A comienzos del siglo XIX, el escritor norteamericano Washington Irving recorrió Andalucía fascinado por su historia, su arquitectura y sus paisajes. Su mirada, propia del romanticismo de la época, se detuvo con especial atención en los vestigios del pasado islámico y en la belleza de la naturaleza que rodea a ciudades como Sevilla. Aunque Tomares no aparece de forma explícita en sus obras más conocidas como Cuentos de la Alhambra o Crónica de la conquista de Granada, existe una frase atribuida al autor que apunta directamente a nuestra localidad:
"Subida a Tomares en lo alto de la línea de colinas, magnífica vista de la llanura del Guadalquivir, debajo Sevilla."
Esta descripción, breve pero evocadora, captura el momento en que Irving asciende a las colinas del Aljarafe y contempla desde Tomares la grandiosa extensión del valle del Guadalquivir, con la ciudad de Sevilla desplegada a sus pies. En ella se percibe el asombro del viajero ante un paisaje que, todavía hoy, sigue ofreciendo una de las vistas más privilegiadas del entorno sevillano.
El viaje de Irving por Andalucía no fue un simple paseo turístico: fue una búsqueda estética y espiritual. Quedó fascinado por la herencia cultural andalusí, que encontró no sólo en monumentos como la Alhambra, sino también en el trazado de pueblos, los restos de fortalezas y en la poesía escondida entre olivares y colinas. En este contexto, Tomares, como parte del histórico Aljarafe, aparece en el horizonte cultural que tanto inspiró al escritor.
Durante su estancia en Sevilla y sus alrededores, Irving siguió las huellas del pasado islámico, uniendo su pasión por la historia con el deseo de reconstruir literariamente el esplendor perdido de al-Ándalus. Desde las colinas de Tomares, es posible que Irving vislumbrara el mismo paisaje que siglos antes contemplaron reyes y poetas musulmanes, cuando la ciudad de Isbiliya era una joya del mundo andalusí.
Aunque no tengamos constancia escrita en sus libros de una estancia prolongada en Tomares, la frase mencionada nos permite imaginar que el autor norteamericano se detuvo, al menos por un instante, a admirar este enclave. Como muchos viajeros románticos de su época, Washington Irving transformó la geografía en un escenario poético, y los pueblos del Aljarafe, con sus vistas y su historia, se convirtieron en parte de ese imaginario que lo llevó a escribir algunas de las páginas más hermosas sobre España.