jueves, 30 de enero de 2025

LOS CARTUJOS EN TOMARES: UN CAPÍTULO FUNDAMENTAL EN LA HISTORIA MONÁSTICA Y LOCAL

Monasterio de la Cartuja en Sevilla

    Los Cartujos tienen una notable presencia en Tomares debido a la transformación de la ermita de Santa María de las Cuevas en monasterio a comienzos del siglo XV. En 1394, los franciscanos levantaron la ermita, que fue dedicada a la Virgen María. Seis años después, en 1400, el arzobispo de Sevilla obtuvo permiso para fundar un monasterio cartujo en el lugar, iniciando así la conversión de la ermita en un centro monástico más grande.
    El establecimiento del monasterio en Tomares fue resultado de un acuerdo entre el arzobispo y los franciscanos, quienes cedieron la ermita a cambio de la propiedad del Castillo de San Juan de Aznalfarache. La ermita pasó a manos de la Orden Cartuja, que consolidó su presencia en la región.
    Antes de convertirse en ermita, el lugar había sido utilizado por los almohades en el siglo XII para la producción alfarera, aprovechando la proximidad al río Guadalquivir y la abundancia de arcillas en la zona. Esta tradición continuó en los siglos posteriores, especialmente con los alfareros de Triana.
    Según una leyenda de 1248, tras la Reconquista, se encontró una imagen de la Virgen María en una de las cuevas del lugar, lo que llevó a la construcción de la ermita. A finales del siglo XIV, la ermita estuvo bajo la dirección de la Orden Franciscana.
    Con la llegada de los cartujos en 1400, el monasterio se convirtió en un centro religioso y espiritual influyente, y la comunidad cartuja se benefició de tierras y propiedades que adquirió con el tiempo, consolidando su presencia en la región.
    Uno de los momentos más importantes en la historia del Monasterio de Santa María de las Cuevas y su relación con Tomares fue la intervención de Don Fernando de Torres, prior del monasterio entre 1410 y 1467. Este personaje, que desempeñó un papel clave en la consolidación de la comunidad cartuja, dejó un legado duradero, especialmente para la localidad de Tomares. Su influencia trascendió lo meramente religioso, pues su actuación contribuyó a un desarrollo económico y social significativo para la zona.
    Al final de su vida, Don Fernando de Torres tomó una decisión trascendental para el futuro del monasterio y su relación con Tomares. En su testamento, cedió a la comunidad cartuja la alquería de Esteban de Arones, una propiedad agrícola que estaba situada en el municipio de Tomares, en una zona que, por su proximidad al río Guadalquivir, era propensa a las frecuentes inundaciones. Esta alquería, conocida por su vulnerabilidad a las crecidas del río, fue designada por Don Fernando para ser un refugio seguro para los monjes cartujos en tiempos de inundaciones, lo que fue de gran importancia, dado que la zona del Guadalquivir solía sufrir intensas crecidas que afectaban a las tierras circundantes.
    La alquería de Esteban de Arones no solo cumplía con una función de refugio, sino que, al ser cedida a los cartujos, se transformó en un centro productivo clave para el monasterio. Los monjes cartujos, conocidos por su vida eremítica y austera, también eran expertos en la gestión de tierras y la producción agrícola, lo que les permitió aprovechar las tierras de la alquería para desarrollar diversas actividades agrícolas. Esta explotación agrícola no solo ayudó a proporcionar alimentos para la comunidad monástica, sino que también contribuyó a la autosuficiencia del monasterio, un aspecto crucial en la vida de los cartujos, que se caracterizaban por su independencia material para poder dedicarse plenamente a la oración y la meditación.
    La gestión de la alquería de Esteban de Arones incluyó la siembra de diversos cultivos, tales como cereales, viñedos, huertas y olivos, y el desarrollo de actividades ganaderas. Además, la cercanía al Guadalquivir permitió a los monjes aprovechar el agua del río para riego, lo que les permitió maximizar la productividad de las tierras, incluso en épocas de sequía. De este modo, la alquería se convirtió en un punto neurálgico en la estructura económica del monasterio, permitiendo a la comunidad cartuja abastecerse de los recursos necesarios sin depender de fuentes externas, un principio clave para la vida monástica cartuja.
    El legado de Don Fernando de Torres, por tanto, no solo tuvo un impacto religioso, sino que también fortaleció la conexión del monasterio con la comunidad local, al ofrecer a los cartujos un espacio donde vivir y trabajar, al mismo tiempo que se protegía el patrimonio monástico en una época de posibles inestabilidad y desastres naturales. La alquería de Esteban de Arones se convirtió en un símbolo de la relación entre la monarquía local, la Iglesia y las tierras de Tomares, consolidando la presencia de la Orden Cartuja en la zona y su influencia en la agricultura y el desarrollo económico del municipio.
    Este legado perduró a lo largo de los siglos, ya que la comunidad cartuja continuó gestionando las tierras de la alquería, aumentando su prosperidad e influencia en la región, hasta que las expropiaciones y cambios en las leyes agrarias y religiosas, en el siglo XIX, afectaron al monasterio y sus propiedades. Sin embargo, el legado de Don Fernando de Torres y su contribución al establecimiento de la comunidad cartuja en Tomares sigue siendo un hito importante en la historia local, pues marcó un punto de inflexión en la historia del monasterio y en el desarrollo económico de la localidad, consolidando la presencia de la Orden Cartuja en la región.

Alquería de Esteban de Arones en el mapa de Obando de 1628

HERNAN CORTÉS Y TOMARES: LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL CONQUISTADOR EN LA CALLE REAL


Hernán Cortés. Imagen del diario ABC


    Hernán Cortés, el famoso conquistador de México, mantuvo una vínculo significativo con Tomares durante los últimos años de su vida. Si bien su legado está profundamente ligado a la conquista del Imperio azteca, su presencia en Tomares forma parte de la historia local, especialmente en relación con la administración de tierras y la propiedad de su residencia en la Calle Real.

    En el siglo XVI, el Concejo de Tomares administraba un extenso territorio que incluía los terrenos de Coca de la Piñera, parte de la hacienda del Conde de Altamira. En 1539, la Calle Real de Castilleja fue desligada de la Orden de Santiago y pasó a ser propiedad de la Corona, quedando bajo la administración municipal de Tomares. Este contexto histórico es crucial para entender la relación entre Cortés y Tomares, ya que su residencia se encontraba precisamente en esta zona.

Lápida conmemorativa

    A la edad de 62 años, Hernán Cortés pasó sus últimos días en el palacio situado en la Calle Real de Castilleja. A pesar de haber solicitado ser enterrado en Coyoacán, México, su fallecimiento el 2 de diciembre de 1547 en Castilleja de la Cuesta provocó que su cuerpo permaneciera inicialmente en España. Su testamento fue validado por el escribano público del Concejo Municipal de Tomares, Tomás del Río, consolidando así la relación del conquistador con esta localidad sevillana.

Palacio de Hernán Cortés en la calle Real de Castilleja

    El palacio donde Cortés pasó sus últimos días es una construcción del siglo XVI de estilo neomudéjar, con recios muros y almenas que le confieren un aspecto de fortaleza. Tras la muerte del conquistador, la edificación cayó en el abandono hasta el siglo XIX, cuando fue adquirida por Alfonso de Orleans, duque de Montpensier, quien lo utilizó como residencia de verano. A finales del siglo XIX, el inmueble fue cedido a una congregación de religiosas irlandesas procedentes de Gibraltar, quienes llegaron a Sevilla en septiembre de 1899. Desde entonces, este grupo, conocido popularmente como "Las Irlandesas", se hizo cargo de la propiedad. En 1903, la reina María Cristina les otorgó la titularidad del edificio, convirtiéndolo en un colegio que sigue en funcionamiento hasta el día de hoy.

 

EL MAPA DE OBANDO DE 1628: UNA VENTANA A LA HISTORIA DE TOMARES


Mapa de Obando, de 1628


    EMapa de Obando de 1628, titulado “Planta de la villa de Tomares y de San Juan su anejo y alquerías de Santofimia, cuya jurisdicción, señorío y vasallaje compró el señor Conde Duque de Olivares en la ciudad de Sevilla en 1628”, es un documento cartográfico de gran valor histórico para entender el desarrollo urbano y territorial de Tomares. Este mapa, elaborado por el alférez Miguel de Obando, fue encargado por el Conde Duque de Olivares, Gaspar de Guzmán, con el objetivo de conocer las medidas exactas de estos lugares y su organización en el siglo XVII.

    El mapa no solo representa la villa de Tomares, sino también su anejo, San Juan de Alfarache, y las alquerías de Santofimia (Santa Eufemia). Entre los lugares destacados que aparecen en el mapa se encuentran las alquerías de la Mascareta, Zaudín Bajo y Santafimia (Santa Eufemia). Este documento gráfico es fundamental para comprender el origen del Tomares moderno, cuyo núcleo original se sitúa en torno a la Hacienda de Santa Ana (actual Ayuntamiento) y la Hacienda de Montefuerte (actual Biblioteca), extendiéndose hasta el manantial de la Fuente de Tomares (calle La Fuente).

En el siglo XVII, el término de Tomares contaba con catorce alquerías o haciendas habitadas, muchas de las cuales han perdurado hasta nuestros días. Sin embargo, el mapa excluye algunas, como la Hacienda de Zaudín, por estar demasiado alejada del núcleo primitivo, y la Hacienda de Santa Ana, que aún no existía en 1628.

    La única hacienda representada en el mapa de 1628, aparte de Santa Eufemia, es la Hacienda de Montefuerte. Esta se muestra con una torre y una iglesia como parte intrínseca de su estructura. La torre servía como contrapeso del molino de aceite, típico de estas haciendas. La puerta de entrada a la hacienda, situada detrás de la parroquia, aún conserva los escudos en su portada y da acceso a la actual Plaza de la Constitución. Estos elementos formaban parte de los límites septentrionales de la hacienda, que aparece amurallada en el mapa.

    El origen de la urbanización actual de Tomares parece tener su eje central en el cruce del “Camino Viejo” hacia Sevilla con el camino a Castilleja de la Cuesta. Este eje se identifica con las actuales calles de Tomás de Ybarra, Navarro Caro, Clara Campoamor y Calle de la Fuente, donde se localizan enclaves de interés como las Haciendas de Santa Ana, Montefuerte y Zaudín Bajo, la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Belén y el manantial de la Fuente de Tomares.

    Tras la muerte de Gaspar de Guzmán, Tomares y San Juan pasaron a manos de Luis Méndez de Haro, heredero del título, y posteriormente a su nieto Gaspar de Haro, quien no tuvo descendencia masculina. Su hija, Catalina, se casó con el Duque de Alba, consolidando así el control de la nobleza sobre estas tierras. Sin embargo, en el siglo XIX, tras la desamortización de Madoz en 1855, gran parte de la propiedad del territorio aljarafeño pasó a manos de la burguesía agraria sevillana. Durante este período, las haciendas comenzaron a cobrar protagonismo no solo como caseríos del olivar, sino también como residencias temporales de la burguesía agraria, que consolidó su poder territorial y político. Mientras tanto, la mayoría de la población trabajaba en el campo y en pequeñas manufacturas.

LA CALDERONA EN TOMARES: UN OLIVAR, UNA ACTRI Y UN HIJO DE REY

La Calderona. Imagen de Wikipedia CC

    En el siglo XVII, durante el reinado de Felipe IV, Tomares fue testigo de un curioso episodio histórico que vinculó a la corona española con una de las figuras más fascinantes de la época: María Calderón, conocida como La Calderona. Este nombre no solo quedó asociado a la actriz madrileña, favorita del rey, sino también a una suerte de olivar en Tomares que pasó a manos de su hijo, Juan José de Austria, fruto de su relación con el monarca.

    La historia comienza con el Conde-Duque de Olivares, valido de Felipe IV y una de las figuras más poderosas de la corte. En 1625, el Conde-Duque había adquirido unas alcabalas (impuestos sobre la venta de bienes) que, sin embargo, no llegó a pagar en su totalidad. Ante esta deuda, se vio obligado a devolverlas a la hacienda real. Como parte de este proceso, cedió una suerte de olivar en Tomares, que pasó a manos del infante Juan José de Austria, hijo ilegítimo del rey y de María Calderón. Este olivar recibió el nombre de La Calderona, en honor a la madre del infante.

    María Calderón, conocida en los círculos teatrales de Madrid como La Calderona, fue una actriz de gran talento y belleza que cautivó al rey Felipe IV. Aunque estaba casada y era viuda de un yerno del Conde-Duque de Olivares, su relación con el monarca dio fruto a un hijo: Juan José de Austria. Este hecho no pasó desapercibido en la corte, donde la reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, mostró su indignación al descubrir que el rey había colocado a la actriz en un lugar destacado de la Plaza Mayor de Madrid durante unas festividades. La reina logró que María fuera relegada a un lugar más discreto, que el pueblo bautizó irónicamente como el balcón de Marizápalos, en alusión a su condición de amante real.

Balcón de Marizápalos, en la Plaza Mayor de Madrid

    A pesar de los deseos de María Calderón de mantener a su hijo cerca, Juan José de Austria fue apartado de su madre y entregado a una familia de confianza para ser educado como príncipe. Reconocido como hijo ilegítimo del rey, Juan José de Austria llegaría a ser una figura clave en la política española del siglo XVII, destacando como militar y político durante el reinado de su medio hermano, Carlos II.

    El olivar de La Calderona en Tomares no solo representa un vínculo entre Tomares y la corona, sino también un testimonio de las complejas relaciones de poder, intrigas y pasiones que marcaron la España del Siglo de Oro. Este episodio histórico, en el que se entremezclan el amor, la política y el teatro, nos recuerda cómo los nombres y los lugares pueden guardar historias fascinantes que trascienden el tiempo.

    Hoy, La Calderona sigue siendo un símbolo de aquella época, un legado que conecta a Tomares con uno de los periodos más apasionantes de la historia de España. A través de este olivar, podemos imaginar las vidas de aquellos personajes que, desde la corte o el escenario, dejaron una huella imborrable en la memoria colectiva. Como testimonio de su relevancia histórica, el municipio de Tomares ha honrado su memoria dedicándole una calle, un gesto que refuerza el vínculo entre el pasado y el presente, y que invita a los vecinos y visitantes a recordar la fascinante historia que une a esta localidad sevillana con una de las figuras más intrigantes del Siglo de Oro.

HACIENDA ZAUDÍN ALTO: UN VIAJE POR LA HISTORIA Y LA ARQUITECTURA DE TOMARES


    La Hacienda Zaudín Alto, situada en el término municipal de Tomares, es un enclave histórico que ha sido testigo de siglos de transformaciones sociales, económicas y arquitectónicas. Su ubicación, cerca del antiguo cordel que comunicaba Sevilla con Aznalcázar, la convierte en un punto estratégico dentro de la red de caminos y vías que conectaban la capital hispalense con otras localidades de la provincia. Este lugar, que en sus orígenes fue una alquería durante la Edad Media, evolucionó con el tiempo hasta convertirse en una próspera hacienda olivarera, reflejo de la importancia que el cultivo del olivo y la producción de aceite tuvieron en la economía andaluza.


   
    Zaudín Alto tiene sus raíces en la época medieval, cuando funcionaba como un pequeño núcleo poblacional dedicado a la agricultura. Sin embargo, fue tras el descubrimiento de América cuando la hacienda adquirió un papel destacado en el comercio del aceite de oliva. Este producto, fundamental en la dieta mediterránea, se convirtió en uno de los principales motores económicos de la región, y Zaudín Alto no fue una excepción. La hacienda se integró en la red de explotaciones agrícolas que abastecían a Sevilla, ciudad que, gracias a su puerto, se erigió como centro neurálgico del comercio con las Indias.

    En el siglo XVII, la propiedad pasó a manos de la familia Bécquer, de origen flamenco, que había acumulado riqueza gracias al comercio de lana a través del puerto de Sevilla. Miguel Bécquer, en 1622, fundó el Mayorazgo de la familia, una institución que permitía mantener unidos los bienes familiares y transmitirlos íntegramente al primogénito. Sin embargo, con el paso del tiempo, los sucesores de los Bécquer abandonaron el comercio y no supieron administrar adecuadamente sus propiedades, lo que llevó a la familia al borde de la ruina. Curiosamente, como revela un artículo de ABC, los Bécquer poseían un auténtico tesoro sin saberlo: en 2016, durante unas obras en el cercano municipio de Tomares, se descubrió un impresionante conjunto de monedas romanas del siglo III d.C., que habrían estado bajo tierras que pertenecieron a la familia. Este hallazgo pone de manifiesto la riqueza histórica y arqueológica de la zona, que los Bécquer nunca llegaron a aprovechar.

    A pesar de su mala gestión, el mayorazgo y, por tanto, Zaudín Alto, permanecieron en manos de la familia hasta mediados del siglo XIX. Entre los miembros más ilustres de esta familia destaca el poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer, cuya obra literaria ha dejado una huella imborrable en la cultura española. Sin embargo, la historia de los Bécquer en Zaudín Alto está marcada por la ironía: mientras la familia se arruinaba, bajo sus tierras yacía un tesoro que podría haber cambiado su destino.
    
    Con la desvinculación de los mayorazgos en 1841, Zaudín Alto pasó a manos de la familia Ruiz-Giménez, una de las más influyentes de la época. Joaquín Ruiz Giménez, alcalde de Madrid y ministro durante el reinado de Alfonso XIII, fue uno de los propietarios más destacados. Su hijo, Joaquín Ruiz Giménez Cortés, también jugó un papel relevante en la historia reciente de España, al ser ministro de Educación Nacional en 1951 y participar en la creación de la Plataforma de Convergencia Democrática. Además, fue el primer Defensor del Pueblo de la España democrática, un cargo que refleja su compromiso con los derechos y las libertades ciudadanas.

    El edificio que hoy conocemos como Hacienda Zaudín Alto se organiza en torno a un patio señorial, un elemento característico de la arquitectura tradicional andaluza. La torre mirador, con sus dobles arcos de medio punto enmarcados por pilastras y cubierta de teja árabe a cuatro aguas, es uno de los elementos más emblemáticos de la construcción. Sin embargo, los jardines y gran parte de las estructuras originales han sufrido importantes transformaciones, especialmente debido a la construcción de un campo de golf en los terrenos adyacentes. Esto ha dificultado el reconocimiento de los elementos originales, ya que la mayor parte del edificio actual es de construcción reciente.

    A pesar de estas modificaciones, Zaudín Alto sigue siendo un lugar cargado de historia y simbolismo. Su evolución desde una alquería medieval hasta una hacienda olivarera, y posteriormente hasta su estado actual, es un reflejo de los cambios económicos, sociales y políticos que han marcado la historia de Andalucía. Hoy, este enclave no solo es un testimonio del pasado, sino también un espacio que invita a reflexionar sobre la importancia de preservar nuestro patrimonio histórico y cultural.


TOMARES Y SAN JUAN DE AZNALFARACHE: EL DESLINDE TERRITORIAL Y SU HERENCIA HISTÓRICA

    
Escudos de Tomares y San Juan de Aznalfarache


    La historia de Tomares y San Juan de Aznalfarache está marcada por una relación que se remonta a siglos atrás, cuando ambas localidades compartían una estrecha vinculación administrativa y territorial. Durante mucho tiempo, hasta finales del siglo XIX, Tomares formaba parte del municipio de San Juan, dependiente de la administración de esta última. Sin embargo, el proceso de segregación que tuvo lugar en 1890 significó un hito crucial en la historia de ambos pueblos, ya que no solo definió sus territorios, sino que también sentó las bases para su evolución independiente, dando paso a la configuración política y social que conocemos hoy.

    Este proceso de separación no fue un acto aislado, sino el resultado de una serie de factores sociales, económicos y demográficos que marcaron la pauta en el contexto de la época. A lo largo del siglo XIX, San Juan de Aznalfarache experimentó un rápido crecimiento económico gracias a su desarrollo industrial y comercial, lo que convirtió a la localidad en un centro neurálgico de la comarca del Aljarafe. Este auge provocó un aumento significativo de su población, que en pocas décadas pasó de ser una pequeña localidad rural a convertirse en un importante núcleo de servicios y comercio.

    En este contexto, la segregación de Tomares fue una respuesta a la necesidad de autonomía de una población que había ido creciendo poco a poco, pero que aún mantenía una estructura económica más ligada a la agricultura. La separación, formalizada en 1890, no solo otorgó a Tomares su propia identidad administrativa, sino que también permitió a ambos municipios trazar su propio destino. En el momento de la segregación, la población de Tomares era de 590 habitantes, mientras que San Juan contaba con 586. Aunque las cifras eran casi idénticas, la distribución de los recursos y los bienes municipales fue un aspecto clave en la resolución del proceso. A Tomares se le asignaron 500 hectáreas de territorio, lo que definió su jurisdicción, y también se estableció un reparto económico que incluyó una asignación de 35.530 pesetas para San Juan y 35.288 para Tomares.

    Este acto de separación política no solo marcó el rumbo administrativo de ambos municipios, sino que también dejó su huella en el aspecto simbólico y heráldico. El escudo de Tomares, por ejemplo, es un claro testimonio de la historia compartida con San Juan. Su diseño incluye una cruz de San Juan de Jerusalén, presente en los espacios superior e inferior del escudo, que refleja la vinculación de ambas localidades con la orden medieval. Además, flanqueando la cruz, se observan dos torres de oro que complementan el simbolismo histórico de la localidad. La Corona Real Cerrada que aparece como timbre, hace referencia a la relación de Tomares con la monarquía, un símbolo de su trascendencia histórica.

Actual término municipal de Tomares

    Aunque la separación política permitió que ambos municipios siguieran su propio camino, las huellas de esa historia compartida siguen siendo evidentes en la configuración territorial y en la identidad cultural de la región. San Juan de Aznalfarache continuó su evolución como un importante centro industrial y comercial, mientras que Tomares, aunque conservó una identidad agrícola, comenzó a expandirse en el siglo XX hacia un modelo más residencial, que hoy en día lo convierte en una localidad en pleno crecimiento.

    El legado de aquel proceso de segregación sigue vivo en la memoria colectiva de la región, y la estrecha relación entre ambos municipios, aunque administrativamente separada, persiste en muchos aspectos, desde las tradiciones compartidas hasta las infraestructuras que conectan las localidades. El escudo de Tomares, con su cruz de San Juan, sigue siendo un símbolo de ese vínculo que perdura a través del tiempo, testimoniando la herencia histórica y cultural que ambos municipios comparten, incluso después de más de un siglo de separación.



TOMARES EN LA GUERRA CIVIL: OCUPACIÓN, REPRESIÓN Y MEMORIA HISTÓRICA (1936-37)


    

    La Guerra Civil española (1936-1939) marcó un antes y un después en la historia de España, y Tomares, como muchas otras localidades, no fue ajena a los dramáticos acontecimientos que se desencadenaron tras el Golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Aunque inicialmente no se produjeron incidentes graves en el pueblo, la llegada de las fuerzas sublevadas y la posterior represión dejaron una profunda huella en la localidad. Este artículo busca reconstruir aquellos hechos, recordar a las víctimas y reflexionar sobre la importancia de preservar la memoria histórica.

    Tras el fallido golpe de Estado que dio inicio a la guerra, las fuerzas sublevadas comenzaron a extender su control por Andalucía. En Tomares, la tranquilidad inicial se rompió el 24 de julio de 1936, cuando falangistas de la llamada "Columna Carranza" llegaron al pueblo acompañados por la Guardia Civil. Estos grupos, leales al bando franquista, ocuparon Tomares sin encontrar resistencia, ya que la localidad no contaba con una estructura organizada para defenderse. La toma del pueblo fue rápida y efectiva, pero marcó el inicio de un periodo oscuro para sus habitantes.

    En los seis meses posteriores a la ocupación, la represión se intensificó. Según los registros históricos, 44 vecinos de Tomares, de una población total de aproximadamente 2.300 habitantes, fueron asesinados. La mayoría de estas ejecuciones tuvieron lugar en Sevilla, donde las autoridades franquistas llevaban a cabo una campaña sistemática de eliminación de opositores políticos, sindicalistas y personas vinculadas a organizaciones de izquierdas.

    La represión no se limitó a los asesinatos. Las detenciones masivas y el control social se convirtieron en herramientas habituales para imponer el nuevo orden. Muchos tomareños fueron acusados de ser "rojos" o simpatizantes de la República, y sus familias quedaron marcadas por el estigma de la persecución.

    Uno de los aspectos más impactantes de la represión en Tomares fue el uso de propiedades privadas como centros de detención. Ante la masificación de las prisiones en Sevilla, las autoridades franquistas recurrieron a improvisar cárceles temporales. Una de ellas fue la hacienda que hoy alberga el ayuntamiento de Tomares, propiedad en aquel entonces de la familia Ybarra, una de las más influyentes de la oligarquía sevillana.

Vapor Cabo Carvoeiro cárcel flotante en el puerto de Sevilla
Imagen tomada de Diario.es


    Además, otra propiedad de los Ybarra, el vapor Cabo Carboeiro, atracado en el puerto de Sevilla, fue convertido en una cárcel flotante. Este barco, que originalmente se utilizaba para el transporte de mercancías, se transformó en un lugar de reclusión para cientos de detenidos, entre ellos numerosos tomareños. El Cabo Carboeiro se convirtió en un símbolo del horror franquista en Sevilla. Las condiciones a bordo eran inhumanas: los presos sufrían hacinamiento, falta de higiene, alimentación insuficiente y malos tratos. Muchos de ellos eran trasladados al barco tras ser detenidos en redadas o sacados de sus hogares en medio de la noche.

    El Cabo Carboeiro no fue la única cárcel flotante en Sevilla, pero su historia es especialmente significativa por el número de personas que pasaron por sus bodegas y por las terribles condiciones que soportaron. Según testimonios recogidos en el artículo, algunos presos describieron el barco como un "infierno flotante", donde las enfermedades y el hambre eran constantes. Además, el barco servía como punto de tránsito antes de que muchos detenidos fueran llevados a otros centros de reclusión o fusilados.

    La familia Ybarra no fue la única en colaborar con el bando sublevado, pero su papel fue especialmente relevante. Como parte de la oligarquía terrateniente, los Ybarra apoyaron activamente al régimen franquista, cediendo sus propiedades para fines represivos. Esta colaboración refleja cómo las élites locales se alinearon con los sublevados, contribuyendo a la consolidación de su control sobre el territorio.

    Los hechos ocurridos en Tomares durante los primeros meses de la Guerra Civil son un recordatorio de la violencia y la injusticia que marcaron aquel periodo. La represión franquista no solo acabó con la vida de decenas de tomareños, sino que también dejó una herida profunda en la comunidad, cuyas consecuencias se extendieron durante décadas.

    Hoy, más de ochenta años después, es fundamental recordar estos hechos para preservar la memoria histórica de Tomares. Conocer lo ocurrido nos ayuda a entender el pasado, honrar a las víctimas y construir un futuro basado en la justicia y la reconciliación. La localidad, como tantas otras en España, tiene el deber de mantener viva esta memoria para que las generaciones futuras no olviden los errores del pasado.

miércoles, 29 de enero de 2025

LA BARCA DE TOMARES: EL PUENTE INVISIBLE ENTRE EL ALJARAFE Y SEVILLA

 
Imagen tomada del blog de José Morales García


     
    Desde tiempos inmemoriales, existía “la barca de Tomares”, un servicio de transporte fluvial que cruzaba el río Guadalquivir desde la prolongación de lo que hoy es la Cuesta del Manchón hasta la otra orilla, donde se encuentra el Charco de la Pava en Triana. Este modesto pero esencial medio de conexión no solo era vital para los tomareños, sino que también servía como enlace crucial para los vecinos de San Juan de Aznalfarache, Mairena del Aljarafe, Bormujos y Castilleja de la Cuesta. Para todos ellos, la barca representaba el camino más corto y directo hacia el corazón de Sevilla, evitando largos rodeos por tierra.

    La barca de Tomares no era solo un medio de transporte; era un símbolo de conexión entre dos orillas, un nexo entre el mundo rural del Aljarafe y la bulliciosa vida urbana de Sevilla. Durante siglos, este servicio permitió el traslado peatonal de personas, mercancías y noticias, facilitando el intercambio cultural y económico entre ambas riberas. Era común ver a agricultores, comerciantes y viajeros esperando su turno para cruzar, mientras el barquero, con destreza y paciencia, manejaba la embarcación sorteando las corrientes del río.

    Sin embargo, con el avance de los tiempos y la evolución de los medios de transporte, la barca de Tomares fue perdiendo su razón de ser. La construcción de puentes, la expansión de carreteras y la llegada de vehículos motorizados hicieron que este servicio centenario se volviera innecesario. Poco a poco, la barca fue cayendo en desuso hasta desaparecer por completo, quedando solo en el recuerdo de aquellos que la usaron y en los relatos transmitidos de generación en generación.

    Hoy, la barca de Tomares es un vestigio del pasado, pero su memoria sigue viva en el municipio. Como homenaje a este símbolo de conexión, en Tomares existe una rotonda que luce una barca como elemento central. Esta escultura no solo es un recuerdo de aquel servicio fluvial, sino también un guiño a la famosa canción escrita por Federico Alonso Pernía que Paco Palacios "el Pali" inmortalizó: "En la barca de Tomares, me voy a pasar, con mi morena, la noche de San Juan...". Según el autor el barquero esperaba a las jóvenes en La Ventilla (aunque la canción también menciona a los borrachos, lo cual no es tan romántico). Durante el trayecto hacia Triana, que está justo enfrente, el barquero entretenía a los pasajeros cantando sevillanas. En el viaje de vuelta a Tomares, en cambio, los deleitaba con soleares.
    Esta melodía, que ha resonado en fiestas y verbenas, ha contribuido a mantener viva la leyenda de la barca en el imaginario colectivo.

Rotonda El Pali

    Recientemente el Ayuntamiento ha dedicado al cantaor una rotonda con la barca es, por tanto, un lugar emblemático que une pasado y presente. En nuestro blog de historia de Tomares, recordamos con nostalgia este símbolo de conexión y progreso, que alguna vez fue el puente invisible entre el Aljarafe y Sevilla.

    ¿Te imaginas cómo sería cruzar el río en aquella barca, sintiendo el vaivén del agua y contemplando el paisaje desde el centro del Guadalquivir?

ZAUDÍN BAJO: LA HISTORIA OLVIDADA DE UNA ALQUERÍA MEDIEVAL EN TOMARES


Zaudín Bajo en la actualidad: el club de golf Zaudín

    En el corazón de la comarca del Aljarafe, en el término municipal de Tomares (Sevilla), se encuentra un lugar cargado de historia y misterio: Zaudín Bajo. Conocida en árabe como Qaryat As Sudan (Aldea de los Negros), esta alquería, junto con Zaudín Alto, formó parte de una pequeña aldea durante la Edad Media. Aunque hoy en día no queda rastro de su existencia, su legado histórico y arqueológico nos permite reconstruir su fascinante pasado, que abarca desde la época romana hasta su desaparición en el siglo XIX.

    Zaudín Bajo tiene sus raíces en la antigüedad. Los restos arqueológicos hallados en la zona confirman que fue una villa romana, lo que demuestra que su hábitat se remonta a siglos antes de la llegada de los musulmanes a la península ibérica. Tras la conquista de Sevilla por Fernando III en el siglo XIII, su hijo Alfonso X el Sabio donó la alquería al consejo de Sevilla, consolidando su importancia como núcleo rural en la región.

    Durante la Edad Media, Zaudín Bajo y Zaudín Alto formaron parte de la Mitación de San Juan, una división territorial que dependía de la Villa de Tomares. Estas pequeñas poblaciones se dedicaban principalmente a la agricultura, destacando el cultivo del olivo, que se convirtió en un pilar económico de la zona.

    El descubrimiento de América y el consiguiente auge del comercio transatlántico marcaron un punto de inflexión en la historia de Zaudín Bajo. La cercanía de la alquería al puerto de Sevilla la convirtió en un enclave estratégico para la exportación de aceite de oliva. Comerciantes y exportadores sevillanos adquirieron las tierras de olivar, aprovechando la demanda creciente de este producto en las colonias americanas.

    En el siglo XVI, la alquería pasó a manos de Juan Enríquez, un influyente comerciante con intereses en la Isla de Santo Domingo. Fue durante esta época cuando se construyó la hacienda Santa Ana en el casco urbano de Tomares, a la que se trasladó el señorío de la finca. Este hecho marcó el inicio del declive de Zaudín Bajo como núcleo habitado, ya que las almazaras y la actividad económica se desplazaron hacia Tomares.

    Con el traslado de la actividad económica, Zaudín Bajo perdió su importancia como aldea y se convirtió en una venta, un lugar de parada y hospedaje para viajeros y ganado que transitaban por el camino de Aznalcázar. En el plano de Ovando del Conde Duque de Olivares de 1628, ya se observa cómo la alquería ha perdido su relevancia, mientras que la hacienda Santa Ana emerge como el nuevo centro de poder en la zona.

Detalle del plano de Ovando de 1628 junto al camino de Aznalcázar


    Durante los siglos XVII y XVIII, la propiedad de Zaudín Bajo cambió de manos en varias ocasiones. Gabriel Morales, banquero y exportador sevillano, fue uno de sus dueños, seguido por Pedro Manuel de Céspedes, un influyente canónigo de la catedral de Sevilla y ganadero de reses bravas. Finalmente, la alquería y sus tierras fueron adquiridas por Francisco de Orozco Manrique, vizconde de Tomares y fundador del Marquesado de Saudín.

    Hoy en día, el lugar donde se encontraba Zaudín Bajo es una rotonda de entrada al Club Social Zaudín, un espacio moderno que contrasta con el pasado rural y medieval de la alquería. Aunque la aldea desapareció hace siglos, su historia sigue viva en los restos arqueológicos, los documentos históricos y las leyendas que han perdurado en el tiempo.

    Zaudín Bajo es un ejemplo de cómo el paso de los siglos puede transformar un lugar, borrando sus huellas físicas pero dejando un legado cultural e histórico que merece ser recordado. Su historia nos habla de épocas pasadas, de comerciantes, bandoleros y viajeros, y de un territorio que ha sido testigo de grandes cambios a lo largo de los siglos.

EL CAMINO VIEJO: UN LEGADO HISTÓRICO QUE UNE SEVILLA Y EL ALJARAFE

Parte superior del Camino Viejo con la cruz
 símbolo del cruce de caminos

    A finales del siglo XII, Sevilla vivía uno de sus periodos de mayor esplendor comercial y cultural bajo el dominio almohade. La ciudad se había convertido en un importante núcleo de intercambio entre Europa, el norte de África y Oriente, atrayendo a mercaderes, artesanos y viajeros de todo el mundo conocido. Fue en este contexto de prosperidad cuando el califa Abu Yacub Yusuf ordenó la construcción de un puente que cambiaría para siempre la conexión entre Sevilla y su entorno: el puente de Barcas en Triana.
    Este puente, compuesto por barcas unidas entre sí, no solo facilitó el cruce del río Guadalquivir, sino que también marcó el inicio de una nueva ruta hacia el Aljarafe, una comarca fértil y estratégica al oeste de Sevilla. A partir de este punto, se creó el Camino de Sevilla, una vía que conectaba la capital con las localidades del Aljarafe, entre ellas Tomares. Este camino, que hoy atraviesa la barriada de Camino Viejo, se convirtió en una de las principales arterias de comunicación de la región.
    El puente de Barcas, construido en 1171, fue una obra de ingeniería pionera para su época. Su ubicación en Triana permitió a Sevilla expandir su influencia hacia el Aljarafe, una zona rica en recursos agrícolas como el olivo, la vid y los cereales. Durante más de siete siglos, este puente fue la única conexión estable entre la capital y el arrabal de Triana, así como con las poblaciones aljarafeñas. Su importancia no solo radicaba en el comercio, sino también en el movimiento de personas, ideas y culturas.
El Camino de Sevilla, que partía desde el puente, se convirtió en una ruta fundamental para el transporte de mercancías y el tránsito de viajeros. Tomares, situada en pleno Aljarafe, se benefició de esta vía, consolidándose como un enclave estratégico en la red de caminos que unían la región.
    El Camino Viejo, como se conoce hoy en día, es el testimonio vivo de aquella ruta histórica. A lo largo de los siglos, este camino ha sido testigo del paso de caravanas de mercaderes, peregrinos, ejércitos y campesinos que se dirigían a Sevilla o partían hacia el Aljarafe. Su trazado, que aún conserva parte de su esencia original, nos permite imaginar cómo era el viaje entre estas tierras en épocas pasadas.
    En la actualidad, el Camino Viejo sigue existiendo como una calle que mantiene vivo el recuerdo de aquella antigua vía. Esta calle, que conserva el nombre de Camino Viejo, es un homenaje a su pasado histórico y un recordatorio de su importancia como eje de comunicación entre Sevilla y Tomares. Al recorrerla, es posible sentir la huella de aquellos que la transitaron siglos atrás, desde los mercaderes almohades hasta los campesinos que llevaban sus productos a la capital.
    En la parte superior del Camino Viejo, donde la calle se eleva y ofrece una vista panorámica del entorno, se encuentra una cruz que ha sido testigo silencioso del paso del tiempo. Esta cruz, cuyo origen se remonta a épocas posteriores a la dominación almohade, es un símbolo de la profunda religiosidad que ha caracterizado a la región a lo largo de los siglos. Su presencia en este lugar no es casual; las cruces en los caminos eran comunes en la Edad Media y la Edad Moderna, sirviendo como puntos de referencia, lugares de oración y protección para los viajeros.
    La cruz del Camino Viejo, además de su significado espiritual, es un elemento que conecta el pasado con el presente. Para los habitantes de Tomares, este símbolo es parte de su identidad y un recordatorio de las raíces históricas y culturales que han dado forma a su comunidad.
    Un legado que perdura
    Hoy, el Camino Viejo es más que una simple vía; es un símbolo del rico patrimonio histórico y cultural que une a Sevilla con Tomares y el Aljarafe. Aunque el puente de Barcas desapareció en el siglo XIX, sustituido por el actual Puente de Triana, su legado sigue vivo en el trazado de este camino y en la memoria de quienes lo recorren.
    Recorrer el Camino Viejo es, en cierto modo, viajar en el tiempo. Es descubrir cómo una ruta creada hace más de ocho siglos sigue siendo parte fundamental de la identidad de Tomares y de su conexión con Sevilla. La calle que hoy lleva su nombre y la cruz que la corona son testigos mudos de una historia que sigue viva en cada paso, en cada piedra y en cada rincón de este emblemático camino.

lunes, 10 de julio de 2023

CONDE DUQUE DE OLIVARES EN TOMARES Y SU INFLUENCIA EN TOMARES Y SAN JUAN DE AZNALFARACHE


    Gaspar de Guzmán y Pimentel, conocido como el Conde-Duque de Olivares, fue una figura central en la política española del siglo XVII y un personaje clave en la corte del rey Felipe IV. Su meteórica carrera y su ascenso a la figura de favorito o valido del monarca, le permitió acumular un enorme poder y una influencia considerable sobre diversos territorios de Andalucía, incluyendo la zona del Aljarafe sevillano.

    La historia de Gaspar Guzmán comienza con su nombramiento como valido de Felipe IV en 1621, un cargo que le otorgaba un poder casi absoluto, como consejero de confianza del rey. Aprovechando esta posición, Olivares comenzó a consolidar su poder político y su riqueza personal. En 1623, recibió el cargo de alcaide del Alcázar de Sevilla, un título que le brindaba aún más control sobre la ciudad, y en el mismo periodo compró el señorío de Sanlúcar la Mayor. Un año más tarde, en 1624, obtuvo las alcabalas de Tomares, una de las principales fuentes de ingresos del reino, consolidando su dominio sobre esta localidad, que entonces era la cabecera de la comarca de San Juan, una de las siete jurisdicciones del Reino de Sevilla.

    El poder de Olivares creció rápidamente y, en 1625, el rey Felipe IV lo distinguió con el título de duque de Sanlúcar, lo que transformó su nombre en el famoso "Conde-Duque de Olivares". En esta época, adquirió varias posesiones, ampliando su dominio territorial. Entre sus nuevas adquisiciones se encontraba la calle Real de Castilleja de la Cuesta y, en 1627, los municipios de San Juan y Tomares, que por aquel entonces contaban con una población reducida de unos 250 habitantes. Su influencia territorial fue tal que muchos lo conocían como el "señor del Estado de Olivares", una referencia al vasto control que ejercía sobre estos territorios sevillanos.

    Durante su señorío, el Conde-Duque de Olivares encargó la construcción de la Hacienda Santa Ana, un edificio que, hoy en día, es el consistorio de Tomares. La finalidad inicial de este proyecto parecía ser la creación de una residencia veraniega, un lugar de descanso y lujo para la nobleza de la época. Sin embargo, su influencia no se limitó a la arquitectura, sino que también se extendió al ámbito cultural y administrativo. En 1628, el Conde-Duque encomendó a Miguel de Obando la creación de una cartografía de la villa de Tomares y San Juan de Aznalfarache, así como de las distintas alquerías de su jurisdicción, demostrando su interés por tener un control exhaustivo sobre los territorios que gobernaba.

    El Conde-Duque de Olivares, además de ser conocido por su poder y sus posesiones, también dejó una huella importante en la vida social y cultural de la época. Su relación con la famosa actriz María Calderón, conocida como "La Calderona", fue uno de los escándalos más comentados en la corte. En 1629, el rey Felipe IV tuvo un hijo ilegítimo con ella, y el Conde-Duque, en un gesto de generosidad, le regaló una propiedad en Tomares, un olivar que fue conocido como "El Olivar de la Calderona". Esta propiedad pasó a formar parte de la historia local, y 13 años después, el hijo de Calderón, el infante Juan José de Austria, fue reconocido por el rey. Años más tarde, Juan José demostraría su capacidad como líder militar y político, consolidándose como una de las figuras más relevantes de la historia de España.

    En honor a este vínculo histórico, Tomares conserva una calle llamada “La Calderona”, que marca el lugar exacto donde se encontraba el olivar regado por el Conde-Duque. Así, la historia de Gaspar de Guzmán y Pimentel no solo se recuerda en los archivos históricos, sino también en el urbanismo de Tomares, un recordatorio permanente de la influencia de este poderoso político sobre la zona.

jueves, 6 de febrero de 2020

LA HACIENDA MONTEFUERTE: HISTORIA, MISTERIO Y LEGADO DE UN TESORO OLVIDADO

Imagen de Wikipedia

    La hacienda Montefuerte es uno de los varios ejemplos de haciendas de olivar que podemos encontrar en Tomares. Construcción del siglo XVII situada al oeste de de la iglesia parroquial Nuestra Señora de Belén y junto a la antigua calle Real, hoy Navarro Caro. La fecha hay que entenderla en el contexto del comercio americano del que Sevilla tenía el monopolio. La demanda aceitera hizo muchos terrenos antes dedicados al cereal se reconvirtieran a la producción de aceite. El Aljarafe sevillano y Tomares no escaparon a esta moda y el cultivo del olivar fue creando un nuevo paisaje junto a estas edificaciones industriales.

Primitivo núcleo de población.
La hacienda Montefuerte junto con la iglesia parroquial constituyan el primitivo núcleo de población tomareña. Tras la Reconquista se trazaron dos vías principales que se cruzaban en la actual cuatro esquinas. La procedente de Sevilla que tras pasar el camino viejo con dirección a Bormujos, Bollullos y Aznalcázar recibió la denominación de calle Larga. Allí sabemos por los planos realizados por Miguel de Obando en 1628 a instancias del Conde Duque de Olivares que ya estaba construida la hacienda.

    El marquesado de Montefuerte.
Corona del marquesado de Montefuerte. Wikipedia
    Montefuerte podría derivar del aspecto que tenia el edificio como un antiguo castillo (obsérvese las almejas que lo rodean) pues coincide con la denominación del título de marqués que nuestro primer rey Borbón Felipe V otorgó al caballero veinticuatro de Sevilla Juan Ortiz de Zúñiga en 1705 en agradecimiento por los servicios prestados durante la guerra de Sucesión a la corona de España (1701-1713). En cualquier caso el edificio ya debió estar construido pues aparte de tener una arquitectura propia del siglo XVI ya aparece en el plano de Ovando mandado a dibujar por el Conde duque de Olivares a mediados del siglo XVII.
Este linaje familiar ostentaría la propiedad durante siglo y medio hasta que en 1841 el gobierno liberal del general Espartero promulgara la ley de desvinculación del Mayorazgo acabando con esta institución de origen medieval.
La hacienda pasó a manos privadas hasta que el hacendado sevillano José Navarro Caro la adquirió en 1906. Sobre José Navarro sabemos que estuvo casado con Trinidad González de la Torre, muy querida en el pueblo gracias a las obras sociales que realizó. La hija de ambos, Josefa Navarro González se casó en 1899 con el famoso torero, tomareño Emilio Torres Reina, Bombita. 

    A la actual edificación rodeada por un sencillo remate de almenas se entra bajo un arco rebajado y cubierto de tejas. El patio al que se accede se corrresponde con el patio de caballerizas o de labor rodeada por dependencias agrícolas. Hoy están reutilizadas como parte de la biblioteca municipal. A la derecha se encuentra la torre contrapeso, torre mirador junto al molino aceitero cuya ilustración representa el símbolo del municipio. La torre data del siglo XVIII y está “rematada con un mirador clásico con cubierta a cuatro aguas sobre arcos simétricos que descansan en pilastras. En un friso perimetral de la torre se lee un rótulo escrito con letra capitular romana que dice: “Maria concebida sin pecado original”. 

Webs consultadas

martes, 2 de abril de 2019

TOMARES Y SU HISTORIA HIDRÁULICA: EL AGUA QUE ABASTECIÓ A SEVILLA EN EL SIGLO XIX


Varios personajes tomando “agua de Tomares”,
escena de la obra “Don Álvaro o la fuerza del sino”
de Ángel de Saavedra, Duque de Rivas

Imagen de Agrega Andalucía

    Tomares en el siglo XIX era una localidad de apenas 500 habitantes. Sin embargo, su ubicación en la cornisa del Aljarafe y el hecho de estar surcada por dos manantiales de agua potable hicieron que el aprovechamiento de estos acuíferos fuera vital para los habitantes de la capital sevillana. Tomares siempre fue famosa por la cantidad y la calidad de las aguas potables freáticas. Por aquel entonces, el sistema tradicional de abastecimiento de agua para la mayoría de la población de la capital sevillana era directamente del Guadalquivir de dudosa potabilidad. Sólo una minoría pudiente se aprovechaba de los conocidos "Caños de Carmona", que traían agua desde un manantial de Alcalá de Guadaira.

"El aguador y los murmuradores" José Jiménez Aranda, 1878
Imagen de Wikipedia

    Pero sabemos que los vecinos del arrabal de Triana, desde hace muchísimos años, acudían a proveerse de agua a los manantiales del Aljarafe, en concreto de Tomares. Prueba gráfica de ello la tenemos en el cuadro del pintor Jiménez Aranda, que nos muestra este kiosko situado a la entrada del paseo del Arenal, junto al Puente de Barcas, sobre el que podemos leer en el rótulo situado en su parte superior "agua de Tomares". Entonces, el recorrido podía hacerse a pie, pues no existía el obstáculo fluvial que hoy conocemos como la Corta de la Cartuja.

    En el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, más conocido como Diccionario Madoz, de 1950, en honor al que fuera su director y creador, Pascual Madoz, señala sobre Tomares, entre otros datos, que "tiene una fuente a la entrada".

    Así las cosas, en un momento dado, hacia 1828, el ayuntamiento sevillano empieza a interesarse por uno de los dos manantiales tomareños, concretamente el situado en la actual Fuente de la Mascareta. En 1844 se toma en consideración la posibilidad de su posible utilización como suministro, proponiendo la profundización de dicho manantial y la construcción de un acueducto que salvara la distancia hasta Triana. Tal y como nos señala Santiago Martín en su blog, el agua llegó "a la calle Betis en su Barrio de Triana, hasta una Casa Corral en la que, al parecer, él vivía. Esta Casa se llamaría a partir de aquel momento como la Casa de Tomares, más tarde sería la Casa del Agua para terminar siendo denominado el Corral del Agua".

    Como el presupuesto de la ejecución de esta obra era muy elevado, se aceptó la idea de que pudiera ser llevada a cabo por un empresario industrial llamado Juan Gobantes, propietario de una fábrica de tubos de plomo que contaba con un gran excedente en su almacén. Gobantes, en vez de procurar venderlas o fundirlas de nuevo, le vino la idea de emplearlas él mismo. Para ello se puso en contacto con el alcalde de la villa de Tomares para contar con las aguas de los manantiales del pueblo, y una vez conseguido su arrendamiento, solicitó el permiso para la traída de agua colocando las tuberías de su fundición desde Tomares hasta el arrabal de Triana. La fuerza de la gravedad, el desnivel del terreno de 114 metros, hizo el resto. Un acueducto de 2 km de longitud en tubería de plomo sobre caja de ladrillos, cuyo punto de destino era la "Casa de las Aguas" en la calle Betis. El suministro que se puso en marcha en 1852 fue un éxito y funcionó hasta bien entrado el siglo XX.

    Las demandas de los sevillanos de este agua eran continuas, pues el cántaro se vendía a 0,90 y sabemos de la petición al ayuntamiento sevillano para que se acometiese la construcción de una tubería que atravesase el río Guadalquivir por el puente de Triana, que proporcionase agua de forma estable y más barata a esta poblada zona de la ciudad.






lunes, 1 de abril de 2019

LA HACIENDA LA CARTUJA: TESTIGO DE LA HISTORIA DE TOMARES



    También conocida como la Hacienda de Esteban de Ronvi, Cartujilla es la más antigua de todas las haciendas de Tomares. Su denominación "La Cartuja" se debe a que fue lugar de refugio durante las grandes arriadas que con frecuencia originaba el río Guadalquivir. Este refugio fue utilizado por los monjes cartujos que se habían establecido en Sevilla desde el año 1400, en el Monasterio de Santa María de las Cuevas. Uno de estos monjes, D. Fernando de Torres, un personaje muy vinculado a la corte de los reyes Trastámaras, llegó a ser prior del Monasterio Cartujo.

    Don Fernando había heredado la importante hacienda de Esteban de Arones, situada en la ladera del Aljarafe entre Tomares y San Juan. A su muerte, legó a la comunidad cartujana dicha alquería, y desde entonces la hacienda estuvo vinculada al Monasterio hasta las desamortizaciones del siglo XIX, cuando pasó a manos de propiedad privada. En el último cuarto del siglo XX, el olivar fue absorbido por la especulación urbanística, y hoy en día solo nos queda parte del edificio principal, que en la actualidad alberga la sede del Instituto de Estudios Jurídicos y Empresariales El Monte.

    ¿Cómo era este edificio? La estructura era similar a las típicas haciendas de la zona. Tras pasar una elegante portada, se entraba en un patio alargado en el que se encontraba la capilla y el granero con arcos apuntados góticos del siglo XV. A la derecha quedaba la vivienda del capataz, junto a la cual se encontraba el molino aceitero con torre contrapeso y espadaña, así como dos almenillas laterales. El señorío se ubicaba al fondo del patio.