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jueves, 24 de abril de 2025

TOMARES EN ÉPOCA ALMORÁVIDE Y ALMOHADE: CONTINUIDAD ESTRATÉGICA Y TRANSFORMACIÓN DEL PAISAJE

 

Vista de Sevilla desde la cornisa del Aljarafe

    Tras la caída de los reinos de taifas en el siglo XI, el occidente andalusí vivió una profunda transformación con la llegada de los almorávides, una dinastía norteafricana de origen bereber que, llamados inicialmente en auxilio frente al avance cristiano, terminaron por asumir el poder en buena parte del territorio andalusí. A partir de 1091, Sevilla y su territorio pasaron a formar parte del imperio almorávide, y con ello también el Aljarafe, incluida la zona que hoy ocupan Tomares y San Juan de Aznalfarache.

    Los almorávides, más austeros y guerreros que los refinados reyes taifas, no mostraron especial interés por los palacetes de recreo como el de Hisn al-Zahir, construido por Al-Mutamid. Sin embargo, reconocieron su valor estratégico. Si bien no tenemos constancia arqueológica precisa de reformas importantes, es muy probable que este enclave —como otros muchos del entorno de Isbiliya— fuera reutilizado y adaptado para mantener su función como puesto de vigilancia y control del acceso fluvial.

    Este patrón se intensificó con la llegada de los almohades, a mediados del siglo XII. Esta nueva dinastía, también norteafricana y con una visión más centralizadora y reformadora del poder, convirtió a Sevilla en su capital andalusí. Desde allí dirigieron una profunda reestructuración militar, económica y urbanística de la ciudad y su territorio inmediato. En este contexto, la comarca del Aljarafe adquirió un papel fundamental: no solo como zona agrícola privilegiada, sino también como espacio defensivo clave en el sistema fortificado del Guadalquivir.

    Los almohades emprendieron una política sistemática de reconstrucción y ampliación de fortificaciones. El control del río y de los accesos a la capital les llevó a reforzar estructuras preexistentes y, en muchos casos, a levantar nuevas. Se sabe que el cerro de San Juan, donde se hallaban los restos del antiguo Hisn al-Zahir, fue reocupado y fortificado con técnicas propias del momento, como el uso intensivo del tapial almohade (una técnica de construcción con tierra apisonada, rápida y económica).

    En excavaciones arqueológicas realizadas entre los años 1990 y 2000, se documentaron en la calle Tablada muros de tapial con un grosor de 2,30 m, lo cual ha hecho pensar que no pertenecen a la etapa almohade, sino quizás a una fase anterior (almorávide o incluso taifa). Esta hipótesis subraya una idea clave: los almohades no partieron de cero, sino que reaprovecharon y reforzaron las estructuras anteriores, como parte de su ambicioso proyecto de control territorial.

        Desde el punto de vista territorial, es importante destacar que el actual municipio de Tomares formaba parte de ese sistema de control perimetral de Sevilla, con función tanto defensiva como de vigilancia del entorno agrícola y fluvial. Su situación elevada, en la cornisa del Aljarafe, permitía dominar visualmente el valle y ejercer funciones de control, especialmente hacia la zona del río. Aunque no contemos con una fortaleza documentada dentro de los límites actuales de Tomares, su territorio era parte activa de ese sistema defensivo almohade.

    Además, la presencia de caminos y vías de comunicación entre Sevilla y el Aljarafe —algunos de los cuales discurrían por lo que hoy es el casco urbano de Tomares— refuerza la idea de que la localidad estaba plenamente integrada en la red militar, económica y logística del periodo almohade. Los ingenieros y planificadores de este imperio no dejaban nada al azar.

Así, el legado andalusí de Tomares no se agota en su posible vínculo con Osset o con la época taifa: su historia también está escrita en el silencio de sus colinas, en la tierra batida de sus posibles muros, y en su participación como pieza en el complejo engranaje defensivo y económico que sustentó el poder almohade en al-Andalus.

EL VALOR ESTRATÉGICO DE TOMARES EN ÉPOCA TAIFA: LA FORTIFICACIÓN DE IZNALFARACH

 


   Durante los siglos XI y XII, en plena fragmentación del Califato de Córdoba y bajo el dominio de los reinos de taifas, el territorio del Aljarafe sevillano cobró una notable importancia estratégica. Esta comarca, fértil y bien comunicada, fue escenario de rivalidades políticas, ambiciones dinásticas y proyectos de control territorial que marcaron el destino de Sevilla y su entorno inmediato.

    Una de las zonas con más protagonismo en este contexto fue la comprendida entre los actuales municipios de San Juan de Aznalfarache y Tomares, históricamente vinculados al antiguo asentamiento de Osset, ciudad turdetana romanizada y posteriormente islamizada. Aunque la localización principal de Osset se ha identificado tradicionalmente en el actual cerro de San Juan, es importante señalar que su área de influencia y control territorial se extendía ampliamente, abarcando también el espacio donde hoy se asienta el núcleo urbano de Tomares. Ambos municipios compartieron historia administrativa, jurisdicción y estructura territorial hasta finales del siglo XIX.

    En este contexto de fragmentación política, el enclave fortificado de Iznalfarach adquirió un valor destacado. Su ubicación, elevada sobre el valle del Guadalquivir y cercana a la ciudad de Isbiliya (Sevilla), le confería una posición clave como punto de control del abastecimiento fluvial y como avanzada en la defensa de la capital del reino abadí. El castillo, construido a finales del siglo XI bajo el reinado de Al-Mutadid y su hijo Al-Mutamid (1069–1090), reyes de la taifa sevillana, fue concebido no sólo como un bastión militar, sino también como un símbolo del poder dinástico.

    Este nuevo palacio-fortaleza recibió el nombre de Hisn al-Zahir, que podría traducirse como "el castillo brillante", evocando la mítica ciudad palatina cordobesa de Madinat al-Zahra. De este modo, los soberanos sevillanos buscaban imitar la grandeza califal de Qurtuba, construyendo en las afueras de su capital una residencia de recreo con aspiraciones simbólicas. No está claro si esta edificación se levantó sobre restos anteriores o si fue de nueva planta, pero los testimonios literarios, especialmente la poesía cortesana de Al-Mutamid, la evocan como un lugar de belleza y poder.

    El palacio y su fortificación se insertaban también en una lógica defensiva, característica de los tiempos taifas: pequeñas cortes, constantemente enfrentadas entre sí, que se veían obligadas a levantar fortalezas y castillos para asegurar sus dominios. Así, la construcción de Iznalfarach formó parte de un programa más amplio de control del Aljarafe, pieza clave para el sostenimiento económico y militar de Sevilla.

    De la fortificación “abadí” de Iznalfarach se conserva poca constancia arqueológica, y menos aún de las posibles reformas que pudo haber experimentado bajo el dominio posterior de los almorávides. No obstante, entre los años 1990 y 2000, durante un seguimiento arqueológico en la calle Tablada, se documentaron restos de un muro de tapial de 2,30 metros de grosor, una medida inusualmente grande que no corresponde a las técnicas constructivas almohades, lo que ha llevado a algunos arqueólogos a plantear que podrían tratarse de vestigios de la fortificación anterior, posiblemente parte del propio Hisn al-Zahir.

    Aunque el topónimo de Iznalfarach se asocia principalmente a San Juan de Aznalfarache, la fortaleza que lo llevó por nombre se encontraba en un enclave cuyo control y territorio abarcaba también el actual municipio de Tomares. La propia naturaleza de las fortificaciones andalusíes, más centradas en el dominio del entorno que en la delimitación de fronteras precisas, permite hablar de una relación directa entre la historia de Tomares y la existencia de esta fortaleza. De hecho, parte de sus restos —y del espacio que controlaba— se encuentran hoy en el término tomareño, por lo que su historia es también parte esencial del pasado medieval de nuestro municipio.

(Más información en https://amodelcastillo.blogspot.com/)