al pasado y a las costumbres de quienes habitaron estas tierras hace siglos.

    Uno de los hallazgos más significativos relacionados con Duchuelas es la necrópolis de Aljamar, descubierta en las inmediaciones de lo que se cree fue su ubicación. Esta maqbara, término árabe que designa un cementerio musulmán, alberga 255 tumbas distribuidas en un área de 2300 metros cuadrados. Los estudios arqueológicos sitúan su uso entre los siglos IX y X, un período en el que Al-Ándalus florecía en la península ibérica. La necrópolis de Aljamar no solo es un testimonio de la presencia musulmana en la región, sino también un reflejo de las prácticas funerarias y las creencias religiosas de la época.

    Las maqbaras, como la de Aljamar, solían ubicarse en lugares estratégicos, frecuentemente cerca de fuentes de agua o en las laderas de cerros y montes. Esta elección no era casual, ya que el agua tenía un significado simbólico y práctico en la cultura islámica, asociada tanto a la purificación como a la vida. En el caso de la necrópolis de Aljamar, su ubicación en la parte meridional de una suave elevación del terreno, cercana a una vaguada y próxima al camino que más tarde se convertiría en la Cañada Real de Tomares, cumple con estas características. Este entorno no solo facilitaba los rituales funerarios, sino que también aseguraba que los difuntos descansaran en un lugar tranquilo y respetado.

    El descubrimiento de esta necrópolis ha permitido a los arqueólogos y historiadores profundizar en el conocimiento de la vida y la muerte en la época musulmana. Las tumbas, orientadas según la tradición islámica hacia La Meca, revelan detalles sobre las prácticas funerarias y la organización social de la comunidad que habitó Duchuelas. Además, la presencia de una necrópolis de tal magnitud sugiere que Duchuelas fue un núcleo poblacional de cierta importancia, posiblemente un punto de referencia en la red de asentamientos de la región.

    Aunque Duchuelas ya no existe como tal, su legado perdura en los restos arqueológicos y en la memoria histórica de Tomares. El Callejón Bichuelas, que lleva su nombre, es un recordatorio de que bajo nuestros pies yacen historias esperando ser contadas. La necrópolis de Aljamar no solo es un tesoro arqueológico, sino también un puente que nos conecta con un pasado lejano, permitiéndonos comprender mejor las raíces de nuestra identidad cultural.

EL REPARTIMIENTO DE TOMARES EN LA RECONQUISTA: UN PROCESO DE REORGANIZACIÓN TERRITORIAL

  

    La Reconquista de la Península Ibérica no solo fue un proceso militar y religioso, sino también un fenómeno de reorganización territorial y social que transformó el paisaje y la estructura de las comunidades locales. Uno de los ejemplos más interesantes de este proceso es el repartimiento de tierras en Tomares, un enclave que, aunque abandonado durante siglos, resurge en la documentación del reinado de Alfonso X el Sabio. Este repartimiento no solo refleja la estrategia política y militar de la Corona de Castilla, sino también la complejidad de la repoblación y la reconfiguración de los espacios en el contexto de la Baja Edad Media.

    Las fuentes históricas indican que el yacimiento de Tomares (o Tomar/Tomat) había estado abandonado durante siglos antes de la Reconquista. Sin embargo, durante el reinado de Alfonso X, este lugar vuelve a aparecer en la documentación, lo que plantea una pregunta clave: ¿a qué lugar exacto se refieren las fuentes? Una teoría sugiere que el enclave mencionado podría corresponder al yacimiento de Aljamar, donde recientemente se ha descubierto una importante necrópolis musulmana. Este sitio habría sido habitado durante un período indeterminado de la Baja Edad Media o la Edad Moderna, antes de que la población se trasladara nuevamente hacia la zona del antiguo yacimiento romano de Tomares. Este desplazamiento no solo habría afectado a los pobladores, sino también al topónimo, que se habría mantenido a pesar del cambio de ubicación.

Alfonso X

    El repartimiento de tierras fue una herramienta clave en la estrategia de repoblación de los territorios reconquistados. En el caso de Tomares, Alfonso X realizó varias donaciones a repobladores cristianos, con el objetivo de consolidar el control sobre la región y garantizar su defensa. Entre los beneficiarios más destacados se encuentran los hermanos Martín y Ponce Valdovín, quienes recibieron un terreno llamado “Lovanina”. Este lugar, que posteriormente cambió su nombre a “Valdovina”, cumplía una función militar estratégica: vigilar la ciudad de Sevilla desde el flanco occidental. De esta manera, el repartimiento no solo buscaba incentivar la repoblación, sino también fortalecer las defensas del reino frente a posibles amenazas.

    La toponimia es un elemento fundamental para entender el proceso de repoblación y reorganización territorial. En el caso de Tomares, términos como “Sobarbul” o “Sovuerva” aparecen en documentos de deslinde entre San Juan y Tomares, cerca del límite con Mairena del Aljarafe. Algunos investigadores han sugerido que “Sovuelva” podría estar relacionado con el término “Zaudín”, producto de un proceso de castellanización. Sin embargo, estas hipótesis no están exentas de controversia, ya que también es posible que se trate de dos lugares diferentes, con Zaudín situado al noroeste de Subarbul. Estas discusiones reflejan la complejidad de reconstruir la geografía histórica y la evolución de los topónimos en un contexto de cambios constantes.

    El repartimiento de Tomares no fue un hecho aislado, sino parte de una estrategia más amplia de repoblación y control territorial. La Corona de Castilla buscaba asegurar las tierras reconquistadas mediante la instalación de pobladores cristianos, quienes, a cambio de tierras, debían cumplir funciones defensivas y productivas. Este proceso no solo implicó la redistribución de tierras, sino también la reconfiguración de las relaciones sociales y económicas en la región. Los nuevos pobladores, como los hermanos Valdovín, se convirtieron en actores clave en la consolidación del poder cristiano en el Aljarafe sevillano.

    El repartimiento de Tomares durante el reinado de Alfonso X es un ejemplo ilustrativo de cómo la Reconquista transformó el territorio y la sociedad en la Península Ibérica. A través de la repoblación, la reorganización territorial y la reasignación de topónimos, la Corona de Castilla logró consolidar su control sobre regiones estratégicas como el Aljarafe. Aunque muchas incógnitas persisten en torno a la ubicación exacta de los enclaves mencionados en las fuentes, el estudio de este proceso nos permite comprender mejor las dinámicas de poder, las estrategias militares y las transformaciones culturales que caracterizaron este período histórico. Tomares, con su rica historia y su evolución a lo largo de los siglos, sigue siendo un testimonio vivo de la complejidad y el legado de la Reconquista.

LA GEOGRAFÍA FÍSICA DE TOMARES: UN ENCLAVE PRIVILEGIADO EN EL ALJARAFE SEVILLANO


    La geografía de Tomares: Un enclave privilegiado en el Aljarafe sevillano

    Tomares es un ejemplo perfecto de cómo la geografía puede influir en el desarrollo y la identidad de un lugar. Con una superficie de aproximadamente 5,2 km², el municipio se encuentra en la comarca del Aljarafe, una zona conocida por su belleza paisajística, su fertilidad y su cercanía a la capital hispalense. La geografía de Tomares no solo ha condicionado su historia y su economía, sino que también ha contribuido a convertirlo en uno de los municipios más prósperos y atractivos de la provincia.


    Ubicación y relieve

    Tomares está situado a tan solo 7 kilómetros al noroeste de Sevilla, en la margen derecha del río Guadalquivir. Esta proximidad a la capital andaluza es uno de los factores clave de su desarrollo, ya que permite a sus habitantes disfrutar de la tranquilidad de un municipio residencial sin renunciar a los servicios y oportunidades que ofrece una gran ciudad. Además, su ubicación en el Aljarafe, una comarca formada por suaves colinas y tierras fértiles, le confiere un entorno natural privilegiado.

Término municipal

    El relieve de Tomares es típico del Aljarafe, con lomas y pequeñas elevaciones que no superan los 100 metros de altitud. Este paisaje de colinas, conocido como "aljarafe" (que en árabe significa "tierras altas"), ha sido históricamente aprovechado para la agricultura, especialmente para el cultivo del olivo, la vid y los cereales. Aunque el crecimiento urbano ha transformado gran parte del paisaje, aún se conservan algunas zonas de cultivo y espacios verdes que recuerdan el pasado agrícola del municipio.

Clima en Tomares: temperaturas y precipitaciones


    Clima y vegetación

    El clima de Tomares es mediterráneo con influencias continentales, caracterizado por inviernos suaves y veranos calurosos. Las temperaturas medias oscilan entre los 10°C en invierno y los 35°C en verano, con escasas precipitaciones concentradas principalmente en los meses de otoño y primavera. Este clima, típico de la región, ha favorecido históricamente la agricultura y ha contribuido a la riqueza natural de la zona.

    En cuanto a la vegetación, Tomares cuenta con una flora típica del bosque mediterráneo, compuesta principalmente por encinas, alcornoques, pinos y matorrales como el romero y el tomillo. Aunque el crecimiento urbano ha reducido las áreas naturales, el municipio ha sabido conservar algunos espacios verdes, como el Olivar del Zaudín, que ofrece a los vecinos un lugar de esparcimiento y contacto con la naturaleza.

Laguna en el olivar del Zaudín formada por estancamiento
del arroyo de la Fuente


    Hidrografía y recursos hídricos

    Aunque Tomares no cuenta con grandes ríos dentro de su término municipal, su cercanía al río Guadalquivir ha sido históricamente un factor clave para su desarrollo. El Guadalquivir ha servido como vía de comunicación y comercio, conectando el municipio con Sevilla y otras localidades de la región. Además, el río ha proporcionado recursos hídricos esenciales para la agricultura y el abastecimiento de la población.

    Dentro del término municipal de Tomares, destaca el arroyo de La Fuente, un pequeño curso de agua que, aunque de caudal modesto, ha tenido un papel relevante en la configuración del paisaje y en la vida cotidiana del municipio. 

El arroyo atraviesa el interior del Parque Olivar del Zaudín en Tomares y fluye en dirección noroeste a sureste. Su cauce ha sido renaturalizado en esta área. A lo largo de su recorrido dentro del parque, el arroyo alimenta cuatro lagunas conectadas entre sí, contribuyendo a la biodiversidad y al valor ecológico del entorno. El arroyo ha sido tradicionalmente un punto de referencia en la geografía local, contribuyendo a la fertilidad de las tierras cercanas y sirviendo como recurso hídrico para usos agrícolas y ganaderos en épocas pasadas. Aunque su importancia ha disminuido con el paso del tiempo debido al crecimiento urbano, el arroyo de La Fuente sigue siendo un elemento natural que forma parte del patrimonio geográfico y cultural de Tomares.

 

    Conectividad y desarrollo urbano

    Uno de los aspectos más destacados de la geografía de Tomares es su excelente conectividad. El municipio está bien comunicado con Sevilla y otras localidades del Aljarafe a través de una red de carreteras y autovías, como la SE-30 y la A-49, que facilitan el acceso a la capital y a otras ciudades de Andalucía. Además, cuenta con una estación de tren de cercanías que conecta con el centro de Sevilla en apenas 15 minutos, lo que lo convierte en una opción ideal para quienes trabajan o estudian en la ciudad.

    Esta conectividad ha sido clave para el desarrollo económico y social de Tomares. En las últimas décadas, el municipio ha experimentado un importante crecimiento urbanístico, con la construcción de nuevas viviendas, zonas comerciales y equipamientos públicos. A pesar de este desarrollo, Tomares ha sabido conservar su identidad y su carácter acogedor, lo que lo convierte en un lugar ideal para vivir.


    Conclusión

    La geografía de Tomares es un reflejo de su historia y su presente. Su ubicación en el Aljarafe, su clima mediterráneo, su relieve suave y su cercanía al río Guadalquivir han condicionado su desarrollo desde la época romana hasta la actualidad. Hoy, Tomares es un municipio moderno y próspero, que ha sabido aprovechar su emplazamiento geográfico para crecer sin perder de vista sus raíces. Su excelente conectividad, su entorno natural y su calidad de vida lo convierten en un lugar único en el corazón de Andalucía, un enclave privilegiado que sigue escribiendo su historia.

ALJAMAR: UN VIAJE AL PASADO ROMANO Y MUSULMÁN DE TOMARES


    Aljamar: Un viaje al pasado romano y musulmán de Tomares

Enterramiento islámico
    En el corazón de Tomares, una localidad sevillana con una rica historia que se remonta a épocas antiguas, se encuentra Aljamar, un enclave que ha sido testigo de siglos de ocupación humana. Este lugar, hoy en día conocido por su desarrollo urbanístico, esconde bajo sus calles y edificios un pasado fascinante que conecta la época romana con la musulmana, ofreciendo una ventana única a la historia de la región.

    El topónimo "Aljamar" no aparece mencionado en el Libro de Repartimiento de Sevilla ni en otras fuentes árabes conocidas, lo que ha generado cierta intriga entre los historiadores. Sin embargo, el nombre parece tener raíces árabes. Rafael Mérida, experto en toponimia, sugiere que podría derivar del término al-yami ́a, cuyo plural es al-yami ́at. Este término podría estar relacionado con una alquería musulmana o incluso una pequeña aldea que existió en la zona durante la época andalusí. Aunque no hay referencias directas en las fuentes históricas, la presencia de una importante necrópolis islámica en la zona refuerza la idea de que Aljamar fue un lugar de cierta relevancia durante la dominación musulmana.

    Uno de los hallazgos más significativos en Aljamar es la necrópolis islámica, descubierta durante las excavaciones arqueológicas realizadas en el marco del desarrollo urbanístico de la zona. Esta necrópolis, fechada en época almohade (siglos XII-XIII), es un testimonio clave de la presencia musulmana en Tomares. Los enterramientos encontrados siguen el ritual islámico, con los cuerpos colocados en posición decúbito supino y orientados hacia La Meca. Sin embargo, lo más interesante es que la necrópolis no parece estar asociada a un asentamiento residencial cercano, lo que ha llevado a los arqueólogos a plantear la posibilidad de que fuera utilizada por una comunidad que vivía en las inmediaciones, quizás en la alquería que dio origen al nombre de Aljamar.

    Pero la historia de Aljamar no comienza con los musulmanes. Bajo los restos de la necrópolis islámica, los arqueólogos han descubierto evidencias de una villa romana que data del siglo I al VI d.C. Este yacimiento, conocido como "Talca de Tosa", fue inicialmente identificado como un asentamiento rural romano, posiblemente una villa rustica dedicada a la explotación agrícola. Los restos encontrados incluyen materiales constructivos como tegulae (tejas romanas) y imbrices (tejas curvas), así como cerámicas altoimperiales y fragmentos de ánforas, lo que sugiere que la villa estuvo activa durante varios siglos.

    Lo más fascinante es que la ocupación de este lugar no se limitó a la época romana. Los hallazgos arqueológicos indican que la villa continuó en uso durante la época visigoda y, posteriormente, en la etapa musulmana. Esto sugiere una continuidad en la ocupación del territorio, con una transición gradual entre las diferentes culturas que habitaron la región.

    La presencia de una villa romana y una necrópolis islámica en el mismo lugar no es casual. Aljamar, o lo que hoy conocemos como tal, fue un punto estratégico en la red de asentamientos rurales que se extendían por el Aljarafe. Durante la época romana, estas villas fueron centros de producción agrícola, especialmente de aceite, que se exportaba a través del río Guadalquivir. Con la llegada de los musulmanes, muchos de estos asentamientos fueron reutilizados, adaptándose a las nuevas necesidades y costumbres.

    En el caso de Aljamar, la necrópolis islámica parece haberse establecido en un lugar que ya tenía un significado especial, posiblemente relacionado con la antigua villa romana. Aunque no se han encontrado evidencias claras de un asentamiento musulmán en la zona, la presencia de la necrópolis sugiere que la comunidad que la utilizaba tenía algún tipo de conexión con el territorio, ya fuera como lugar de enterramiento o como parte de un asentamiento más amplio.

    Aljamar es, sin duda, uno de los enclaves más interesantes de Tomares desde el punto de vista histórico y arqueológico. Su nombre, de posible origen árabe, nos habla de una época en la que la región estaba bajo dominio musulmán, mientras que los restos de la villa romana de Talca de Tolsa nos remontan a un pasado aún más lejano, cuando el Aljarafe era una zona próspera dentro del Imperio Romano.

Vista de Aljamar. Imagen de la web "cielo de Tomares"

    Hoy en día, Aljamar es un ejemplo de cómo el desarrollo urbanístico puede coexistir con la preservación del patrimonio histórico. Aunque gran parte de los restos arqueológicos han quedado ocultos bajo las nuevas construcciones, las excavaciones realizadas en la zona han permitido rescatar fragmentos de un pasado que sigue vivo en la memoria de Tomares. Aljamar no es solo un barrio más; es un lugar donde la historia se entrelaza con el presente, recordándonos que bajo nuestros pies yacen siglos de historias esperando ser contadas.

TOMARES EN ÉPOCA ROMANA: UN CRISOL DE HISTORIA, CULTURA Y RIQUEZA AGRÍCOLA

      La historia de Tomares se remonta a tiempos remotos, cuando el territorio que hoy conocemos como el Aljarafe sevillano era un enclave estratégico y fértil, codiciado por civilizaciones que dejaron su huella en estas tierras. En este recorrido por la antigüedad, nos adentramos en la época romana, un período que marcó profundamente la identidad de Tomares y su entorno. Desde la llegada de los romanos a finales del siglo III a. C. hasta la crisis del siglo III d. C., esta región fue testigo de transformaciones políticas, económicas y culturales que sentaron las bases de lo que hoy es este municipio.

Grabado del pintor Hoefnagel con las ruinas de Osset 
a la derecha. Imagen del blog Homo del Castillo

    La fundación de Itálica en el año 206 a. C., cerca de la actual Santiponce, fue un hito crucial. Esta ciudad no solo sirvió para asentar a los soldados licenciados tras las guerras púnicas, sino que también se convirtió en un centro de control sobre las poblaciones no romanas. Itálica y Osset, junto con Hispalis (Sevilla), formaron un triángulo de poder que organizó y administró el territorio de manera eficiente.

Cerro de Chavoya

      La presencia romana en la península ibérica comenzó a consolidarse a finales del siglo III a. C., y Tomares no fue ajeno a este proceso. En aquel entonces, el oppidum turdetano de Osset, situado en un lugar elevado y estratégico, desapareció como tal, pero su importancia no decayó. Los romanos, conscientes de su valor, mantuvieron Osset como un punto clave en su red de control territorial, rebautizándolo como Osset Iulia Constantia. Este enclave, situado en el cerro Chavoya (hoy conocido como Cerro de los Sagrados Corazones), dominaba la cornisa del Aljarafe y ofrecía una vista privilegiada del Lacus Ligustinus, el antiguo estuario del Guadalquivir.

    Osset Iulia Constantia, la Osset romana, se convirtió en un núcleo importante dentro de la provincia Bética. Amurallada y situada en un cerro de 50 metros de altura, esta ciudad controlaba un territorio que abarcaba los actuales términos de Gelves, Mairena, Castilleja, Espartinas, Tomares y San Juan. Las monedas acuñadas en Osset, con la figura de un hombre portando un racimo de uvas, son un testimonio de la importancia agrícola de la región, especialmente en la producción de vino.

    Uno de los legados más significativos de la época romana en Tomares fue la organización del territorio en villas. Estas explotaciones agrícolas, que combinaban residencias señoriales con tierras de cultivo, fueron el germen de muchos de los pueblos actuales. En Tomares se han identificado al menos siete villas romanas, cada una con sus propias características y nivel de riqueza.

    Entre ellas destacan la villa de Talca de Tosa, en Aljamar, que perduró hasta la época musulmana; la villa de El Carmen, una explotación tipo granja; y la villa situada en el casco urbano de Tomares, en torno a la actual Plaza de la Constitución. Esta última, conocida posteriormente como Zaudín Bajo, se beneficiaba de las aguas subterráneas que brotaban en la calle La Fuente, lo que la convirtió en un nodo de poblamiento importante.

    Otras villas, como la de Santa Eufemia, eran explotaciones de lujo, como lo demuestran los mosaicos y teselas encontrados en la zona. Esta villa, que perduró desde el siglo I hasta el IV d. C., fue un ejemplo de la opulencia que alcanzaron algunas de estas propiedades.

    Los hallazgos arqueológicos en Tomares nos permiten reconstruir parte de su historia romana. Entre ellos destaca la estatua de Diana, diosa de los bosques y los animales, encontrada en la calle Colón. Esta figura, vinculada al culto oleario de Hispalis, confirma la importancia de la región en la producción de aceite. También se han localizado restos de un molino romano en Santa Eufemia, una necrópolis en la Cuesta y una cabeza esculpida de un anciano, entre otros vestigios.

    Tomares no solo fue un centro agrícola, sino también un punto clave en la red de comunicaciones romana. Las principales vías, como la que unía Hispalis con Itálica y Emérita Augusta, pasaban por esta región. Además, existían caminos secundarios y veredas que conectaban las villas y los núcleos poblacionales, facilitando el comercio y el movimiento de personas.

    La decadencia del Imperio Romano no pasó desapercibida en Tomares. La crisis del siglo III, marcada por la inflación, la disminución de las exportaciones y la inestabilidad política, afectó profundamente a la región. Sin embargo, el episodio más dramático fue la invasión de los vándalos silingos en el siglo V. Estos pueblos bárbaros, en su avance por la península, arrasaron la zona conocida como Villa Sangre, cerca de la actual Plaza Príncipe de Asturias. Este trágico evento dejó una huella imborrable en la memoria colectiva de la región.