"Subida a Tomares en lo alto de la línea de colinas, magnífica vista de la llanura del Guadalquivir, debajo Sevilla." Washington Irving
viernes, 25 de abril de 2025
LA ORDEN DE SAN JUAN EN TOMARES: DE HOSPITALARIOS A GUERREROS EN LA RECONQUISTA
jueves, 24 de abril de 2025
TOMARES Y EL ALJARAFE DURANTE LA RECONQUISTA: DEL DOMINIO ALMOHADE AL CONTROL CRISTIANO
Durante los siglos XII y XIII, en pleno proceso de la Reconquista, el Aljarafe sevillano fue un territorio estratégico clave en los enfrentamientos entre el mundo islámico y los reinos cristianos del norte peninsular. En este contexto, el territorio del actual Tomares se vio profundamente influido por los grandes acontecimientos militares y políticos de la época, especialmente por su cercanía a la ciudad de Sevilla y por su vinculación con el importante enclave fortificado de Hisn al-Faray (el actual castillo de San Juan de Aznalfarache).
Tras la derrota cristiana en la batalla de Alarcos (1195), la iniciativa militar en la Península Ibérica estuvo, durante décadas, en manos de los almohades, que habían hecho de Sevilla la capital de su imperio en al-Andalus. No obstante, la situación cambió drásticamente tras la gran victoria cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), en la que participó el joven Fernando III de Castilla, entonces heredero al trono.
Esta derrota marcó el inicio del colapso del poder almohade en la península, y con él, la apertura de una nueva etapa de expansión castellana hacia el sur. Insurrecciones internas, luchas sucesorias y la descomposición del poder central almohade facilitaron el avance cristiano, que se fue consolidando paso a paso.
La gran empresa de Fernando III fue la conquista de Sevilla, una ciudad clave tanto por su peso político como por su posición geográfica y su control del río Guadalquivir. En este proceso, el Aljarafe desempeñó un papel esencial: su altitud y dominio visual sobre el río lo convertían en una retaguardia militar de gran valor.
El maestre de la Orden de Santiago, Pelayo Pérez Correa, fue encargado por el rey de asegurar el control del Aljarafe. Tomó el castillo de Aznalfarache, que se convirtió en cuartel general cristiano durante el asedio. Desde esa posición, los cristianos podían cortar la comunicación fluvial de Sevilla, vigilando el tránsito de barcos y dificultando la resistencia almohade.
En paralelo, el almirante Ramón Bonifaz bloqueó la ciudad por el río y logró una acción simbólica y decisiva: la ruptura del Puente de Barcas que unía Sevilla con Triana, el 3 de mayo de 1248. Sevilla quedó aislada.
El asedio comenzó el 24 de agosto de 1248 y terminó el 23 de noviembre del mismo año, con la rendición de la ciudad. Tras la conquista, el castillo de San Juan de Aznalfarache —el antiguo Hisn al-Faray— fue donado el 25 de febrero de 1249 a la Orden Militar de San Juan de Jerusalén (posteriormente conocida como la Orden de Malta). La donación se confirmó legalmente en 1253, y aún hoy, el escudo de San Juan de Aznalfarache conserva la cruz de Malta y un castillo, en memoria de aquel episodio decisivo.
Aunque no existen registros específicos de un núcleo urbano consolidado en el actual Tomares en ese momento, su territorio estaba vinculado directamente al entorno del castillo de Aznalfarache, del que dependía en lo militar y lo administrativo. La ubicación elevada de Tomares y su proximidad al río lo convertían en un espacio de paso, de vigilancia y de abastecimiento.
Tras la conquista, el Aljarafe comenzó un proceso de reorganización bajo dominio cristiano. Se repoblaron sus tierras, se reorganizaron sus caminos y se distribuyeron nuevas propiedades. Así, el territorio de Tomares se integró plenamente en la nueva estructura feudal castellana y comenzó a trazar su historia dentro del reino de Castilla.
TOMARES EN ÉPOCA ALMORÁVIDE Y ALMOHADE: CONTINUIDAD ESTRATÉGICA Y TRANSFORMACIÓN DEL PAISAJE
Vista de Sevilla desde la cornisa del Aljarafe
Tras la caída de los reinos de taifas en el siglo XI, el occidente andalusí vivió una profunda transformación con la llegada de los almorávides, una dinastía norteafricana de origen bereber que, llamados inicialmente en auxilio frente al avance cristiano, terminaron por asumir el poder en buena parte del territorio andalusí. A partir de 1091, Sevilla y su territorio pasaron a formar parte del imperio almorávide, y con ello también el Aljarafe, incluida la zona que hoy ocupan Tomares y San Juan de Aznalfarache.
Los almorávides, más austeros y guerreros que los refinados reyes taifas, no mostraron especial interés por los palacetes de recreo como el de Hisn al-Zahir, construido por Al-Mutamid. Sin embargo, reconocieron su valor estratégico. Si bien no tenemos constancia arqueológica precisa de reformas importantes, es muy probable que este enclave —como otros muchos del entorno de Isbiliya— fuera reutilizado y adaptado para mantener su función como puesto de vigilancia y control del acceso fluvial.
Este patrón se intensificó con la llegada de los almohades, a mediados del siglo XII. Esta nueva dinastía, también norteafricana y con una visión más centralizadora y reformadora del poder, convirtió a Sevilla en su capital andalusí. Desde allí dirigieron una profunda reestructuración militar, económica y urbanística de la ciudad y su territorio inmediato. En este contexto, la comarca del Aljarafe adquirió un papel fundamental: no solo como zona agrícola privilegiada, sino también como espacio defensivo clave en el sistema fortificado del Guadalquivir.
Los almohades emprendieron una política sistemática de reconstrucción y ampliación de fortificaciones. El control del río y de los accesos a la capital les llevó a reforzar estructuras preexistentes y, en muchos casos, a levantar nuevas. Se sabe que el cerro de San Juan, donde se hallaban los restos del antiguo Hisn al-Zahir, fue reocupado y fortificado con técnicas propias del momento, como el uso intensivo del tapial almohade (una técnica de construcción con tierra apisonada, rápida y económica).
En excavaciones arqueológicas realizadas entre los años 1990 y 2000, se documentaron en la calle Tablada muros de tapial con un grosor de 2,30 m, lo cual ha hecho pensar que no pertenecen a la etapa almohade, sino quizás a una fase anterior (almorávide o incluso taifa). Esta hipótesis subraya una idea clave: los almohades no partieron de cero, sino que reaprovecharon y reforzaron las estructuras anteriores, como parte de su ambicioso proyecto de control territorial.
Desde el punto de vista territorial, es importante destacar que el actual municipio de Tomares formaba parte de ese sistema de control perimetral de Sevilla, con función tanto defensiva como de vigilancia del entorno agrícola y fluvial. Su situación elevada, en la cornisa del Aljarafe, permitía dominar visualmente el valle y ejercer funciones de control, especialmente hacia la zona del río. Aunque no contemos con una fortaleza documentada dentro de los límites actuales de Tomares, su territorio era parte activa de ese sistema defensivo almohade.
Además, la presencia de caminos y vías de comunicación entre Sevilla y el Aljarafe —algunos de los cuales discurrían por lo que hoy es el casco urbano de Tomares— refuerza la idea de que la localidad estaba plenamente integrada en la red militar, económica y logística del periodo almohade. Los ingenieros y planificadores de este imperio no dejaban nada al azar.
Así, el legado andalusí de Tomares no se agota en su posible vínculo con Osset o con la época taifa: su historia también está escrita en el silencio de sus colinas, en la tierra batida de sus posibles muros, y en su participación como pieza en el complejo engranaje defensivo y económico que sustentó el poder almohade en al-Andalus.
EL VALOR ESTRATÉGICO DE TOMARES EN ÉPOCA TAIFA: LA FORTIFICACIÓN DE IZNALFARACH
Durante los siglos XI y XII, en plena fragmentación del Califato de Córdoba y bajo el dominio de los reinos de taifas, el territorio del Aljarafe sevillano cobró una notable importancia estratégica. Esta comarca, fértil y bien comunicada, fue escenario de rivalidades políticas, ambiciones dinásticas y proyectos de control territorial que marcaron el destino de Sevilla y su entorno inmediato.
Una de las zonas con más protagonismo en este contexto fue la comprendida entre los actuales municipios de San Juan de Aznalfarache y Tomares, históricamente vinculados al antiguo asentamiento de Osset, ciudad turdetana romanizada y posteriormente islamizada. Aunque la localización principal de Osset se ha identificado tradicionalmente en el actual cerro de San Juan, es importante señalar que su área de influencia y control territorial se extendía ampliamente, abarcando también el espacio donde hoy se asienta el núcleo urbano de Tomares. Ambos municipios compartieron historia administrativa, jurisdicción y estructura territorial hasta finales del siglo XIX.
En este contexto de fragmentación política, el enclave fortificado de Iznalfarach adquirió un valor destacado. Su ubicación, elevada sobre el valle del Guadalquivir y cercana a la ciudad de Isbiliya (Sevilla), le confería una posición clave como punto de control del abastecimiento fluvial y como avanzada en la defensa de la capital del reino abadí. El castillo, construido a finales del siglo XI bajo el reinado de Al-Mutadid y su hijo Al-Mutamid (1069–1090), reyes de la taifa sevillana, fue concebido no sólo como un bastión militar, sino también como un símbolo del poder dinástico.
Este nuevo palacio-fortaleza recibió el nombre de Hisn al-Zahir, que podría traducirse como "el castillo brillante", evocando la mítica ciudad palatina cordobesa de Madinat al-Zahra. De este modo, los soberanos sevillanos buscaban imitar la grandeza califal de Qurtuba, construyendo en las afueras de su capital una residencia de recreo con aspiraciones simbólicas. No está claro si esta edificación se levantó sobre restos anteriores o si fue de nueva planta, pero los testimonios literarios, especialmente la poesía cortesana de Al-Mutamid, la evocan como un lugar de belleza y poder.
El palacio y su fortificación se insertaban también en una lógica defensiva, característica de los tiempos taifas: pequeñas cortes, constantemente enfrentadas entre sí, que se veían obligadas a levantar fortalezas y castillos para asegurar sus dominios. Así, la construcción de Iznalfarach formó parte de un programa más amplio de control del Aljarafe, pieza clave para el sostenimiento económico y militar de Sevilla.
De la fortificación “abadí” de Iznalfarach se conserva poca constancia arqueológica, y menos aún de las posibles reformas que pudo haber experimentado bajo el dominio posterior de los almorávides. No obstante, entre los años 1990 y 2000, durante un seguimiento arqueológico en la calle Tablada, se documentaron restos de un muro de tapial de 2,30 metros de grosor, una medida inusualmente grande que no corresponde a las técnicas constructivas almohades, lo que ha llevado a algunos arqueólogos a plantear que podrían tratarse de vestigios de la fortificación anterior, posiblemente parte del propio Hisn al-Zahir.
Aunque el topónimo de Iznalfarach se asocia principalmente a San Juan de Aznalfarache, la fortaleza que lo llevó por nombre se encontraba en un enclave cuyo control y territorio abarcaba también el actual municipio de Tomares. La propia naturaleza de las fortificaciones andalusíes, más centradas en el dominio del entorno que en la delimitación de fronteras precisas, permite hablar de una relación directa entre la historia de Tomares y la existencia de esta fortaleza. De hecho, parte de sus restos —y del espacio que controlaba— se encuentran hoy en el término tomareño, por lo que su historia es también parte esencial del pasado medieval de nuestro municipio.
(Más información en https://amodelcastillo.blogspot.com/)
viernes, 31 de enero de 2025
LA CAÑADA REAL DE TOMARES: UN CAMINO HISTÓRICO EN LA MEMORIA DE LA TIERRA
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Mapa vías pecuarias en Andalucía |
La Cañada Real de Tomares: Un camino histórico en la memoria de la tierra
En el paisaje de Tomares, municipio sevillano de profunda raigambre histórica, se esconde un vestigio de un pasado en el que el trasiego de ganado y el ritmo de la trashumancia marcaban el pulso de la vida rural: la Cañada Real de Tomares. Esta vía pecuaria, hoy parcialmente perdida bajo el avance de la urbanización, fue en su día una ruta esencial para el traslado de rebaños y un testimonio vivo de la conexión entre el ser humano y la tierra.
¿Qué era la Cañada Real de Tomares?
Las cañadas reales eran caminos tradicionales utilizados desde la Edad Media para la trashumancia, es decir, el movimiento estacional del ganado entre las zonas de pastos de invierno y verano. Estas vías, reguladas por la Mesta (una poderosa asociación de ganaderos), formaban una extensa red que cruzaba la península ibérica. La Cañada Real de Tomares era una de estas rutas, que conectaba la campiña sevillana con otras regiones de Andalucía, permitiendo el traslado de ovejas, cabras y otros animales en busca de pastos frescos.
Aunque no se conoce con exactitud su trazado completo, se sabe que esta cañada formaba parte de un sistema más amplio de vías pecuarias, posiblemente vinculado a rutas principales como la Cañada Real de la Plata, que unía Extremadura con Andalucía. Su función no era solo ganadera; también servía como ruta de comunicación entre poblaciones y como eje de intercambio cultural y comercial.
El recorrido de la cañada en Tomares
En el término municipal de Tomares, la Cañada Real debía seguir un trazado que aprovechaba las características naturales del terreno. Aunque el crecimiento urbano ha alterado gran parte de su recorrido, algunos indicios nos permiten reconstruir su posible ruta como la cercanía a Duchuelas. El antiguo núcleo poblacional de Duchuelas, hoy desaparecido, estaba situado cerca de lo que fue el camino que dio origen a la cañada. La necrópolis de Aljamar, descubierta en las inmediaciones, es un testimonio de la importancia de esta zona como punto de paso. De tal forma el actual Callejón Bichuelas, cuyo nombre evoca el pasado de Duchuelas (también llamado Lichuelas en el siglo XVII), podría ser un vestigio del trazado original de la cañada. Su existencia sugiere que la vía pecuaria pasaba por esta zona, conectando las tierras bajas del Guadalquivir con las colinas de la campiña.
Como era habitual en las cañadas reales, su trazado probablemente seguía vaguadas y laderas, aprovechando los recursos naturales para facilitar el paso de los rebaños. En Tomares, esto se traducía en un recorrido que bordeaba elevaciones suaves y se acercaba a arroyos y fuentes de agua, elementos clave en la cultura islámica y en la práctica de la trashumancia.
La cañada hoy: Entre el olvido y la memoria
Hoy en día, la Cañada Real de Tomares es un ejemplo de cómo el desarrollo urbano puede borrar las huellas del pasado. Gran parte de su trazado se ha perdido bajo calles y edificios, pero su legado perdura como hemos señalado en nombres como el Callejón Bichuelas y en los restos arqueológicos que nos hablan de su importancia histórica.
Sin embargo, la conservación de estas vías pecuarias es fundamental no solo por su valor histórico, sino también por su potencial como rutas turísticas y senderos naturales. En otras partes de España, muchas cañadas reales han sido recuperadas como espacios para el senderismo y el cicloturismo, permitiendo que su memoria siga viva.
BICHUELAS O DUCHUELAS: UN VESTIGIO DE LA HISTORIA MUSULMANA DE TOMARES
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Callejón Bichuela |
EL REPARTIMIENTO DE TOMARES EN LA RECONQUISTA: UN PROCESO DE REORGANIZACIÓN TERRITORIAL
La Reconquista de la Península Ibérica no solo fue un proceso militar y religioso, sino también un fenómeno de reorganización territorial y social que transformó el paisaje y la estructura de las comunidades locales. Uno de los ejemplos más interesantes de este proceso es el repartimiento de tierras en Tomares, un enclave que, aunque abandonado durante siglos, resurge en la documentación del reinado de Alfonso X el Sabio. Este repartimiento no solo refleja la estrategia política y militar de la Corona de Castilla, sino también la complejidad de la repoblación y la reconfiguración de los espacios en el contexto de la Baja Edad Media.
Las fuentes históricas indican que el yacimiento de Tomares (o Tomar/Tomat) había estado abandonado durante siglos antes de la Reconquista. Sin embargo, durante el reinado de Alfonso X, este lugar vuelve a aparecer en la documentación, lo que plantea una pregunta clave: ¿a qué lugar exacto se refieren las fuentes? Una teoría sugiere que el enclave mencionado podría corresponder al yacimiento de Aljamar, donde recientemente se ha descubierto una importante necrópolis musulmana. Este sitio habría sido habitado durante un período indeterminado de la Baja Edad Media o la Edad Moderna, antes de que la población se trasladara nuevamente hacia la zona del antiguo yacimiento romano de Tomares. Este desplazamiento no solo habría afectado a los pobladores, sino también al topónimo, que se habría mantenido a pesar del cambio de ubicación.
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Alfonso X |
El repartimiento de tierras fue una herramienta clave en la estrategia de repoblación de los territorios reconquistados. En el caso de Tomares, Alfonso X realizó varias donaciones a repobladores cristianos, con el objetivo de consolidar el control sobre la región y garantizar su defensa. Entre los beneficiarios más destacados se encuentran los hermanos Martín y Ponce Valdovín, quienes recibieron un terreno llamado “Lovanina”. Este lugar, que posteriormente cambió su nombre a “Valdovina”, cumplía una función militar estratégica: vigilar la ciudad de Sevilla desde el flanco occidental. De esta manera, el repartimiento no solo buscaba incentivar la repoblación, sino también fortalecer las defensas del reino frente a posibles amenazas.
La toponimia es un elemento fundamental para entender el proceso de repoblación y reorganización territorial. En el caso de Tomares, términos como “Sobarbul” o “Sovuerva” aparecen en documentos de deslinde entre San Juan y Tomares, cerca del límite con Mairena del Aljarafe. Algunos investigadores han sugerido que “Sovuelva” podría estar relacionado con el término “Zaudín”, producto de un proceso de castellanización. Sin embargo, estas hipótesis no están exentas de controversia, ya que también es posible que se trate de dos lugares diferentes, con Zaudín situado al noroeste de Subarbul. Estas discusiones reflejan la complejidad de reconstruir la geografía histórica y la evolución de los topónimos en un contexto de cambios constantes.
El repartimiento de Tomares no fue un hecho aislado, sino parte de una estrategia más amplia de repoblación y control territorial. La Corona de Castilla buscaba asegurar las tierras reconquistadas mediante la instalación de pobladores cristianos, quienes, a cambio de tierras, debían cumplir funciones defensivas y productivas. Este proceso no solo implicó la redistribución de tierras, sino también la reconfiguración de las relaciones sociales y económicas en la región. Los nuevos pobladores, como los hermanos Valdovín, se convirtieron en actores clave en la consolidación del poder cristiano en el Aljarafe sevillano.
El repartimiento de Tomares durante el reinado de Alfonso X es un ejemplo ilustrativo de cómo la Reconquista transformó el territorio y la sociedad en la Península Ibérica. A través de la repoblación, la reorganización territorial y la reasignación de topónimos, la Corona de Castilla logró consolidar su control sobre regiones estratégicas como el Aljarafe. Aunque muchas incógnitas persisten en torno a la ubicación exacta de los enclaves mencionados en las fuentes, el estudio de este proceso nos permite comprender mejor las dinámicas de poder, las estrategias militares y las transformaciones culturales que caracterizaron este período histórico. Tomares, con su rica historia y su evolución a lo largo de los siglos, sigue siendo un testimonio vivo de la complejidad y el legado de la Reconquista.
jueves, 30 de enero de 2025
TOMARES EN EL SIGLO XIV: DE FORTALEZA ASEDIADA A VILLA EN CRECIMIENTO
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Alfonso XI de Castilla |
TOMARES EN LA EDAD MEDIA: DESPOBLACIÓN, CONFLICTOS Y LA DIFÍCIL REPOBLACIÓN
Este proceso de expulsión tuvo graves consecuencias demográficas y económicas. Muchas alquerías, pequeños núcleos rurales dedicados a la agricultura, quedaron deshabitadas y terminaron desapareciendo por falta de mano de obra para su explotación. Las tierras que antes cultivaban los musulmanes pasaron a estar controladas por el cabildo catedralicio de Sevilla y diversas órdenes religiosas, pero la ausencia de habitantes hacía difícil su aprovechamiento.
La crisis se agudizó con la revuelta mudéjar de 1264, cuando los musulmanes que aún permanecían en la zona, sobre todo aquellos que habían logrado mantenerse tras la primera oleada de expulsiones, se rebelaron contra la autoridad cristiana. La represión que siguió a la revuelta fue intensa, y los supervivientes huyeron en su mayoría hacia el Reino de Granada o al Magreb. El territorio quedó entonces prácticamente deshabitado, con la mayoría de los antiguos pobladores musulmanes se refugiaron en lugares como Huelva, Osset o la propia ciudad de Sevilla.
Tras la revuelta, el Aljarafe quedó convertido en un espacio de frontera peligroso e inestable. A pesar de los intentos de repoblación impulsados por la monarquía castellana, la presencia constante de incursiones de los nazaríes de Granada y los benimerines del norte de África desalentaba a los nuevos pobladores. Muchos de los cristianos que llegaban desde el norte de la península, con la esperanza de establecerse en estas tierras, acababan abandonándolas por temor a la inseguridad.
En este contexto, a la hora de repoblar la zona, se consideraron diferentes opciones o ubicaciones para el nuevo asentamiento cristiano, y finalmente se eligió la zona de El Conde en el lado oriental de Tomares en lugar de la opción de Peralta. Este enclave, por su posición estratégica, ofrecía mejores condiciones defensivas. Para asegurar su control, se decidió reforzar las fortificaciones existentes y construir un alcázar o fortaleza. Esta estructura, cuya entrada principal se situaba en el actual callejón Bichuelas, comprendía una serie de murallas y torres de vigilancia que delimitaban el núcleo urbano.
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Callejón Bichuelas |
Las murallas, que cerraban el núcleo central de la población, abarcaban desde el aparcamiento que hay junto al Ayuntamiento hasta la parte trasera de Montefuerte, conectando con el área del Garrotal y cerrándose cerca de la calle Calderona, junto al Colegio Al-Ándalus. Estas fortificaciones fueron esenciales para garantizar la permanencia de la población militar que llegaba desde el norte, evitando que abandonaran el territorio ante la amenaza musulmana. En la actualidad no se conservan restos visibles de las murallas medievales. Las que aparecen en la imagen inferior corresponden a una restauración reciente de las antiguas murallas posiblemente de la hacienda Montefuerte edificio del siglo XVII.
Dentro de esta estructura territorial, Tomares quedó integrado en el distrito de Aznalfarache, que se dividía en cuatro mitaciones, una de ellas San Juan, que incluía además de Tomares, las localidades de Duchuelas, Camas, Zaudín, la calle Real de Castilleja y Aznalfarache. En los documentos de repartimiento de tierras, Tomares aparece registrado como un heredamiento, es decir, una concesión de tierras otorgada por el concejo de Sevilla a individuos que se comprometían a asentarse y explotarlas. Este modelo se diferenciaba del de los donadíos, que eran tierras entregadas con mayor autonomía a los beneficiarios.
Ya en el siglo XVII el territorio de Tomares pasó a estar bajo el dominio de la Casa de Olivares y también de la Orden de San Juan, configurándose así un complejo entramado de señoríos laicos y eclesiásticos que marcarían el devenir de la localidad en los siglos posteriores.
LA ORDEN FRANCISCANA EN TOMARES: UN LEGADO DE FE Y DEVOCIÓN
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Convento franciscano en San Juan de Aznalfarache Artículo de Pedro Rueda |
Los frailes terceros franciscanos en un primer momento en el Convento de San Francisco ubicado en la zona de Aznalfarache, que en ese momento pertenecía a Tomares. Hacia 1500 se establecieron en tomaron posesión de la ermita situada en la Calle Real de Castilleja de la Cuesta, que en aquel entonces también pertenecía a Tomares. Su enfoque era ya menos militar y más religioso, con una marcada cercanía al cultivo de la tierra. Desde allí, extendieron su jurisdicción a San Juan, el propio Tomares y Castilleja donde Fray Felipe de Mesía, un monje franciscano, utilizó la antigua capilla de la hacienda Montefuerte como parroquia para atender a los feligreses de Tomares.
La presencia de los franciscanos en el actual Tomares se remonta al año 1520, cuando fray Antonio de Tablada, Visitador General de la Orden, otorgó a los frailes la propiedad de la Iglesia Parroquial Nuestra Señora de Belén y su feligresía, aunque esta iglesia no se construiría hasta el siglo XVII. La comunidad franciscana, que contaba con pocos bienes, recibió diversas ayudas del cabildo y se dedicó a la cura de almas para las gentes de San Juan y Tomares.
Los franciscanos eran fervientes defensores del Misterio de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen María. Fomentaban la devoción mariana no solo predicando en las iglesias, sino también en plazas y mercados, integrándose entre el pueblo. Desde finales del siglo XV, se empezó a rendir culto a una imagen de la Inmaculada en una ventana a lo largo del Camino Real hacia Niebla y Huelva. Esta imagen se convirtió en un punto de oración para numerosos viajeros, entre ellos Cristóbal Colón. Curiosamente, Colón nombró una de las islas que descubrió en el Nuevo Mundo como “Santa María de la Concepción” en honor a esta devoción.
La constitución de la Hermandad Sacramental de Tomares comenzó paralelamente a la fundación franciscana, con el objetivo de ampliar el culto y recoger beneficios. Aunque la iglesia no se construyó hasta 1688, la influencia franciscana ya estaba firmemente establecida. En la iglesia de Tomares, junto a la Sacristía, se conserva un lienzo datado de finales del siglo XVII y principios del XVIII, que muestra a San Gabriel con una espada y a los franciscanos otorgando el cordón a los que van al infierno.
La orden franciscana no solo fundó la Hermandad Sacramental de Tomares, sino que también promovió la advocación a San Sebastián como patrón y a la Inmaculada de Castilleja de la Cuesta. Su legado perdura en la devoción y las tradiciones religiosas de Tomares, testimonio de su profunda influencia en la comunidad.
LOS CARTUJOS EN TOMARES: UN CAPÍTULO FUNDAMENTAL EN LA HISTORIA MONÁSTICA Y LOCAL
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Monasterio de la Cartuja en Sevilla |
Los Cartujos tienen una notable presencia en Tomares debido a la transformación de la ermita de Santa María de las Cuevas en monasterio a comienzos del siglo XV. En 1394, los franciscanos levantaron la ermita, que fue dedicada a la Virgen María. Seis años después, en 1400, el arzobispo de Sevilla obtuvo permiso para fundar un monasterio cartujo en el lugar, iniciando así la conversión de la ermita en un centro monástico más grande.
El establecimiento del monasterio en Tomares fue resultado de un acuerdo entre el arzobispo y los franciscanos, quienes cedieron la ermita a cambio de la propiedad del Castillo de San Juan de Aznalfarache. La ermita pasó a manos de la Orden Cartuja, que consolidó su presencia en la región.
Antes de convertirse en ermita, el lugar había sido utilizado por los almohades en el siglo XII para la producción alfarera, aprovechando la proximidad al río Guadalquivir y la abundancia de arcillas en la zona. Esta tradición continuó en los siglos posteriores, especialmente con los alfareros de Triana.
Según una leyenda de 1248, tras la Reconquista, se encontró una imagen de la Virgen María en una de las cuevas del lugar, lo que llevó a la construcción de la ermita. A finales del siglo XIV, la ermita estuvo bajo la dirección de la Orden Franciscana.
Con la llegada de los cartujos en 1400, el monasterio se convirtió en un centro religioso y espiritual influyente, y la comunidad cartuja se benefició de tierras y propiedades que adquirió con el tiempo, consolidando su presencia en la región.
Uno de los momentos más importantes en la historia del Monasterio de Santa María de las Cuevas y su relación con Tomares fue la intervención de Don Fernando de Torres, prior del monasterio entre 1410 y 1467. Este personaje, que desempeñó un papel clave en la consolidación de la comunidad cartuja, dejó un legado duradero, especialmente para la localidad de Tomares. Su influencia trascendió lo meramente religioso, pues su actuación contribuyó a un desarrollo económico y social significativo para la zona.
Al final de su vida, Don Fernando de Torres tomó una decisión trascendental para el futuro del monasterio y su relación con Tomares. En su testamento, cedió a la comunidad cartuja la alquería de Esteban de Arones, una propiedad agrícola que estaba situada en el municipio de Tomares, en una zona que, por su proximidad al río Guadalquivir, era propensa a las frecuentes inundaciones. Esta alquería, conocida por su vulnerabilidad a las crecidas del río, fue designada por Don Fernando para ser un refugio seguro para los monjes cartujos en tiempos de inundaciones, lo que fue de gran importancia, dado que la zona del Guadalquivir solía sufrir intensas crecidas que afectaban a las tierras circundantes.
La alquería de Esteban de Arones no solo cumplía con una función de refugio, sino que, al ser cedida a los cartujos, se transformó en un centro productivo clave para el monasterio. Los monjes cartujos, conocidos por su vida eremítica y austera, también eran expertos en la gestión de tierras y la producción agrícola, lo que les permitió aprovechar las tierras de la alquería para desarrollar diversas actividades agrícolas. Esta explotación agrícola no solo ayudó a proporcionar alimentos para la comunidad monástica, sino que también contribuyó a la autosuficiencia del monasterio, un aspecto crucial en la vida de los cartujos, que se caracterizaban por su independencia material para poder dedicarse plenamente a la oración y la meditación.
La gestión de la alquería de Esteban de Arones incluyó la siembra de diversos cultivos, tales como cereales, viñedos, huertas y olivos, y el desarrollo de actividades ganaderas. Además, la cercanía al Guadalquivir permitió a los monjes aprovechar el agua del río para riego, lo que les permitió maximizar la productividad de las tierras, incluso en épocas de sequía. De este modo, la alquería se convirtió en un punto neurálgico en la estructura económica del monasterio, permitiendo a la comunidad cartuja abastecerse de los recursos necesarios sin depender de fuentes externas, un principio clave para la vida monástica cartuja.
El legado de Don Fernando de Torres, por tanto, no solo tuvo un impacto religioso, sino que también fortaleció la conexión del monasterio con la comunidad local, al ofrecer a los cartujos un espacio donde vivir y trabajar, al mismo tiempo que se protegía el patrimonio monástico en una época de posibles inestabilidad y desastres naturales. La alquería de Esteban de Arones se convirtió en un símbolo de la relación entre la monarquía local, la Iglesia y las tierras de Tomares, consolidando la presencia de la Orden Cartuja en la zona y su influencia en la agricultura y el desarrollo económico del municipio.
Este legado perduró a lo largo de los siglos, ya que la comunidad cartuja continuó gestionando las tierras de la alquería, aumentando su prosperidad e influencia en la región, hasta que las expropiaciones y cambios en las leyes agrarias y religiosas, en el siglo XIX, afectaron al monasterio y sus propiedades. Sin embargo, el legado de Don Fernando de Torres y su contribución al establecimiento de la comunidad cartuja en Tomares sigue siendo un hito importante en la historia local, pues marcó un punto de inflexión en la historia del monasterio y en el desarrollo económico de la localidad, consolidando la presencia de la Orden Cartuja en la región.
miércoles, 29 de enero de 2025
ZAUDÍN BAJO: LA HISTORIA OLVIDADA DE UNA ALQUERÍA MEDIEVAL EN TOMARES
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Zaudín Bajo en la actualidad: el club de golf Zaudín |
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Detalle del plano de Ovando de 1628 junto al camino de Aznalcázar |
EL CAMINO VIEJO: UN LEGADO HISTÓRICO QUE UNE SEVILLA Y EL ALJARAFE
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Parte superior del Camino Viejo con la cruz |
A finales del siglo XII, Sevilla vivía uno de sus periodos de mayor esplendor comercial y cultural bajo el dominio almohade. La ciudad se había convertido en un importante núcleo de intercambio entre Europa, el norte de África y Oriente, atrayendo a mercaderes, artesanos y viajeros de todo el mundo conocido. Fue en este contexto de prosperidad cuando el califa Abu Yacub Yusuf ordenó la construcción de un puente que cambiaría para siempre la conexión entre Sevilla y su entorno: el puente de Barcas en Triana.
Este puente, compuesto por barcas unidas entre sí, no solo facilitó el cruce del río Guadalquivir, sino que también marcó el inicio de una nueva ruta hacia el Aljarafe, una comarca fértil y estratégica al oeste de Sevilla. A partir de este punto, se creó el Camino de Sevilla, una vía que conectaba la capital con las localidades del Aljarafe, entre ellas Tomares. Este camino, que hoy atraviesa la barriada de Camino Viejo, se convirtió en una de las principales arterias de comunicación de la región.
El puente de Barcas, construido en 1171, fue una obra de ingeniería pionera para su época. Su ubicación en Triana permitió a Sevilla expandir su influencia hacia el Aljarafe, una zona rica en recursos agrícolas como el olivo, la vid y los cereales. Durante más de siete siglos, este puente fue la única conexión estable entre la capital y el arrabal de Triana, así como con las poblaciones aljarafeñas. Su importancia no solo radicaba en el comercio, sino también en el movimiento de personas, ideas y culturas.
El Camino de Sevilla, que partía desde el puente, se convirtió en una ruta fundamental para el transporte de mercancías y el tránsito de viajeros. Tomares, situada en pleno Aljarafe, se benefició de esta vía, consolidándose como un enclave estratégico en la red de caminos que unían la región.
El Camino Viejo, como se conoce hoy en día, es el testimonio vivo de aquella ruta histórica. A lo largo de los siglos, este camino ha sido testigo del paso de caravanas de mercaderes, peregrinos, ejércitos y campesinos que se dirigían a Sevilla o partían hacia el Aljarafe. Su trazado, que aún conserva parte de su esencia original, nos permite imaginar cómo era el viaje entre estas tierras en épocas pasadas.
En la actualidad, el Camino Viejo sigue existiendo como una calle que mantiene vivo el recuerdo de aquella antigua vía. Esta calle, que conserva el nombre de Camino Viejo, es un homenaje a su pasado histórico y un recordatorio de su importancia como eje de comunicación entre Sevilla y Tomares. Al recorrerla, es posible sentir la huella de aquellos que la transitaron siglos atrás, desde los mercaderes almohades hasta los campesinos que llevaban sus productos a la capital.
En la parte superior del Camino Viejo, donde la calle se eleva y ofrece una vista panorámica del entorno, se encuentra una cruz que ha sido testigo silencioso del paso del tiempo. Esta cruz, cuyo origen se remonta a épocas posteriores a la dominación almohade, es un símbolo de la profunda religiosidad que ha caracterizado a la región a lo largo de los siglos. Su presencia en este lugar no es casual; las cruces en los caminos eran comunes en la Edad Media y la Edad Moderna, sirviendo como puntos de referencia, lugares de oración y protección para los viajeros.
La cruz del Camino Viejo, además de su significado espiritual, es un elemento que conecta el pasado con el presente. Para los habitantes de Tomares, este símbolo es parte de su identidad y un recordatorio de las raíces históricas y culturales que han dado forma a su comunidad.
Un legado que perdura
Hoy, el Camino Viejo es más que una simple vía; es un símbolo del rico patrimonio histórico y cultural que une a Sevilla con Tomares y el Aljarafe. Aunque el puente de Barcas desapareció en el siglo XIX, sustituido por el actual Puente de Triana, su legado sigue vivo en el trazado de este camino y en la memoria de quienes lo recorren.
Recorrer el Camino Viejo es, en cierto modo, viajar en el tiempo. Es descubrir cómo una ruta creada hace más de ocho siglos sigue siendo parte fundamental de la identidad de Tomares y de su conexión con Sevilla. La calle que hoy lleva su nombre y la cruz que la corona son testigos mudos de una historia que sigue viva en cada paso, en cada piedra y en cada rincón de este emblemático camino.
viernes, 29 de marzo de 2019
TOMARES: UN VIAJE EN EL TIEMPO A TRAVÉS DE SU TOPONIMIA
El nombre de Tomares, un municipio situado en la provincia de Sevilla, encierra en sus sílabas un fascinante viaje a través de la historia, las culturas y las lenguas que han dejado su huella en esta tierra. Aunque el origen exacto del topónimo "Tomares" no está del todo claro, diversas teorías e hipótesis nos permiten adentrarnos en un pasado rico y diverso, donde romanos, árabes, judíos y cristianos han contribuido a moldear la identidad de este lugar.
Una de las teorías más antiguas nos remonta a la época romana. Plinio el Viejo, en el siglo I d.C., menciona un lugar llamado Toma situado entre Hispalis (Sevilla) y Tejada (Escacena del Campo). Este enclave podría estar relacionado con el actual Tomares, especialmente si consideramos que en la zona de Santa Eufemia, cercana a Tomares, se han encontrado evidencias arqueológicas que datan de la Edad del Bronce (1250-850 a.C.). Así, el nombre Toma podría ser el germen del actual Tomares, aunque esta teoría no está exenta de debate.
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Enterramiento almohade en la villa de Osset |
Otra hipótesis sugiere un origen árabe para el topónimo. El sufijo -are en árabe hace referencia a tumba, sepulcro o necrópolis. De hecho, en la zona se han encontrado enterramientos almohades junto a una alquería, lo que podría indicar que el nombre Tomares esté relacionado con un lugar de sepultura. Esta teoría se refuerza si consideramos que el término tumba en latín (tumulus/tumuli) también podría haber influido en la formación del nombre.
Por otro lado, existe una teoría que vincula el nombre de Tomares con el hebreo. Según esta hipótesis, Tomaret en hebreo significa tumba o sepulcro, lo que nuevamente nos lleva a la idea de un lugar asociado con enterramientos. Esta teoría se apoya en la antigua tradición que sostiene que los primeros judíos llegaron a España en las naves de Salomón, estableciendo una presencia temprana en la península ibérica.
Además de estas teorías, no podemos olvidar la posibilidad de un origen fitotoponímico, es decir, relacionado con la flora de la zona. Tomares podría derivar de tomillos, una planta abundante en la región. De hecho, tomillare significa tierra de tomillos, lo que sugiere que el nombre podría estar vinculado a la vegetación característica de la zona.
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Castillo de Tomar, en Portugal |
También se ha especulado con la influencia de la Orden Templaria en el nombre de Tomares. La ciudad de Tomar, en Portugal, fue sede de los templarios, y dado que esta orden estuvo muy presente en la Reconquista de Sevilla, es posible que su influencia se extendiera hasta Tomares, aunque esta teoría es más difícil de corroborar.
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Detalle de un mapa antiguo de Andalucía que aparece Tamdia en la ubicación de Tomares |
En la imagen superior aparece el topónimo "Tamdia" en una posición geográfica que coincide aproximadamente con la ubicación actual de Tomares, en relación a Sevilla y otros pueblos cercanos. Podría ser una deformación o una variante del nombre Tomares. En tal caso se necesitaría una investigación más profunda pues es posible que ambos nombres compartan una raíz etimológica.
Finalmente existe una teoría popular, aunque carente de base sólida, entre los habitantes más antiguos de Tomares, apunta a que el nombre del pueblo podría estar relacionado con la expresión 'tomar aire'. Esta hipótesis se basa en la particularidad geográfica de Tomares, situada a una altitud superior a Sevilla, lo que provoca corrientes de aire que han sido percibidas por generaciones
En definitiva, el nombre de Tomares es un enigma que nos invita a explorar las múltiples capas de su historia. Desde los romanos hasta los árabes, pasando por los judíos y los templarios, cada cultura ha dejado su huella en este topónimo, convirtiéndolo en un testimonio vivo de la rica y compleja historia de esta región. Aunque el origen exacto del nombre sigue siendo un misterio, lo que está claro es que Tomares es un lugar donde el pasado y el presente se entrelazan de manera fascinante, ofreciéndonos un relato único que merece ser contado.